Mirada a trasluz
SABOREAR LA INSIPIDEZ. Lejos de la paradoja, esta máxima del espíritu chino conduce a la esencia misma del sabor. La insipidez: el sabor que no siendo ninguno, puede serlos todos, el centro del que irradian todos los sabores. Y esa insipidez, estado que precede a toda diferenciación, es cualidad que trasciende al paladar. O el paladar se instala en el ojo. El pincel se carga de tinta desleída en gran cantidad de agua para pintar el paisaje insípido: los trazos se funden en las formas, la proximidad y la lejanía tienen la misma valencia, son reflejo la una de la otra. La realidad insípida flota. También en el paladar del oído.
Para expresar el sentimiento de plenitud que le embargaba, el poeta Tao Yuanming tañía un viejo laúd. El instrumento había perdido las cuerdas, sin embargo Tao Yuanming las rasgaba: el laúd contenía toda la música, la capacidad armónica de todos los sonidos. Y cualquier sonido habría roto la armonía esencial del poeta que, al esbozar el gesto de la mano sobre las invisibles cuerdas, convocaba la plenitud del silencio.
Salgo a caminar. Llevo la cabeza a caminar, o debería decir todas las cabezas. Se acerca el final de la tarde, la luz del sol ejerce su tiranía sobre la mirada y la arrastra por el horizonte. Cuando el sacrificio del sol se consuma siento que he asistido a una escena de caza. Entonces se hace el silencio.
Es la hora del lubricán, el reino de entreluces. Entre el lobo y el can, el interregno de luces y sombras. Ni can ni lobo. Uno ha dejado de ser y otro no es todavía. O, en la frontera del ser, ambos caminan juntos, fundidos uno en otro, un animal hecho de luz y de sombra. El animal indiferenciado viene y se retira a un tiempo, como un sonido: lo que queda del sonido que ya no está y, también, la antesala muda del sonido que se aproxima. En esta luz que no es luz, y en esta sombra que no pertenece a las sombras puras, leer es igual a escribir; escuchar igual a pronunciar.
El animal camina por el paisaje de piedras que, tocadas por las blandas almohadillas de sus pezuñas, pierden peso y rigidez, y parecen flotar. Se inclina a beber y lleva agua a su boca, saborea la insipidez. Veo al trasluz del animal, la radiografía del agua en una placa también de agua.
"Saborear el Brahman" dicen los indios que es rasa: el placer que se deriva del reconocimiento del origen, un origen que es energía en movimiento, metamorfosis.
Sabor, insipidez, el término que invade todos los sentidos dice mucho de nuestra naturaleza: en la boca comienza la digestión del universo, o a través del sabor, del único sabor, sentimos que una realidad pasa a formar parte de nosotros, receptáculo de nuestra propia metamorfosis.
Se escucha el primer aullido del lobo. Ha llegado la noche y con la noche, el miedo y las hogueras.
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