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Reportaje:

Sospechoso inesperado

Àngels Piñol

Yo, cada vez que lo pienso, es que...". Manuel Rangel, de 51 años, deja de hablar, se palpa la cara y al final se contiene. Acaba de aparcar su coche en el recinto de Antex, una fábrica de estirado de hilo -en Lliçà de Vall, a unos 30 kilómetros de Barcelona-, para entrar en el turno de tarde. Es el único que se presta a hablar en un desfile silencioso de trabajadores, hartos ya de los curiosos y de las preguntas porque apenas hay respuestas. Manuel revela que es el tío de Juanjo, ese chico silencioso, cumplidor y apocado, a quien ayudó a entrar hace tres años a trabajar en la empresa, a quien enseñó a manejar las bobinas y le llevó tantísimas veces en coche desde Barcelona. Le cuesta creer que esta pesadilla sea cierta. Que Juanjo, Juan José Pérez Rangel, el hijo de su hermana, esté en la prisión Modelo acusado de asesinar a Maria Àngels Ribot, de 49 años, y a María Teresa de Diego, de 46, que aparecieron sin vida en un intervalo de 11 días (del 11 al 22 de enero) en un aparcamiento de la calle de Bertran, en el acomodado barrio barcelonés del Putxet, tan opuesto al de La Mina, de donde Juanjo procedía.

Un inspector asegura que éste se confesó culpable antes de que apareciera su letrada, y recuerda que las personas con psicopatías aparentan siempre normalidad
Todo empezó el día 11, cuando Juanjo había logrado una cita, a través de una agencia, con una rusa. Los agentes creen que quiso impresionarla, que necesitaba dinero...
Delgado, de 1,70, ojos azules, moreno y vestido con ropa deportiva, Juanjo dejó en diciembre su empleo de operario textil, donde cobraba unos 900 euros
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Tres jóvenes rechazan hablar y otro avanza a pasos rápidos hacia la puerta infranqueable de la fábrica: "Se veía buen chaval. No era problemático, y ahora me perdonarás, pero tengo trabajo". Es el primo de Juanjo, pero la frase no difiere de la que dicen sus amigos y vecinos. "No me lo creo: es como si me dijera que lo ha hecho mi hijo. ¡Si fueron juntos al colegio! A ver si el chico va a pagar el pato", dice Juan Martínez, de 52 años, del bar Levante, en La Mina. "No me cuadra. Ese chico es serio", insiste a su lado Roberto Santiago, de 28, repartidor de guías. "Se tomaba un café con leche o una caña y pasaba la tarde en el billar", dice Edu, dueño de un céntrico bar de copas de Barcelona. "Es el cliente que queremos todos: en tres años dejó a pagar dos consumiciones y luego las abonó".

Un joven discreto

Delgado, de 1,70, ojos azules, moreno, con entradas y vestido con ropa deportiva, Juanjo dejó en diciembre su empleo de operario textil, donde cobraba unos 900 euros. Tenía previsto empezar a trabajar, esta vez como administrativo (cursó esos estudios), en otra empresa. Sus aficiones eran las motos y el billar. A menudo jugaba con gente más joven que él. Muchas veces iba con el estuche de su palo colgado al hombro. Ese era su rasgo más singular. La gente lo menciona porque pasaba inadvertido.

El Juanjo que la gente conoce vivía en el barrio de La Mina, en el número 7 del paseo de Llevant, conocido por el paseo del Camarón por el busto que le dedicó el Ayuntamiento de Sant Adrià de Besòs en este barrio marginal, que se siente estigmatizado y filón para pagar las culpas de otros. Allí vivía con sus padres, Francisco José, un soldador que ha estado de baja por accidente laboral; su madre, Nemesia, empleada de la limpieza, y su abuela. Tiene un hermano mayor, transportista, y una hermana que trabaja en un banco y que le ha procurado la asistencia de un abogado. Una familia normal y corriente, que tiene una casa en Gelida, en la comarca del Alt Penedès (ahora registrada), entre viñedos, en el que hay un corralito y hortalizas plantadas.

La policía, sin embargo, habla de otro Juanjo. De alguien que sentía un rechazo frontal hacia La Mina, donde muchos taxistas no se atreven a ir. Cinco euros en taxi para entrar en un lugar cerca del mar, con vistas al cinturón del litoral, chimeneas y ahora a un paso de la nueva Barcelona del Foro de las Culturas. Juanjo fue al colegio Casaló y al instituto Túrbula. Creció y se distanció de su mundo. "No, no se le veía mucho", asiente la dueña de una verdulería. La policía dice que tenía gastos, que iba con motos caras, con mujeres de "buen ver" (cita a una colombiana y una estudiante de arquitectura), que iba a bares de alterne y que empezaba a tomar cocaína.

