La Universidad consagra la ética torera de Antoñete y Vidal
Chenel recibe el premio que recuerda al crítico
El Colegio Mayor de San Pablo juntó ayer un cartel de lujo -Antoñete, Esplá y Rincón- y congregó a aficionados, profesores, periodistas y alumnos para rendir tributo a la ética y la dignidad torera de dos maestros: Antonio Chenel, Antoñete, y Joaquín Vidal. El Círculo Taurino Universitario Mazzantini ha dado a su prestigioso premio el nombre del cronista de EL PAÍS -fallecido en abril de 2002-, y en la primera edición ha sido para Antoñete.
El I Premio Joaquín Vidal, ex Premio Mazzantini, constituido en la defensa de la pureza de la fiesta, se entregó ayer durante un acto emocionante y generoso: se abrió con la laudatio de Antoñete a cargo del colegial Ignacio Cartagena, luego hubo sendas y breves lecciones magistrales de Chenel, Esplá y Rincón con el micrófono, ovaciones para los ocho participantes y, al final, hasta un aviso, el que lanzó el director del colegio mayor, Javier Galiacho, al ex presidente de Las Ventas, Luis Espada, por alargarse en el vibrante recitado de poemas y fandangos.
Se trataba de rendir homenaje a Vidal y Antoñete, pero sobre todo de festejar un talante común que cada uno ejerció en su campo: torería, honradez, autenticidad.
Ése, dijo Galiacho, es el sello que inspira este premio taurino que se empezó a entregar en 1991 en honor "del torero más culto y polifacético de la historia", Luis Mazzantini, nacido en Elgóibar, Guipúzcoa, de padre italiano, que además de hombre exquisito y fiero estoqueador fue tenor, empresario del Teatro Real, gobernador civil y factor en la estación de Caudete (Albacete).
El premio lo han recibido, en las siete ediciones anteriores, Juan Antonio Arévalo, Pablo Romero, Luis Espada, Esplá, Vidal, Curro Romero y Rincón.
Ayer, ya con la denominación "Joaquín Vidal", lo recibió Antoñete, que lo agradeció en corto, por derecho y con la voz cristalina (ha dejado de fumar hace un mes tras una bronquitis de un año): "Este premio es una emoción muy grande. Y llevando el nombre que lleva, doble emoción".
Luego habló Arévalo, ex senador socialista y autor del reglamento limpio de 1985. Gran amigo de Vidal, trazó un perfil del crítico como un Quijote de la verdad y la hondura que escribe sólo para servir al lector. Y todo eso, dijo Arévalo, quizá podría resumirse en esta frase, tan vidaleña: "Para ser independiente no hay que deberle una lubina a nadie".
Esplá, torero, poeta, pintor y traductor de latín, entró al quite y dibujó su vacío sin Vidal en varias frases de cartel: "Hubiéramos tenido una gran amistad, pero nuestro sentido de la honestidad nos impidió ser amigos. Los dos odiábamos a los taurinos de medio pelo y amábamos el toro como material sublime de la creación torera. Siento no haberme retirado antes porque no he podido comentar sus crónicas con él ni oír sus anécdotas geniales. Y eso me hubiera garantizado una vejez sana y sin nostalgias".
Rincón, restablecido de su enfermedad hepática pero afectado de jet lag (llegó ayer de las Américas), declaró solemne: "Uno era un maestro de la escritura. El otro... El otro me dio la alternativa. Yo, cuando sea mayor, quiero ser Antoñete".
No todo eran toreros. Estaban también los compañeros de Vidal Camilo Valdecantos y Luis R. Aizpeolea. El primero lo llamó periodista de raza y recordó sus "crónicas-maravilla, escritas en dos horas en el chiscón del garaje Roma". Y el donostiarra Aizpeolea glosó una amistad tardía de Illumbe y de Las Ventas y elogió la penetración política de algunas piezas norteñas: "Escribía la verdad del torero y la verdad de la vida".
Don Luis Espada, antes autoridad competente y hoy aficionado cabal, al toro y al flamenco, dejó una letra por fandangos para Antoñete y un titular para el recuerdo ("Vidal es la ética del toreo"). Y cerró el homenaje el hijo del crítico, Joaquín Vidal, que trasladó el agradecimiento de su viuda, Pilar Peña, ausente por enfermedad, y desveló uno de los secretos mejor guardados del maestro: su torero preferido era Antonio Bienvenida.
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