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Crónica:NUESTRA ÉPOCA.
Crónica
Texto informativo con interpretación

Europa 2023

Timothy Garton Ash

La cuestión más importante para Europa en 2023 era Irak. La pregunta era: ¿debía Irak ingresar en la UE? Turquía, miembro de la UE desde hacía más de una década, presionaba fuertemente a favor de la candidatura iraquí. Al fin y al cabo, Irak había sido una democracia, si se le puede llamar así, durante casi 20 años. Su petróleo era vital para la prosperidad europea. A los kurdos en Irak y Turquía no les gustaba la idea de ser divididos por lo que amargamente denominaban el muro de Bruselas de la UE. Mohammed Ademi, secretario general de la poderosa Asociación de Musulmanes de Europa (AME), describía la inclusión de Irak como "una necesidad histórica". Ademi sostenía que el ejemplo de otro país mayoritariamente islámico entrando en la comunidad europea de democracias no podría sino ayudar a la modernización en curso en Oriente Próximo. E Irak podría ser otro puente hacia los todavía turbulentos miembros asociados de la UE, Israel y Palestina.

Algunas de las políticas más indignas de la década de 2010 tuvieron que ver con campañas populistas en contra de los musulmanes que vivían en la UE
A principios del siglo XXI, Europa se había convertido en uno de los mayores imperios del mundo, pero era un imperio de una nueva especie y sin emperador
Europa en 2023 no era un nuevo modelo triunfante de unión federal, como algún padre fundador había esperado, pero se las arreglaba bastante bien

Algunos anticuados cristianodemócratas europeos objetaban que Irak no era un país europeo. "La idea es totalmente ridícula", declaró el profesor Romano Prodi, ex presidente de la Comisión Europea, de 84 años de edad. Pero la Unión Europea ya había cruzado las fronteras geográficas, históricas y culturales tradicionales de Europa que desde el siglo XIV al XX se había identificado como la sucesora de la Cristiandad cuando decidió admitir a Turquía.

A principios del siglo XXI, Europa se había convertido en uno de los mayores imperios del mundo. Pero, como todos los imperios del siglo XXI, era un imperio de una nueva especie. Mientras que el imperio estadounidense estaba disperso por todo el mundo en una imponente colección de protectorados informales, unidos por rutas aéreas y terrestres, bases militares y fuerte influencia política y económica, el imperio europeo era un único espacio unificado de países contiguos territorialmente, formalmente ligados entre sí por un tratado constitucional. Se extendía desde el Atlántico hasta el mar de Azov y desde el cabo Norte hasta las montañas del Kurdistán. Con la admisión de Ucrania y Moldavia, en 2021, contaba con 37 Estados miembros y más de 600 millones de habitantes.

Su economía, con un volumen de 20 billones de euros, era la mayor del mundo, y superaba holgadamente a la de Estados Unidos. Cada nueva ola de Estados miembros, comenzando por los "tigres eslavos" de Europa Central y del Este, que se unieron en 2004, había traído una nueva inyección de dinamismo económico, que agitó las viejas economías estancadas y excesivamente protegidas de Europa Occidental. La eurocrisis de 2007, cuando la eurozona casi se hundió después de que el Reino Unido ingresara en ella, desembocó en una mayor flexibilidad del sistema monetario y en la creación de un Fondo Europeo de Solidaridad para las regiones más castigadas. La UE se benefició enormemente de ser el pivote entre la Zona Euroasiática de Libre Comercio (Eurafta), que, por supuesto, incluía a Rusia, y la Zona Transatlántica de Libre Comercio (Trafta), con las Américas.

