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Columna
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La endemia

La guerra era sólo una posibilidad hasta hace poco y la oportunidad de pensar en ella nos mantenía unidos a lo real. Ahora, sin embargo, la guerra, declarada hecho inexorable, ha adquirido la naturaleza de lo fatal y expulsa nuestra relación mental para instalarse, en cuanto objeto autónomo, en el descabezado universo de las hecatombes. ¿Controla la guerra Estados Unidos, al menos? Tampoco es seguro. Esta guerra nace de una formidable perversión y todo cuanto roza lo enloquece o lo maldice. Muestra la apariencia corporal de una operación logística, pero posee la voluptuosa alma del mal. Porque, después del ataque norteamericano y su anunciada apropiación de Irak, ¿quién puede pronosticar aquellas fuerzas que se destilen de la ignominia? Los norteamericanos son altamente sensibles al mundo de los espíritus y han comprendido bien que ya, a partir de ahora mismo, las puertas de las casas han de ser selladas con fuertes precintos y las persianas cerradas para que no se filtren los virus.

Sin embargo, ¿hasta cuándo será obligada la protección? ¿Cuándo llegará a disiparse el pecado de la agresión y la incalculable ira de las víctimas ? ¿Cuántos años se necesitarán para recobrar el equilibrio, el olvido y la seguridad? El mismo temor a los ataques bacteriológicos instruye directamente sobre la importante naturaleza de la encrucijada. Lo que se juega aquí, superando la alta riqueza de los pozos de petróleo, es la profundidad de la condición humana. Una intervención irracional y soberbia, dentro de una guerra perversa y ficticia, sólo engendrará extrañas morfologías morales, sociales y políticas que habrán de convertir el futuro en una poblada colección de monstruos. ¿Se sobrevirá humanamente a ese deforme porvenir o, al cabo, aquello que generará esta guerra será un nivel inferior de la especie? ¿Volveremos de nuevo a saborear la paz o esta guerra será, de una vez por todas, la profetizada madre de todas las batallas? Es decir, la matriz infinita de un miedo continuo, diseminado como una endemia ante la constante amenaza biológica del terrorismo y convertido poco a poco en una enfermedad incurable, venida pervertidamente desde el más allá de la pobreza y la desolación.

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