Talento de un luchador
Anteayer por la noche, en el madrileño teatro Calderón, la Compañía Andaluza de Danza celebró el Día de Andalucía con la puesta en escena de Bodas de sangre, de Antonio Gades. La ocasión dio pie a un sentido homenaje al coreógrafo, que recibió en escena una escultura de bronce de Miguel García y dijo un rotunto "¡No a la guerra!". El público se puso en pie para recibirle y al final de la función. Gades, con la sencillez que lo caracteriza, se puso a un lado de la escena para no restar protagonismo a la plantilla, un grupo de preparados bailarines, muy entonados y entregados. Es el precioso y consciente trabajo de José Antonio como director artístico del conjunto.
Bodas de sangre es una obra maestra y la piedra angular del ballet teatral flamenco. A casi tres décadas de su estreno, la pieza mantiene su frescura y posee la densidad de un clásico. La economía de recursos escénicos, el diáfano discurrir del argumento, la plasticidad de los grupos y el sobrio dibujo de los personajes solistas hacen de Bodas una joya sobre la que se ha dicho ya todo, pero que no deja de asombrar.
Y se recordaba otra ocasión memorable: la última vez que Gades lo bailó, junto a José Antonio y Aída Gómez, con el Ballet Nacional de España. Eran otros tiempos para la danza española. Hoy, José Antonio con su compañía da un ejemplo de seriedad en el trabajo y en el estilo. Son jóvenes, pero ya son excelentes artistas. Y la función tuvo muchos elementos emotivos: que Gades entre cajas siguiera la función, que el vestuario era el original de hace tantos años, y esos paños tienen sobre sí mucha vida, muchas veladas.
Antonio Gades, luchando tenazmente contra el cáncer, no ha dejado de trabajar, que es la mejor y más valiente forma de vivir. Sus ballets, que son pocos, deben verse, bailarse, estudiarse y mantenerse: un hermoso y potente patrimonio que siempre hace vibrar.
Babelia
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