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TIROS LIBRES | BALONCESTO | El Tau y el Barcelona, finalistas de la Copa del Rey
Columna
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Secundarios y estrellas

Tau-Pamesa. Secundarios al poder. Uno de esos partidos que deberían separar los buenos jugadores de los grandes. Como decía Delibasic antes de un Barça-Madrid con la Liga en juego: "¿Nervioso? ¿Presionado? ¿Por qué? Me han fichado para jugar estos partidos". Y metió 25 puntos ganadores. Ésta es la teoría. La práctica mostró que la primera semifinal elevó a los cielos a dos jugadores marginales, de reparto, que vivieron su noche de gloria y fueron la causa directa de que el Tau siga vivo y vuelva a demostrar que, aparte su posición y sus circunstancias, tiene una capacidad competitiva extraordinaria. Gadou y Paladino representaron la gran sorpresa. Ivanovic planteó una tela de araña alrededor del centro neurálgico valencianista, Tomasevic y Oberto, enredados una y otra vez por el inteligente entramado defensivo vitoriano, del que tampoco se libraron Hopkins ni Rodilla. No les fue mejor a los primeros espadas del Tau. Y, en esta tesitura, si fallan los Zidanes, tienen que aparecer los Pavones. En el Pamesa el único que pudo decir esta boca es mía fue Kammerichs, pero todo lo que le sobra en intensidad le falta en consistencia. El Tau, en cambio, tuvo la fortuna de encontrarse con dos regalos inesperados. Hasta ahora, Gadou se había mostrado muy perdido. Ayer estuvo soberbio. Defendió, reboteó, robó balones y se hartó de molestar a los pívots. Si el francés fue un fuego que no se apagó nunca, lo de Paladino se pareció más a una explosión que convulsionó el partido en un momento crítico, finales del tercer cuarto e inicios del último. Mucho se ha especulado ante el gran rendimiento del Pamesa. Lo ocurrido ayer incide en la dificultad de transformar una buena construcción de equipo, una afición incansable y unas grandes actuaciones previas en trofeos en la vitrina. El Tau tiene esta asignatura aprobada. El Pamesa deberá volver a presentarse a los exámenes en los playoffs ligueros.

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Ivanovic siempre gana

Barcelona-Unicaja. La reconciliación. A la sexta, la Copa nos otorgó un encuentro fantástico, un duelo que logró colocar al baloncesto en el puesto que se merece. Un partido en el que ambos equipos justificaron el porqué de su presencia en la aristocracia europea y que se decantó hacia el Barcelona porque tiene el último cuarto más demoledor que se conoce. Cierto que esta vez jugó con fuego y casi sale chamuscado al permitir que el Unicaja afrontase los últimos minutos con una ventaja posiblemente decisiva ante quien no cuente con gente como Jakicevicius, un talento al que su cabeza, un poco desordenada, le juega malas pasadas, pero que se mueve en su salsa cuando a la mayoría de los mortales les quema el balón. O el maestro Bodiroga, un seguro de vida al que lo único que se le puede reprochar es la dependencia que crea en su equipo y que en ocasiones supone un freno de mano para sus compañeros, a los que seguramente les iría mejor un juego más vivo. Hasta se dio la circunstancia de que un errático Fucka fuese el que iniciara una remontada que llegó a verse como una quimera. Cuando más felices se las prometía el Unicaja, tras aplicar un buen correctivo a su rival con un esfuerzo encomiable, todo se le fue al garete. En la misma medida que el Barça se iba para arriba, los malaguistas se empequeñecían y donde había orden y concierto aparecieron las dudas, los temores y las malas elecciones. Entonces se echó en falta un jugador de los que les sobra a los azulgrana. Pero no se ha construido el Unicaja con esos parámetros. Lo suyo es el juego de equipo, la falta de grandes estrellas, el triunfo de buenos jugadores con un gran entrenador. Pero, cuando el partido exige protagonismos, se echa en falta ese hombre de referencia. De todas formas, mereció la victoria a los puntos. El problema es que al Barça le basta un par de asaltos finales para dejarte tirado en la lona.

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