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Crónica:CRÓNICA EN VERDE
Crónica
Texto informativo con interpretación

El agua de la vida

La nutria conserva en el Campo de Gibraltar una de sus últimas poblaciones costeras

En el extremo sur de la provincia de Cádiz se localiza uno de los mosaicos naturales más interesantes de nuestro país. En pocos kilómetros podemos pasar de una extensa playa sin urbanizar a un bosque de viejos quejigos adornados por un matorral en el que abundan especies propias de latitudes tropicales, o de un acantilado costero salpicado de lentiscos a una frondosa aliseda en un río de montaña.

El agua es la que, en definitiva, modela esta biodiversidad. Las sierras que componen el cercano Parque Natural de los Alcornocales, y que se extienden hasta casi tocar las costas de Tarifa, interrumpen el avance de los vientos húmedos del Atlántico, haciendo que descarguen con generosidad las lluvias que acarrean hacia el interior del Valle del Guadalquivir.

Incluso en pleno verano se hace palpable la presencia del agua en el ambiente por efecto de las denominadas "precipitaciones ocultas", fenómeno en el que intervienen las frecuentes nieblas que empapan, por condensación, los suelos. De esta manera, este extenso territorio serrano actúa como un gran aljibe del que se abastecen los principales núcleos de población gaditanos, y aún en los periodos de más intensa sequía la actividad de la flora apenas se ve afectada, como revelan las imágenes de los satélites de reconocimiento, al contrario de lo que ocurre en otras muchas comarcas forestales del sur peninsular.

Una densa red de arroyos, muchos de ellos de humilde tamaño, surca estas tierras. En el tramo de costa comprendido entre Punta Paloma (Tarifa) y la ciudad de Algeciras desembocan hasta treinta de estos pequeños cauces que, en la mayoría de las ocasiones, no superan los diez kilómetros de longitud. Estos cursos de agua dulce se agrupan en las cuencas de los ríos del Valle, de la Jara, de la Vega, Pícaro, Guadalmesí y de la Miel, en donde desarrollan sus investigaciones un grupo de especialistas del Departamento de Biología Ambiental de la Universidad de Huelva.

El examen científico de estos arroyos ha revelado la presencia de una interesante población de nutria costera, posiblemente una de las últimas que sobreviven en nuestro país. Aunque hace años esta especie se localizaba en numerosos cauces cercanos al litoral, la intensa urbanización de estas zonas hizo que fuera desapareciendo de ellas hasta convertirse en una rareza.

Aunque se desenvuelve bien en tierra firme, a donde acude para descansar o criar, la nutria se encuentra estrechamente vinculada a los ambientes acuáticos, de los que obtiene el 95 % de sus presas. Necesita agua dulce para, entre otras cosas, mantener las propiedades aislantes de su pelaje pero, al mismo tiempo, es capaz de internarse en el mar para completar su dieta. De esta manera, como han comprobado los biólogos onubenses, consume especies presentes en los ríos de la zona, como la anguila, y, al mismo tiempo, peces y crustáceos de los que frecuentan las zonas rocosas del litoral.

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Pero, en contra de lo que pudiera parecer, estas presas no son las que hacen posible la supervivencia de las nutrias costeras, ya que es el cangrejo rojo, una especie exótica que ha terminado por colonizar numerosas zonas húmedas, la principal fuente de alimento para estos mamíferos. Es muy posible, apuntan los expertos, que la abundancia de esta variedad de cangrejo haya servido para moderar el impacto que en la dieta de las nutrias ha ocasionado la desaparición de algunos de los peces autóctonos que poblaban estos ríos.

Vista la singularidad de estos cauces gaditanos, en los que aún se mantienen frágiles poblaciones de peces endémicos como el cachuelo o la colmilleja, y la importancia de los mismos para la supervivencia de la nutria costera, los especialistas de la Universidad de Huelva reclaman la protección de estos frágiles enclaves frente a los intereses urbanísticos que los amenazan, particularmente agresivos en el entorno de la playa de Los Lances.

Al mismo tiempo deberían conservarse las pozas mayores de cada río, en las que, durante el verano, se refugian los peces esperando el retorno de las lluvias y con ellas la posibilidad de volver a colonizar la totalidad del cauce. En este caso debería regularse el uso de estos depósitos por parte de los ganaderos de la zona, habilitando abrevaderos alternativos.

También habría que ordenar el aprovechamiento agrícola de algunos de estos arroyos, cuyos recursos soportan extracciones que, en algunos casos, impiden el mantenimiento de unos caudales mínimos, como suele ocurrir en el Guadalmesí, en el Marchenilla o en el de la Miel.

En definitiva, lo que se plantea es un uso racional del agua, de manera que ésta pueda seguir desempeñando un papel clave en el mantenimiento de la biodiversidad y no se convierta en un mero recurso productivo.

Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es

La extinción oculta

Un silencioso proceso de extinción se vive, desde hace años, en ríos y otras zonas húmedas de Andalucía. Un buen número de peces autóctonos pugnan por sobrevivir frente a numerosas agresiones. Algunos han perdido ya esta batalla. Especies migradoras que abundaban en cauces de la región, como sabogas, sábalos, lampreas o esturiones, han dejado de pertenecer a la ictiofauna andaluza o sólo mantienen poblaciones ridículas, condenadas a la desaparición.

La excesiva regulación y aprovechamiento de los cauces, incapaces de mantener unos caudales mínimos, la contaminación de las aguas, la construcción de barreras insalvables para este tipo de animales, o la introducción de variedades exóticas que terminan por invadir los espacios que antes ocupaban las especies autóctonas, son los principales factores que intervienen en este proceso.

A pesar de su reducido tamaño y de las oscilaciones estacionales que sufren sus caudales, los ríos y arroyos del Campo de Gibraltar albergan cuatro especies, autóctonas, de peces continentales. Tan sólo la anguila parece a salvo de ese proceso de extinción, ya que tanto el cachuelo como la colmilleja, endemismos ibéricos, y el barbo, endemismo del sur peninsular, sobreviven a duras penas.

El barbo ya ha desaparecido de los ríos de la Jara, del Valle y Guadalmesí. Las abusivas tomas de agua que se llevan a cabo en las cabeceras de estos cauces hicieron desaparecer algunas pozas que eran vitales durante el periodo estival, circunstancia que se sumó a un dilatado periodo de sequía (1992-1995) y a una marea viva que penetró en el Guadalmesí arrasando la poza que se encontraba más cerca de la desembocadura.

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