Velluters
"Degradado y marginado en el presente, como escondido por el resto de la ciudad". Así describía la estudiosa Trinidad Simó, hace exactamente un par de décadas, el barrio de Velluters. Las seis escuetas y concisas páginas que le dedica en su Guía Urbana y de arquitectura del centro histórico de la capital de todos los valencianos son el referente literario de un retrato realista cargado de afecto. Barrio hermético condenado al olvido y al silencio: viviendas insalubres y descuido máximo, inexistencia de dotaciones, de jardines públicos, callejas estrechas por donde deambula una prostitución barata, sin tipismo, sin otra relevancia que la irrelevante permisividad. Pobreza y sordidez, escribía en 1983 la erudita Simó, en un barrio del que no se preocupó nadie en lo que a mejoras urbanas de cualquier tipo se refiere. Pero un barrio que se ha de descubrir y conocer porque es "un trozo de ciudad donde nada tuvo espacio más allá del trabajo y de la vivienda", porque en Velluters "la calle es calle con un intenso sentido de patio de vecindad".
Y a este barrio se acude una mañana cualquiera de cualquier domingo en que Valencia no luce su acostumbrado cielo turquesa; cuando reina la tranquilidad y el sosiego para fijar atenta la mirada en el estrecho solar abandonado y el balcón que se desprende, para imaginar los edificios de beneficencia y sanitarios que un día hubo y se demolieron, para entretenerse con el brote primaveral del geranio en la humilde maceta de la no menos humilde ventana, para saltar en el tiempo y contemplar a centenares de valencianos trabajando cuidadosamente, la seda que llegó con el Islam y sirvió a los cristianos para sustentar sus vidas. Y para olvidarse uno de la fritura bulliciosa y multitudinaria de las paellas que se preparan en ese otro lado de la ciudad que abre el cauce seco del Turia de plata. Da como pena que la sabrosa paella convierta lo serio en materia trivial. Pero no llegan a Velluters los olores del sofrito, ni el estruendo verbal de la discusión hídrica entre los romanos de derechas en el poder y los cartagineses en la oposición. La ciudad esconde el barrio y el barrio se esconde de la ciudad.
Y el barrio esconde también desde hace nada unas construcciones escolares que quizás representen el umbral que permita su recuperación urbana o la salida del abandono y el olvido. Cuando se tuerce una de esas callejas estrechas, tropieza uno con el recién inaugurado Conservatorio Profesional de Música y con la nueva Escuela de Artes y Oficios. Líneas rectas y arquitectura funcional en medio del barrio irrelevante y olvidado. Estética y brillo en un entorno que carece de ambos. Sangre joven que acudirá y animará con su presencia y estudio unas callejas sin tipismo. Música, nuevos diseños y, quizás, nuevas rehabilitaciones de tanta casa humilde y pequeña en un barrio obrero y artesanal. Ni estuvo mal ideada la ubicación de los dos nuevos centros docentes, ni les falta mérito a los arquitectos que dibujaron el proyecto. Y quien en silencio recorre las calles viene a concluir que, con actuaciones de este tipo por parte de las distintas administraciones, igual cualquier día Velluters deja de ser un barrio sin referencias que la ciudad esconde. Deja de ser el barrio sin jardines ni recodos, sin la pobreza y sordidez que esconde el abandono, como explica Trinidad Simó en pocas páginas. Un barrio con mucha historia valenciana y urbana, que no se puede olvidar.
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