Imperio sin emperador

Sin embargo, éste era un imperio sin emperador. No tenía un mando central ni una única hegemonía. Por tanto, carecía de varios de los atributos tradicionales del poder imperial. Se parecía mucho más al Primer Reich, el Sacro Imperio Romano medieval, que al segundo (el de Bismarck), y no digamos al tercero (el de Hitler). Algunas personas lo llamaban confederación, y quizá ese término era más exacto. En el comercio, las ayudas y las negociaciones medioambientales, era un actor formidable. La serbia Gordana Dragovic, una pelirroja muy batalladora con un máster en administración de empresas por Harvard, era respetada e incluso temida en todo el mundo como comisaria de comercio de la UE. Pero el imperio seguía sin tener una política exterior y de seguridad común efectiva. Cuando se trataba de hacer frente a grandes crisis fuera de la UE, especialmente aquellas que podrían requerir una acción militar, las negociaciones clave se seguían llevando entre Washington, Londres, París, Berlín y otras capitales nacionales, así como Bruselas. La UE seguía teniendo tres presidentes distintos: los del Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Parlamento Europeo. Aunque el inglés era la lengua de trabajo cotidiana de la UE, la política democrática de la Unión se llevaba a cabo en más de 20 idiomas diferentes.

Podría decirse que el gran avance se produjo entre los años 2004 y 2009, bajo la célebre presidencia de Tony Blair (Consejo), José María Aznar (Comisión) y Bronislaw Geremek (Parlamento). Tras la adopción de un tratado constitucional de mínimos en 2004, estos tres estadistas reconocieron que el sello de una unión todavía mayor de pueblos de Europa tenía que seguir siendo la diversidad. El objetivo ya no era crear una especie de Estados Unidos de Europa que rivalizara con los Estados Unidos de América como una segunda "nación mundial" (tal como un ex ministro de Asuntos Exteriores francés, Hubert Védrine, había sugerido de manera inverosímil). Más bien se trataba de mantener la cohesión y un sentido de propósito común en una comunidad tan diversa; resolver lo que las naciones europeas debían hacer juntas para poder hacer el resto mejor por su cuenta. Llegado el momento, la diversidad demostró ser, como siempre había sido, la mayor fuerza de Europa, a la vez que su mayor debilidad. La competencia de los diversos modelos nacionales en educación, Seguridad Social, atención sanitaria, tráfico y otras áreas produjo lo que el gurú de la administración de empresas Torsten Wannamaker denominó "una espiral ascendente de fijación de parámetros".

Principales problemas

Los problemas clave siguieron siendo políticos y culturales. Las rivalidades nacionales todavía complicaban el funcionamiento de la Unión. Los electores se alejaban cada vez más de la política, percibida como una lejana competición por el poder entre gente que no representaba una alternativa ideológica más profunda. Los partidos políticos se parecían cada vez más a equipos de gestores que se alternaban para dirigir una empresa pública, y a la mayoría de los accionistas les daba pereza votar. Los grupos extraparlamentarios de todo tipo cobraron fuerza.

Al mismo tiempo, Europa seguía estando mucho peor que Estados Unidos en lo referente a la integración de los inmigrantes, que continuaban afluyendo desde el otro lado del Mediterráneo, y a los que la envejecida población nativa de Europa necesitaba para pagar sus pensiones. Algunas de las políticas más indignas de la década de 2010 tuvieron que ver con campañas populistas en contra de los musulmanes que vivían en Europa, especialmente después de que la admisión de Turquía elevara su número hasta casi los 100 millones. "¡Hay que elegir entre Alá o Europa!" era el eslogan de Norbert Pützel, líder del derechista Partido de la Cultura Alemana (DKP). Afortunadamente, estas tendencias fueron contenidas a la larga, en un contexto de creciente prosperidad y con la llegada de nuevas generaciones de jóvenes europeos en quienes los prejuicios raciales se habían reducido en gran medida gracias a los viajes, las amistades de infancia y la total inmersión en la cultura popular estadounidense.

Europa en 2023 no era un nuevo modelo triunfante de unión federal, como algunos de sus padres fundadores habían esperado 70 años antes. Pero se las había arreglado bastante bien.

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