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A pie de obra | TEATRO
Columna
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¿Quién teme a Neil LaBute?

Marcos Ordóñez

Uno. ¿Recuerdan la estupenda escena de la confesión en Delitos y faltas, de Woody Allen, cuando Martin Landau narra su crimen, más sorprendido por no tener remordimientos que por el asesinato en sí? Ése es el tono de los tres episodios de Bash, el gran despegue como dramaturgo de Neil LaBute. Tres piezas de un acto en torno al mal, el mal en estado puro. Tres intentos de escribir tragedias contemporáneas; tres historias de crímenes cometidos por "gente normal", gente de la que nadie jamás sospecharía. En el primero, Ifigenia en Orem, un joven vendedor se lanza a hablar con un desconocido en el bar de un hotel de Las Vegas una noche. Habla con una afabilidad extrema, con una resignación casi budista, aunque él es mormón, de Salt Lake City. Sólo bebe agua, pasea el vaso de una mano a otra. Habla de la crisis, de cómo estuvo a punto de perder su empleo y de lo que ideó para que no le echaran. "Ideó" no es la palabra adecuada. "Se encontró" haciendo algo. Un relámpago en su cabeza, unas manos cometiendo un crimen. Y esas manos, qué curioso, eran las suyas. ¿Puede hablarse de crimen cuando el asesino considera que, a fin de cuentas, hizo "lo correcto"? Una historia que podía haber escrito Russell Banks, o el Cheever más oscuro, del mismo modo que el segundo episodio, Una pandilla de santos, se diría una versión perversa de Los relatos de Basil y Josephine, de Fitzgerald. En clave de comedia ligera, una joven pareja de clase alta narra una excursión nocturna a Nueva York con sus compañeros de universidad. Y un fiestazo "superenrollado" en el hotel Plaza. Y, como fin de fiesta, un acto punitivo: algo que los alegres muchachos vieron en los urinarios de Central Park y que no pudieron tolerar, "algo que tampoco toleran las sagradas escrituras ¿no?". El "gran slalom" del horror glacial en descenso libre es Medea Redux, donde una muchacha narra a un interrogador cómo fue violada en el colegio por uno de sus profesores, y cómo de aquella violación nació un hijo, y cómo pasaron catorce años y el profesor volvió después de todo aquel tiempo y aquella tarde ella percibió un brillo extraño en los ojos del hombre al ver al chaval, un brillo de afecto, de reconocimiento, y ese brillo explica por qué la joven Medea hizo lo que hizo.

Excés, de Neil LaBute, dirigida por Magda Puyo, se presenta en el teatro Nacional de Cataluña

Como en Happiness, de Todd Solonz, pasamos del horror y la repulsa a una extraña forma de comprensión. Es obvio que puede haber por parte de LaBute una voluntad calculada de hocicar en lo peor del ser humano para provocar un efecto chocante, pero está unida a un feroz latigazo moral: nos está mostrando cómo esa violencia ciega anida en lo más profundo de nosotros, bajo las superficies más aparentemente claras y apacibles, y brota sin premeditación, como un hecho más en la cadena de la vida.

Dos. Neil LaBute, más conocido entre nosotros como cineasta independiente (In the Company of Men, Your Friends and Neighbours, Nurse Betty), es uno de los pocos valores seguros del Off-Broadway: el único dramaturgo americano de su generación capaz de estrenar tres temporadas seguidas en el Almeida, el teatro más prestigioso de Londres: Bash (2000), The Shape of Things (2001) y The Distance From Here (2002). Bash (que igual puede traducirse como "fiestazo" que "golpe mortal") fue la función que le dio a conocer en 1999, en el Douglas Fairbanks Theater de Nueva York, con un reparto estelar: Calista Flockhart, Paul Rudd y Ron Eldard.

En Barcelona se ha estrenado en la sala Tallers del Nacional -Excés, en impecable traducción de Carlota Subirós- como guinda del Proyecto T6, dedicado a presentar obras de autores jóvenes. Una iniciativa muy loable pero lastrada desde la base, ya que las funciones, por decreto, apenas duran dos semanas en cartel. Naturalmente, muy poca gente se entera, y cuando empieza a correr la voz ya es tarde. Tarde, desde luego, para ver Excés en Barcelona, pero no para que gire por Cataluña y que los programadores estatales se animen a pasearla por España. Es, obviamente, un texto durísimo, pero de una gran calidad, que te imanta a la butaca por la fuerza de su narrativa, por la diabólica habilidad de su construcción... y por el trabajo, literalmente inmejorable, de Magda Puyo y sus actores. Aquí no hay voluntad alguna de lucirse "por encima" de la obra, ni la menor concesión a los vanguardismos un tanto trillados de sus primeros trabajos. Magda Puyo está sembrada últimamente: todavía puede verse, en la sala Ensayo 100 y luego en los alrededores de Madrid, otra de sus mejores direcciones, Tratado de blancas, de Enric Nolla, con una descomunal Teresa Urroz. En Excés tenemos a un soberbio Andreu Benito, que interpreta el rol del vendedor con la sobriedad y la estremecedora calma antes de la tormenta de un joven Lee J. Cobb. Y a Joan Carreras y Cristina Genebat, encarnando a la encantadora y terrorífica pareja de "santos vengadores" como si estuvieran en una película de Whit Stillman. Y Daniela Feixas es una Medea adolescente con la furia de Amanda Plummer y la inocencia salvaje de Reece Whiterspoon en Freeway, que consigue hacer verosímil el episodio más duro de pelar de esta función memorable, una de las mayores y mejores sorpresas de la temporada.

Tres. Más noticias de Neil LaBute. The Shape of Things, para mi gusto su obra más redonda -una comedia negra brillante y polémica sobre los límites del arte contemporáneo, menos misantrópica y más matizada por el humor que sus trabajos anteriores-, acaba de filmarse bajo sus órdenes, con el mismo reparto del Almeida: Rachel Weisz, Paul Rudd y Gretchen Mol. La temporada próxima la veremos también en teatro: Por amor al arte, dirigida por Gerardo Vera, protagonizada por Maribel Verdú y producida por Pedro Larrañaga.

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