Paellas por manifestación
Son tan tediosas y previsibles las primeras estocadas de esta larga campaña electoral que el ciudadano acabará por suplicar que le dejen con el mínimo de cerebro intacto necesario
Aguaceros
Los muy gubernamentales organizadores de la manifestación anunciada a favor del plan hidrológico nacional quizás no han reparado en que con el agua utilizada para la cocción de los miles de raciones de paella con que se proponen obsequiar a los asistentes, en la mejor tradición del nunca lo bastante añorado González Lizondo, quizás bastaría para salvar de la sequía algún que otro bonito green de los numerosos campos de golf que, a modo de oasis de acceso restringido, adornan las feraces tierras de nuestra comunidad, ya que se trata, más del deseo de que florezcan cien flores, de que le den al hierro golfo miles de futuros sergios garcías, y eso requiere de mucha infraestructura como entrante. Es sabido que la miseria del populismo consiste también en suponer bajo mínimos la inteligencia del personal. Una creencia que persona tan titulada como Paco Camps no debería incluir entre las muchas que le afligen.
Encomiendas
Ya era hora de que se reconocieran los muchos méritos de la esposa del cuñado de Cipriano Císcar en la proliferación -tan próxima a la metástasis- de sus numerosos testimonios fotográficos, algunos de ellos falsificados. Así que nada cuadra mejor a esta mujer tumultuosa que en vano trata de usurpar el lugar que no le corresponde que el lazo, la peineta o lo que diablos sea de Isabel la Católica como premio a la divulgación de esa cultura que ella ignora con el desarmante descaro de un Lluís Fernández cualquiera. A Isabel la Católica ya la deconstruyó a conciencia Dario Fo en uno de sus textos más correosos, y en cuanto a sus encomiendas, parece que también se la dieron en su momento, con lazo y todo, y seguro que con más fundamento, a Lola Flores, y acaso también a Mariano Ozores. Y tan contentos, oye.
Veo, veo
No parece que la ciudad de Valencia se haya visto conmocionada por esa especie de festival de aluvión que la alcaldesa le ha regalado a Toni Cantó, no se sabe bien por qué motivo ni a santo de qué razones, ni se sabe tampoco cuánto forraje ha costado acontecimiento tan desapercibido. Como la ciudad cuenta hasta con su Alicia particular para hacerse pasar por el país de las maravillas, es posible que ese invento del veo, veo cuente con una segunda y hasta una tercera cosita con su letrita, faltaría más, ya que esta tierra de artistas se ha convertido en ese lugar de paso artístico donde no hay listillo que no haga aquí su agosto antes de largarse a disfrutar del estipendio. Un festival de lo que sea no se improvisa así como así, y si no vean ustedes lo que pasa con Sagunt a Escena desde hace algunos años. Lo peor de las amistades de ocasión es que se presentan con sus gorrones amigos a cuenta de la invitación que se les hace.
Pasarelas pasajeras
Da lo mismo -salvo matices de mucha ornamentación pastosa- ver una pasarela u otra, la cibeliana, la gaudiana o la carmesiana, en ese tedioso desfile estacional de creatividad robótica donde la propensión racionalizada por lo estrafalario aspira a ocupar su sitio en el trono transitorio de las bellas artes. Telas, texturas, tejidos y diseños, incluso tetas de mucha nutrición, vienen a ser lo de menos en una demostración como de túnel de vestuario en una pasarela con sustento de aglomerados que se erige a la altura de la mirada aposentada, pero con música animosa y mucha iluminación indirecta, donde la figuración de apariencia humana finge desfilar de uno en uno en una resuelta demostración militar donde el esplendor del trapo en el clamor de su desdén es la bandera de conveniencia que nadie, ni siquiera la esposa del banquero imaginario que monopoliza la colección, vestiría nunca como lujoso disfraz de sus agobios de a diario.
El nombre de la cosa
Lo mismo va y nuestros políticos son grandes lectores de ficción que se saben de memoria aquella broma de García Márquez cuando dice que en Macondo el mundo era tan joven que las cosas carecían de nombre y para indicarlas había que señalarlas con el dedo. Aquí todo ese mundo de escaño se señala con el dedo admonitorio como si no tuviera mejor cosa que hacer para ejercitar su vocación de servicio, descendientes todos de Sant Vicent Ferrer, y cuando consiguen articular palabra es para farfullar que eso de lo que me acusas ya lo hiciste tu antes, y ello con una rotundidad que lleva a pensar al público que, al menos en eso, todos tienen algo de razón. El riesgo de caer en la creencia de que son más las cosas que unen a esta gente que las que los separan, basta para sugerir que alguien debe cambiar su estrategia palabrera si desea ser creíble. A fin de cuentas, votar sabemos todos.
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