Perú imposible
Transcurrido apenas un año desde la publicación de Los años inútiles, su primera novela, Jorge Eduardo Benavides publica la segunda. El año que rompí contigo prolonga las expectativas que despertó Los años inútiles. Pero sólo las prolonga: no las incrementa, ni las dilata. Revalida el talento demostrado ya por Benavides, y la aprobación casi unánime de la que se hizo acreedor. Pero en tan poco tiempo, ese talento no da muestras todavía de haber crecido o evolucionado. El año que rompí contigo es una novela en ciertos aspectos más eficaz, mejor resuelta que Los años inútiles, se trata de una novela, por así decirlo, más experta. Pero lo es de un modo ligeramente relamido, que apunta a ratos una cierta propensión de Benavides al preciosismo estilístico y una afición quizá excesiva por lo que cabe entender por carpintería narrativa.
EL AÑO QUE ROMPÍ CONTIGO
Jorge Eduardo Benavides
Alfaguara. Madrid, 2003
344 páginas. 17,45 euros
Casi todo lo que en su momento se dijo a propósito de Los años inútiles vale para El año que rompí contigo. Benavides revisita de nuevo el pasado reciente de su país, Perú, para centrarse esta vez en los estertores finales del aprismo. El telón de fondo del relato lo proporcionan las elecciones a las que concurrió Mario Vargas Llosa como candidato y que, tras un inesperado vuelco de última hora, dieron la victoria a Fujimori. Aunque sugiere alguna explicación, la novela no profundiza en las razones de lo ocurrido. El interés de Benavides no se dirige tanto a explicar la realidad social y política de su país como a ilustrar el modo en que la degradación progresiva de una y otra terminó por socavar el precario estatus de la pequeña burguesía liberal.
Los cinco protagonistas de El año que rompí contigo son -por decirlo con las palabras de uno de ellos- "gente de clase media, media jodida, con gustos de clase alta y sueldos de clase baja". Esta contradicción estaría en la base de su diletantismo ideológico y de su dificultad para reconocer las verdaderas fuerzas en juego dentro de un sistema en plena descomposición, en el que la democracia, minada por el terrorismo salvaje del MRTA, es concebida por la oligarquía como un instrumento más de dominación, ciego a las necesidades y a la presión imparable de "esa ingente masa de inmigrantes andinos que ha creado sus propias estrategias de supervivencia al margen del Estado" y que parece sitiar las grandes ciudades.
Pero con estas palabras podría obtenerse una idea equivocada del peso que la política alcanza en esta novela, cuyo asunto no es propiamente político. De hecho, la política actúa aquí como una suerte de fatalidad: es el elemento trágico de unos destinos por otra parte muy comunes, que el narrador acierta a trenzar con vigor y habilidad, pero con demasiada atención a la siempre vulgar mecánica de los sentimientos y una tendencia decididamente peligrosa a echar mano de recursos folletinescos (como ese sonrojante episodio en el que uno de los personajes se enamora de una stripper, más todo lo que sigue).
En una entrevista publicada semanas atrás en este periódico, con motivo de la publicación de El año que rompí contigo, Benavides se declaraba "en contra del parricidio en literatura", y añadía que "hubiera vivido muy cómodo en épocas pasadas". Pero esta respetuosa consideración hacia sus mayores está amenazada de epigonismo. Benavides ha leído a fondo a autores como Donoso, Fuentes o Vargas Llosa, eso está claro. Tiene presentes modelos tan dispares como el Cela de La colmena o el Kundera de La broma. Por otro lado, declaraba sentirse más conectado con los escritores españoles contemporáneos que con los latinoamericanos. "Creo que en mis libros", ha dicho, "hay más herencia de Javier Marías, de Juan José Millás y de Antonio Muñoz Molina que de otros muchos". Lo cual no deja de resultar sorprendente y en cierto modo decepcionante. En primer lugar porque mal pueden contribuir estos modelos al desarrollo de lo que parecía fundar una de las más atrayentes expectativas de sus novelas: su voluntad de interpelación civil. Y en segundo lugar porque, dadas las direcciones tan distintas a que apuntan los autores citados, da la impresión de que Benavides puede acabar siendo víctima de su propio eclecticismo.
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