David, de 34 años, ex encargado del bar al que iba Juanjo y donde pasó la Nochevieja, hace una mueca cuando oye este retrato: "¿Drogas? ¡No! ¿Motos? No tenía desde que hace un año destrozó su R-600 en un accidente . Es como si me hablaran de otra persona". Pero hay datos que le vinculan al Putxet: alquiló una plaza en el aparcamiento en abril y mayo de 2002 y un piso durante unos meses, que compartió con la estudiante. "Si eso explica una doble vida...", dicen sus letrados, que se acogieron al secreto sumarial ("al revés de la policía") para no dar datos. "A mí sí me habló del piso y que lo dejó. Pero hará tres años", dice el tío de Juanjo.

Todo empezó el día 11, cuando Juanjo concertó una cita, a través de una agencia, para establecer amistad con una chica rusa. Los agentes creen que quiso impresionarla, que necesitaba dinero y que planeó atracar en el aparcamiento. No tenía vigilancia: un bloque de dos plantas y cinco subterráneas para coches (20 por piso). Maria Àngels fue conducida a la quinta y recibió tres o cuatro puñaladas. La policía cree que intentó huir y que el acusado perdió el control asestándole con algo punzante (el arma no se ha encontrado) varios golpes fatales en la cabeza. Luego, con la tarjeta de crédito de Maria Àngels, sacó 300 euros y fue a su cita con manchas de sangre, que atribuyó, según declaró la chica rusa, a un accidente. La pareja estuvo en el bar del billar, explica Patricia, una de las camareras.

Llamada al viudo de la víctima

Juanjo utilizó supuestamente el móvil de su víctima para hacer una llamada insólita al marido y pedirle 2.000 euros: "Te puedo decir quién mató a María". Nadie la llamaba así: todos la conocían por Maria Àngels. El acusado le sometió a una penosa ruta: frente a unos almacenes en la plaza de Cataluña, en la estación de metro de Verdaguer y en los lavabos del bar del billar. No apareció. 300 policías empezaron a revisar cintas de cámaras de seguridad buscando un mismo rostro. El Putxet duplicó su conmoción cuando el día 22 Maria Teresa Ribot apareció asesinada, con un ensañamiento mayor. La policía sospecha que no habría sido la última víctima. Ésta vez se preparó: Maria Teresa apareció esposada a una escalera, con los pies atados con cuerdas (el material era de un sex shop) y la cabeza tapada con una bolsa. El acusado quiso sacar dinero con una tarjeta, pero el cajero la engulló. O se equivocó en el número secreto o Maria Teresa le dio uno falso.

Juanjo fue arrestado el día 30, tras cobrar su finiquito. La policía dio con una imagen común: la que se repetía frente al centro comercial con la del primer cajero y la de una estación. Dicen que la huella del calzado que apareció en el crimen de Maria Àngels se corresponde a una de sus zapatillas (la familia dice que las usa ahora el padre cuando va al campo). Y confía en que la juez autorice la extracción de sangre de Juanjo para hacer una prueba de ADN y cotejarla con los restos orgánicos que aquélla tenía en sus uñas. En el caso de Maria Teresa, hay una huella palmaria en la bolsa, pero sólo media huella en la tarjeta. Hay testigos que le han identificado.

La juez ha confirmado el auto de prisión y ha querido reconstruir la vida de Juanjo. El jueves levantó el secreto del sumario. Un inspector asegura que Juanjo confesó antes de que apareciera su letrada y que entonces se acogió a su derecho de no declarar (aún no lo ha hecho), y recuerda que las personas con psicopatías aparentan siempre normalidad. Seguramente, pero las dudas siguen. ¿Tenía Juanjo fuerza para neutralizar a Maria Teresa, profesora de aerobic y conocedora de artes marciales? ¿Matar por un puñado de euros? Si llevaba una doble vida, ¿por qué no ocultó en el bar que era de La Mina y que cambiaría de empleo? Y algo que inquieta, ¿no es mucha casualidad que las víctimas, rubias y de edad similar, aparcaran en la plaza 15ª, pero en plantas distintas (la 4ª y la 1ª)?

Pese a la detención, la policía vigiló la calle de Bertran durante dos semanas. Los agentes, aburridos, decían que los vecinos seguían nerviosos. Ahora, tres conserjes se turnan cada 12 horas para cotejar los DNI y los códigos de los usuarios. Menos de una hora en autobús y en los confortables Ferrocarriles de la Generalitat separan La Mina del Putxet. Dos universos opuestos y una sospecha común: temen que haya algo más. No lo ven del todo claro.

Juanjo, conducido por policías, abandona la comisaría tras su detención.
Juanjo, conducido por policías, abandona la comisaría tras su detención.JORDI ROVIRALTA

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