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Columna
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El amor y la guerra

Navegaba entre páginas informativas en pos de la última hora en la guerra y apareció de su mano el amor ( al menos el de las perfumerías y bombonerías, el de las postales cibernéticas con flores y corazones derretidos).

Comprobé también que pendían de la Red, en honor a San Valentín, ramilletes de "frases célebres" dedicadas al arrebato y al matrimonio. Misóginas, comme il faut, y la mayoría referentes a lo mucho que a las mujeres nos gusta sacramentarnos y a lo fatal que lo pasan los "atrapados", ellos, que de solteros fueron tan felices.

Peste de ranciedad. Y lo mal que combina con el sesudo comentario con que se suele despachar, al final de la jugada, cada anuncio de divorcio: "Es que ahora las parejas ya no soportan ni la mínima". Claro, nada es como antes, cuando las de siempre lo aguantaban todo hasta que el abandono o la viudez les separase, porque cautivas y desarmadas de nacimiento sabían que las ollas no se llenan sólo con sueños de libertad.

El viernes 14-F, las televisiones exhibieron tórridas pasiones cinematográficas, las radios hablaron de octogenarios re-casados 25 años después, y los periódicos analizaron cómo nos gusta besar o que nos besen aunque sea para ir gratis al fútbol.

En el otro extremo, la negra Nicolasa, matrimoniada cinco veces cobrando 3.000 euros a cada paisano que quisiera el permiso de residencia. De tiempos inmemoriales vienen las bodas arregladas o de conveniencia, con amplia literatura y abundante filmografía. Conozco un alicantino que enlazó con una amiga cubana sólo para hacerle un favor, y a cierta colombiana sin papeles a la que un italiano pedía 6.000 euros por el "sí, quiero". Creo que en La Safor parroquias y juzgados han rogado a los "prometidos" un poco de seriedad, visto que los vínculos tramposos duran menos que Pla en las noticias de Canal 9.

Aún va a resultar que la Ley de Extranjería nos apaña la estadística de los casorios. ¿Que no son por amor? Puede. Pero peor es la guerra, y no la ilegalizan.

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