Vocabulario más o menos personal
Guerra.- Naturalmente, estoy contra la guerra, si me apuran, incluso contra la guerra defensiva, aunque para eso me han de apurar mucho. Pero las guerras de ayer y de hoy han tenido sus apologistas, antes y después de Darwin, quien, por cierto, no era nada amigo de la violencia. La guerra, se ha dicho, es el motor de la humanidad. Sacude la modorra, el estancamiento; y es el alma del avance científico y tecnológico. Infinidad de tecnologías reconocen un origen bélico y posteriormente han sido desarrolladas para fines pacíficos. Hay que tener estómago.
Me he empapado de la literatura en torno a la guerra contra Irak y sigo sin comprender. Que si el control del petróleo de la zona y más allá, hasta los rusos y países del entorno ruso. Peligro. Que si el factor religioso (Huntington reivindicado). Pero Irak no es Arabia y Husein es ateo o algo así. Armas de destrucción masiva: las hay aquí y allá; y en algunas partes, en manos de gentes más fundamentalistas que Sadam. (Tenía que ocurrir, un tratado de no proliferación nuclear, cuando algunos ya no sabían donde poner las bombas, no presagiaba nada bueno. O todos sin bomba o muchos con bomba). Con todo, destruir Irak significa poner en pie de guerra a mil doscientos millones de musulmanes, muchos de ellos ansiosos de inmolarse por la causa. Terrorismo, depresión económica profunda y duradera. La torta un pan. Esto lo sabe el Gobierno Bush y lo sabía antes de que se lo dijera Harvard. Pero como dicen los neohistoricistas inventando la pólvora, existen causas subyacentes que modifican la realidad facilona que todos vemos. ¿Fue Shakespeare fiel seguidor de la doctrina imperante o clarividente dinamitero de la misma? Uno sólo ve niños muertos, pero el petróleo -un recurso en vías de extinción y fácilmente sustituible con el dinero destinado a la guerra- no es la causa. La "filosofía" de una guerra así está por descifrar. ¿Marx? ¿Hegel? ¿Popper? ¿Los tres o ninguno de los tres?
Amistad.- Una de las palabras más bartardeadas del diccionario. Un conocido mío, cuarentón, entabló relaciones con una treintañera. El era un retraído y ella extrovertida y mundana. Le introdujo a su círculo de amistades, mayormente con punto de encuentro en cierto bar, pub o discoteca. El hombre, con tal ayuda, descubrió su sociabilidad y se sintió doblemente feliz. Un día descubrió que su ya para entonces coima había pasado por la piedra de toda la amplia tertulia; y con tanto gusto, que no le había hecho ascos a un generoso número de transeúntes a lo largo de los últimos veinte años. Al sujeto se le hundió el mundo y ella se mantuvo terne. ¿Acaso no le había introducido en el círculo de sus más duraderos amigos y amigas? Pues entonces. Pero mi papamoscas siguió acusándola de haberle puesto en ridículo delante de tan gran senado, rompió dolorido la baraja y ella se había quedado despechada y llorosa.
En mi juventud una joven tenía conocidos o tenía novio o prometido. Hoy, un amigo puede significar cualquier cosa menos amigo en sentido estricto. (No cabe amistad entre dos seres si uno desea al otro pero el otro no desea a uno. El sufrimiento de una de las partes, a costa de la otra, da lugar a una situación injusta, incompatible con el sentimiento de amistad). He descrito brevemente una situación a la que el neohistoricismo, tan exagerado en tantas cosas, le sacaría mucha punta. Una pequeña pieza oculta de la maquinaria social nos pone sobre aviso y nos proporciona un cabo de hilo para sacar un ovillo. Introducir ambigüedad en los términos promueve valores todavía vergonzantes del sistema. Habla que atiza la divagación no es neutra, sino que defiende lo que al status quo le interesa que sea promovido; en este caso, el mercado. Eufemismos que no son bomba atómica, pero sí cañonazos y ya se sabe que todo grano hace granero. Otro caso es el de la palabra amor, que lo mismo vale para un roto que para un descosido; y ahí está Tómbola y productos similares para testificarlo. Amor es el término más inicuamente prostituido del diccionario. No entraré en los detalles que la distinguen -en su uso habitual- del anterior, amistad. Esencialmente, cubren la misma función, si por cubrir entendemos encubrir. Sin amistades y amores proteicos, el mercado se hundiría en una crisis de la que sólo saldría si fuera capaz de hacer un esfuerzo ímprobo de readaptación. Lo agradecerían los pobres del tercer mundo y los menos pobres del segundo y también los del primero; que no son pocos los que aquí andan a la caza del euro y no para procurarse el amor y la amistad estilo glamoroso. En fin, el caso que he contado es verídico y casi me lo contó el coprotagonista de la historia. Me recordó a Arthur Miller, humillado y ofendido porque su cónyuge, la Monroe (me entretendría con la palabra mito pero me faltaría columna) le hizo compartir parties con un número indeterminado de antiguos amigos de cama.
Traslado.- Me he trasladado a otro piso, por razones que quisiera poder olvidar. Una huida de trescientos metros, pero con los suficientes vericuetos urbanos de por medio como para sentirme en tierra desconocida. Mi nueva vivienda es más espaciosa, pero con el traslado los objetos se multiplican, de modo que aun contando los que se pierden en el camino, aquí tengo menos sitio que allí. La física dirá lo que quiera pero yo seguiré dudando de la objetividad de las ciencias exactas. Convicción reforzada por la experiencia similar de otros "trasladados". Ahorraré más detalles de la odisea.
Curioso, incluso extraño. Descubro que me encuentro entre el número de quienes no son de una ciudad, sino de un barrio. Salen a trabajar lejos, a divertirse lejos, pero llevan el barrio dentro. Son nacionalistas del barrio, soy un nacionalista del barrio, aunque nunca me integré socialmente en el mismo. Buenas y adiós y muy poco más. Pero es el genius loci del lugar. Unas caras, unos edificios, unas tiendas, unas historias, unos ruidos, un tráfico, un paisaje. En sentido lato, es el ethos, en mi caso, peligrosamente lindante con el pathos. La edad reclama un marco estable. Mueves una piececilla del engranaje y cesa la anestesia y recuerdas el pasado, el presente y, sobre todo, el breve futuro. En mi vocabulario íntimo, la palabra traslado abre una profunda herida.
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