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DON DE GENTES
Columna
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Un par de narices

NO ES POR TIRARME el moco pero creo que le doy un aire -lejano, ¡ya lo sé!- a Nicole Kidman. Ya sé que ella es el doble que yo de larga y la mitad que yo de ancha, sé que no soy pelirroja, aunque eso en la actualidad, con la calidad de los tintes (que lo diga Lolita), no es problema. No tengo esa piel blanquísima, como iluminada por dentro, ni su cuello de gacela, ni sus pómulos de gata caliente, pero le doy un aire, qué caramba. No miren, por Dios se lo pido, la foto de arriba porque, me lo dicen todos mis tenderos: no me hace justicia. A mi santo le gusta siempre añadir que es que yo a los tenderos los tengo comprados. Humor británico de Jaén. Realmente la gran diferencia que yo tenía con Nicole Kidman de siempre, la más visible, era la nariz. Yo tengo una nariz etrusca, por decirlo finamente, y Nicole tiene un pegotillo. Por cierto, fíjense que cuando habla se le mueve la puntita, cosa que a mí me hace pero que mucha gracia. Se lo he consultado a mi profesora de fitness facial por si me pudiera enseñar a mover un pelín la nariz mientras hablo, lo encuentro hipersensual, y me ha dicho que dadas las dimensiones de mi nariz lo mejor es que no se mueva. Pos vale. Ahora mismo me está enseñando a mover las orejas con fines higiénicos. Va lenta la cosa porque yo las orejas no las había movido nunca. Que no me había visto en la necesidad, vaya. Mi profa dice que una persona bien entrenada puede llegar a prevenir la formación de molestos tapones. Y a mí me viene muy bien porque soy propensa. Tiendo a la sordera. Por eso no se me dan bien los idiomas, porque tengo una discapacidad. Nunca lo había dicho porque no me gusta ir presumiendo. Yo, a las dos únicas personas a las que he visto mover las orejas a su libre albedrío han sido Eulalia Ramón, que acaba de volver de Francia de rodar una película con Eduardo Noriega, que, desde aquí lo digo: en la actualidad es el tío más guapo que hay en España (y Eulalia me apoya), y el otro virtuoso de las orejas es Antonio Gasset, que me hizo una noche una demostración y me impresionó, a qué negarlo. Encuentro que Gasset, para culminar uno de sus speechs surrealistas que se marca en Días de cine, podría mover un poquito sus orejas. Es una idea que lanzo, luego cada uno es muy libre.

A lo que iba, que la gran diferencia entre Nicole y yo era la nariz, y ahora, por esos milagros del séptimo arte, está subsanada, porque le han puesto un pedazo de napia para hacer de Virginia Woolf en La horas que te cagas. En esa secuencia en que Virginia se introduce en el río a fin de autosuicidarse, lo que uno piensa es que con semejante nariz no necesitaba meterse dos piedras en los bolsillos para irse al fondo. Mi hijo me dijo que a ver si lo que pasa es que yo, a quien me parezco de verdad, es a Virginia Woolf. No le crucé la cara porque no llego, pero otro día me voy al baño a por el taburete, fíjate lo que te digo. El niño se pasa la vida recordándome que le di un tortazo cuando era pequeño porque se metió tres veces en el mismo charco. Me tiene cogido el punto y sabe que cuando me acuerdo me siento culpable y le subo la paga. Cuánto ha cambiado el cuento. Yo le pedía a mi padre que me subiera la paga y, a consecuencia de tal reivindicación, me daba un tortazo.

Sea como fuere, Las horas es un peliculón de tres pares de narices (por seguir ahondando en el tema). Mi santo y yo nos fuimos a casa perturbados. No se puede trabajar mejor que esas diosas: Meryl Streep, Julianne Moore o mi doble, Nicole. Cuando llegué a casa fui a darle el beso de buenas noches a mi niño. Le conté la película, y me dijo que a un escritor le conviene suicidarse en vez de morir por muerte natural porque eso lo mitifica. No le crucé la cara porque nunca me ha gustado darle cuando está tumbado. También le recomendé el filme a mi editora Amaya Elezcano la otra tarde, que salimos a dar una vuelta después de comer para despejarnos, porque en mi casa, te echamos de comer y luego te llevamos a la zona Chill-Out (el salón), y tienes que dormir la siesta, y si no te gusta, se siente, haber pegado la gorra en casa de otro escritor. En la calle nos parábamos para que Chiquitín le oliera el culillo a sus camaradas. Estoy buscándole novia. Desde aquí lo digo: "Se cruza perro mítico". Y en éstas estábamos cuando nos encontramos a David Trueba en la librería Antonio Machado, centro de tertulia de los que vivimos del cuento, y me recomendó un libro: 84, Charing Cross Road. Me ha gustado mucho, sí, señor. Le deseé suerte con Soldados de Salamina. Mi hijo, que también venía, me dijo que de mayor le gustaría ser como Trueba para "vivir" (qué eufemismo) con Ariadna Gil. La primavera hace mucho daño a las mentes tiernas. Y en esto me llamó Top Mantilla para decirme que no sabía si iba a tener que viajar a Galicia para cubrir el hermanamiento histórico entre la Fundición Cela y la Fundición Alberti. Cómo me hubiera gustado que EL PAÍS me mandara como enviada especial a tan emotivo evento. Así mismo se lo dije a mi santo. Y me dijo: "Cuanta menos relación tengas con viudas, mejor, que tú siempre aprendes to lo malo". Me lo dice Bicoca: ese hombre no te da alas.

Fotograma de <b><i>Las horas,</b></i> con Nicole Kidman en el papel de Virginia Woolf.
Fotograma de Las horas, con Nicole Kidman en el papel de Virginia Woolf.

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