Los nuevos frutos de la Baobab
La decoración del club simulaba el interior de un baobab, el majestuoso árbol, símbolo del África tropical. El lugar: un sótano de la calle de Jules Ferry, en pleno barrio europeo de Dakar, junto a la plaza de la Independencia -obtenida por Senegal en 1960-. Un lugar exclusivo para las reuniones de los políticos con empresarios y diplomáticos extranjeros y las citas con sus novias. La etiqueta, imprescindible: traje y corbata o el tradicional bubú. Si algún músico contara lo que vieron sus ojos se podría completar una suculenta crónica rosa. Por ejemplo, aquella tarde en que la mujer de un ministro le arreó un bofetón de órdago a su marido tras pillarle en la pista de baile con otra mujer.
Para la inauguración del Baobab, en 1970, los dueños le encargaron a Baro Ndiaye que montara una orquesta. El saxofonista se trajo del club más popular, el Miami, al guitarrista Attisso y a los cantantes Sidibe y Gomis, y reclutó a un joven de voz y presencia espectaculares, Laye Mboup, figura del teatro Sorano.
La Baobab era una orquesta panafricana. Balla Sidibe (voz y timbales), Rudolphe Rudy Gomis (voz y maracas) y Charlie Ndiaye (bajo) provenían de la Casamance, hermosa región del sur de Senegal, que comenzaba a sentir la agitación de un movimiento independentista y que ahora está sembrada de minas; el guitarrista Barthélémy Attisso había llegado de Togo; el origen de Issa Cissoko (saxo) y Mountaga Kouyaté (percusión) estaba en Malí; el clarinetista y saxo alto Peter Udo era de Nigeria; los cantantes Laye Mboup y Ndiouga Dieng, wolof, la etnia mayoritaria en Senegal.
Bajo la presidencia de Léopold Sedar Senghor, la nueva élite local acudía a bailar a los numerosos clubes nocturnos: Calypso, Balafon, Moulin Rouge... La música cubana era tremendamente popular en África occidental y central, desde la década de los cuarenta, y la Baobab iba a convertirse en la sensación de aquel Dakar poscolonial. Estrellas de una salsa sugerentemente africana: nadie ha igualado ese delicado perfume que exhala su híbrido de ritmos afrocubanos y melodías de las tradiciones senegalesas (mandinga, diola y wolof).
Poco importó que el club cerrara sus puertas en 1979: los músicos se mudaron al Ngalam. Y era habitual su presencia en las recepciones oficiales. Tocaron en París durante la boda de la hija de Pierre Cardin y para Sekou Touré, presidente de Guinea. A principios de los ochenta, era uno de los grupos más conocidos y mejor remunerados del oeste de África. Se embolsaban 1.800.000 francos CFA por noche (unos 3.000 euros al cambio).
Hasta que un veinteañero les retiró de la circulación. El percusivo mbalax urbano de Youssou N'our y su Étoile de Dakar, surgido en la vieja Medina de los tradicionales tambores sabar, y libre de connotaciones coloniales, conectaba mejor con las aspiraciones de la calle. La Baobab colgó el cartel de cerrado. Attisso regaló su guitarra a un amigo y regresó a Togo para trabajar como abogado; Gomis pasó a dirigir una escuela de idiomas. Nadie imaginaba que volverían a tocar algún día.
En 1989, el productor de Buena Vista Social Club, Nick Gold, publicó en su sello Pirates choice, originalmente Werente. Gold volvió a editarlo en 2001, esta vez con todo el material de aquellas cintas grabadas en cuatro pistas. El cuadernillo encierra imágenes de guateques del fotógrafo maliense Malick Sidibé y un texto de Charlie Gillett: "Lleva al oyente a otra época, de regreso a una sesión de grabación mágica, en la que los músicos caen sin esfuerzo en unos ritmos relajados... Sin presiones, sin pretensiones".
Gold les ha reunido 10 días en un estudio de Londres para grabar Specialist in all styles -expresión sacada de los carteles de las barberías senegalesas- y recrear la vieja magia con ayuda del ingeniero de sonido Jerry Boys. Paradójicamente, quien les asestó el golpe que parecía definitivo, Youssou N'Dour, no sólo coproduce el disco, sino que canta junto al cubano Ibrahim Ferrer en Utru Horas, un clásico de la música africana, rebautizado con el título de Hommage à Tonton Ferrer.
Tocan como si nunca hubiesen dejado de hacerlo. El abogado Barthélémy Attisso, que aprendió para pagarse los estudios universitarios, ha desenfundado la guitarra; Issa Cissoko descolgó por fin su saxo tenor de la pared. Y los cantantes -Sidibe, Gomis, Dieng y Medoune Diallo más el novato Assane Mboup- ofrecen un amplio abanico idiomático. Incluso cantan en los conciertos sus nombres y los de sus esposas: el problema se plantea al llegar a Ndiouga Dieng, que tiene tres.
Su reencuentro con el públi-
co senegalés tuvo lugar en Saint-Louis, la antigua capital del África occidental francesa, bañada por el río Senegal y el Atlántico, el pasado mes de junio. Gomis cree conocer la clave del entusiasmo con el que se les ha recibido: "En cuanto oyes a los Dire Straits sabes que son ellos y debe de ocurrir lo mismo con Baobab". Podría dar la impresión de ser otra jugada del astuto Nick Gold para satisfacer oídos occidentales y engordar su cuenta corriente. Gomis lo matiza: "En Senegal hace tiempo que nos pedían que nos juntásemos, pero no había medios. Siempre me preguntaban cuándo íbamos a grabar un disco nuevo". En realidad nunca dejaron de estar ahí. Agazapados entre el mbalax y el rap, los casetes piratas mantuvieron viva su música.
Se cuenta que los griots -músicos y depositarios de la historia- eran enterrados en el interior de los troncos de los baobab. La orquesta que se extinguió hace quince años vuelve hoy a dar frutos carnosos. El viejo y sabio baobab, al que se le atribuyen poderes curativos, se regenera.
Orchestra Baobab. Actúa los días 12 y 13 de marzo en Madrid (Caracol), el 14, en Burjassot, Valencia (Casa Cultura); el 15, en Valladolid (Ambigú); el 18, en San Sebastián (Gasteszena); el 20, en Murcia (Auditorio), y el 21, en Barcelona (La Paloma).
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