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Columna
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Nueva Euro Visión

El mundo es una comunidad de vecinos donde nadie se pone de acuerdo ni para bajar la basura. Para empezar, la Unión Europea busca una idiosincrasia común entre sus países miembros, mientras sus ciudadanos no terminan de aclararse con el euro ni con el número de estrellas de la bandera. El sentimiento de nacionalismo no prende en los inquilinos del Viejo Continente, a pesar de los esfuerzos conciliadores de la Agencia Espacial Europea y la ley Bosman. Una reciente encuesta efectuada por diversas fundaciones y medios de comunicación europeos, entre ellos Le Monde, La Stampa, Frankfurter Rundschau y EL PAÍS, entre 6.000 personas en España, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y Polonia, les instaba a escoger al personaje que mejor representase la identidad del continente. "Los 18 primeros nombres más votados nos hacen pensar en una identidad europea aún incierta, constituida por votos nacionales que, más que confluir, cohabitan", aseguran los historiadores franceses Philippe Joutard y Jean Lecuir. Para el 20% de los españoles la persona que mejor representa su idea de Europa es José María Aznar, cuya política exterior es criticada por el 80% restante tanto en las calles como en los medios de comunicación que no controla el Gobierno.

La imparable amenaza estadounidense sobre Irak, por un lado manifiesta la incontestable superioridad de los estadounidenses, pero por otro pone a la Unión Europea en el primer plano del conflicto internacional, la sitúa al otro lado del espejo del océano como inevitable interlocutor, la transforma en un participante obligado. Europa se enfrenta entonces a su gran reto como Unión más allá de celebrar cumbres semestrales y Eurovisión. La respuesta fragmentada del Viejo Continente respecto a la guerra ha desnudado su división interna, la escasa sintonía política entre sus países. A este desencuentro se ha añadido el divorcio entre la sociedad y el Gobierno de algunas naciones, entre ellos España.

Menos de la mitad de los estadounidenses está a favor de un ataque a Irak sin el beneplácito de Naciones Unidas. A pesar de que la sociedad norteamericana esté mucho más compenetrada entre sí y con su Gobierno que la europea, Bush ha abierto una fisura planetaria. El presidente estadounidense está dispuesto a bombardear Irak sin el consentimiento de la ONU, rompiendo así no sólo con la opinión mayoritaria de su pueblo (que también lo hace Aznar), sino con la del máximo organismo mundial.

En este clima de desafinación nacional e internacional, triunfan otro tipo de vínculos entre los países. Nosotros, por ejemplo, nos sentimos europeos cuando viajamos por el continente aunque nos haya caducado el pasaporte, cuando nos encontramos un Zara en Atenas, cuando nuestra compañía de telefonía móvil nos da un saludo y cobertura al cruzar la frontera. Los jóvenes europeos intercambian sus países a través de las Erasmus y el Interrail, el fútbol crea sus competiciones y organismos continentales, e incluso el mundo de la canción va a estrenar un nuevo concurso. Chenoa será la esperanza ibérica en Eurobest, un festival donde competirán alumnos de las academias de nueve países europeos.

Tanto la competencia de Europa respecto al resto del mundo, especialmente Estados Unidos, como las pequeñas rivalidades internas, artísticas o deportivas, van afianzando una personalidad europea. Pero todavía hace falta mucho tiempo hasta que los habitantes de la Unión nos sintamos "nacionalmente" hermanados. Las filiaciones que nos aúnan son todavía débiles y esporádicas, sentimientos intermitentes encendidos por un antagonismo. Los intentos de europeización promovidos por la UE no dan del todo resultado y, desde luego, Chenoa le hace a uno querer nacionalizarse neozelandés.

En resumen, Estados Unidos no se entiende con el resto del planeta y Europa no se aclara consigo misma. La Tierra puede parecer una uniforme aldea global porque cada vez más personas comen la misma hamburguesa, ven las mismas películas o practican los mismos deportes, pero es tan sólo un común escenario donde transita gente que muchas veces no se debe emocionalmente a su Gobierno y mucho menos a una organización supranacional. La gran comunidad de vecinos del mundo comparte comedor, sala de vídeo y pista de tenis, pero todos recelan y conspiran en el interior de sus habitaciones. Y la basura sin bajar.

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