Anticatalanismo
Pasqual Maragall ha anunciado que quiere reformar el Estatuto de Catalunya y que en el mismo se abran las puertas a la posibilidad de llegar a acuerdos con los territorios de la antigua Corona de Aragón en función de sus intereses y para la mejor defensa de los mismos. Nada del otro mundo. El artículo 145.2 dice: "Los estatutos podrán prever los supuestos, requisitos y términos en que las Comunidades Autónomas podrán celebrar convenios entre sí para la gestión y prestación de servicios propios de las mismas, así como el carácter y efectos de la correspondiente comunicación a las Cortes Generales. En los demás supuestos, los acuerdos de cooperación entre las Comunidades Autónomas necesitarán la autorización de las Cortes Generales". Sin embargo, el senador valenciano del PP, don Esteban González Pons, ha puesto el grito en el cielo y ha acusado a Maragall de querer expansionar el catalanismo. ¡Vaya por Dios! A estas alturas de la vida, el señor Pons nos viene a sacar, de nuevo, el peligro catalanista, y a enarbolar la bandera del anticatalanismo. Pero, por favor, ¿no cree que esa "tocata" ya está pasada de moda? ¿Qué quiere ahora, encarnarse en la figura de un nuevo Lizondo? Mire usted, ese anticatalanismo que hemos vivido durante tantos años, alentado por ustedes desde la transición, sólo ha servido para que el País Valenciano haya perdido mucho tiempo, muchas oportunidades de colaborar con Catalunya y las Baleares en proyectos comunes para mejorar nuestro desarrollo económico en determinados sectores, conjuntamente. Sólo la estulticia de quienes no han sabido hacer otra cosa que enfrentarnos con nuestros vecinos ha hecho imposible muchos proyectos que hubiesen podido ser muy beneficiosos. Eso en el terreno económico. No hablo del cultural porque a ustedes, eso de la cultura, les parece cosa más bien de "rojos". Me refiero a la nuestra, a la valenciana.
No nos salga ahora, don Esteban, por ese registro del anticatalanismo. ¡Por favor! No venga a remover esas aguas que ya no sirven. Y además se han quedado sin la principal agitadora que ha pasado a dirigir un panfletito que ni pincha ni corta. Hágame caso, don Esteban. ¡Déjenos en paz!
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