La línea de fuego pasa por Sderot
La ciudad, fronteriza con Gaza, sufre los ataques con misiles de Hamás y el abandono del Gobierno de Israel
Sderot tiene miedo. Desde que se inició hace dos años la Intifada, el ejército secreto de Hamás ha lanzado sobre esta ciudad israelí más de 80 misiles Kasam. Es el castigo que reciben de los radicales palestinos por encontrarse a poco menos de quinientos metros de la verja que separa Israel de la franja de Gaza. Como compensación, el primer ministro, Ariel Sharon, otorgó ayer a sus 24.000 habitantes los beneficios fiscales para las ciudades que están en la "línea de fuego".
La última lluvia de misiles cayó sobre Sderot el pasado miércoles poco después de que el Ejército israelí se replegara del norte de Gaza, donde había llevado a cabo una incursión de castigo, que se saldó con 14 muertos y decenas de talleres, casas y comercios destruidos. Esta vez los proyectiles sobrevolaron la ciudad y cayeron más allá.
"Uno de los misiles cayó aquí, junto a la puerta, en el patio, muy cerca de donde estaban los trabajadores comiéndose el bocadillo del mediodía", explica Yuda Benamor, de 43 años, copropietario de una pequeña factoría de mamparas de ducha, mientras señala con el dedo índice exactamente el lugar donde fueron heridos dos de sus empleados.
Sderot considera la agresión como una declaración de guerra, que les enfrenta irremediablemente a los palestinos de Gaza, pero también al Gobierno de Israel. A los primeros les acusan de ser unos "ingratos" y de haber olvidado que, desde que se fundó hace 50 años, han estado trabajando juntos y se han beneficiado de la prosperidad de la localidad. A los segundos les imputan haberles relegado, y traicionado.
"Antes de que estallara la Intifada, los palestinos se disputaban poder trabajar en Sderot; no en vano, es el núcleo de población más cercano de la puerta de Eretz, en la franja de Gaza. Ellos construyeron nuestras calles y nuestras casas. Ahora, el Ejército ha cerrado las fronteras y no pueden venir a trabajar. Es una lástima, porque eran una mano de obra barata y cualificada. Ahora los hemos tenido que reemplazar por rumanos, tailandeses o incluso chinos", se lamenta Yosef Pinhas Cohen, de 39 años, abogado, teniente de alcalde de Sderot.
El Ayuntamiento y todo el municipio de Sderot lanzan, sin embargo, sus críticas más agrias hacia el Gobierno de Israel, al que acusan de haber relegado la ciudad, convertida en un pozo de marginados donde el 30% de la población recibe ayuda social para sobrevivir. Las calamidades se iniciaron mucho antes de la Intifada, a principios de la década de los noventa, cuando el Ministerio de Absorción asentó en la ciudad 11.000 inmigrantes venidos del este de Europa. Rompió el equilibrio de una mayoría de árabes judíos procedentes de Marruecos y duplicó en menos de 24 horas la población.
"Sobrevivir en Sderot es difícil, sobre todo porque no hay refugios antibombas ni protección posible contra los misiles Kasam de los palestinos. Pero vivir es aún mas complicado porque faltan puestos de trabajo. El índice de desempleados sube y baja de manera desigual, pero con una tendencia constante al alza, ya que las empresas se han asustado, cierran sus puertas y dejan de hacer inversiones", afirma Shalom Alevy, de 68 años, portavoz del Ayuntamiento.
Ayer por la tarde, mientras los milicianos de Hamás volvían a lanzar desde los naranjales del norte de Gaza una nueva andanada de misiles Kasam II sobre la ciudad, el primer ministro, Ariel Sharon, anunciaba desde su casa, en el rancho de los Sicomoros, situado a poco menos de una veintena de kilómetros de la población, que les otorgaba los beneficios fiscales para las ciudades que se encuentran en la línea de fuego, que supone rebajar en casi un 50% sus impuestos. Los proyectiles de Hamás y el mensaje de Sharon pasaron demasiado alto. Apenas se notaron.
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