España dice no
A pesar de todo, la historia va a terminar en tragedia, porque Bush y sus halcones no parecen dispuestos a retroceder, sin que importen las salidas alternativas que sean elaboradas desde la vieja Europa, las resistencias en el Consejo de Seguridad o las concesiones de Sadam Husein a la labor de los inspectores. En realidad, la estrategia desplegada hasta ahora por el presidente norteamericano está orientada a conseguir que todos asuman su acción bélica como inexorable, en razón de su liderazgo mundial, acusando además a los discrepantes de haber olvidado el sufrimiento que causaran en su pueblo los atentados del 11-S. Ha echado así por la borda la posible comprensión de quienes conociendo cómo se las gasta el dictador iraquí hubiesen apoyado la intervención militar en los casos de bloqueo de las inspecciones o de haber mostrado éstas indicios de armas de destrucción masiva, químicas o biológicas. Más aún, constituye una ofensa, no ya a la paz sino a la razón, presentar como justificación de la guerra preventiva unas pruebas que hay que creer por el principio de autoridad, y entre ellas la infumable sobre la conexión hasta ahora nunca demostrada entre Sadam y Al Qaeda. Bin Laden siempre ha protestado contra los daños causados a Irak por la Guerra del Golfo y ahora invoca la solidaridad de los musulmanes con un país árabe amenazado, pero eso no avala la afirmación de que la guerra contra Sadam es una guerra contra el terrorismo.
En este contexto, José María Aznar creyó que la tardanza en reaccionar por parte de la opinión pública española constituía un cheque en blanco para convertirse en hombre de confianza de Bush para Europa. Sólo que las cosas no han sido tan fáciles, especialmente al recibir dos golpes inesperados de muy distinta naturaleza, uno exterior, la firme toma de posición pacifista del eje París-Bonn, y otro interno, el clarinazo que para la sociedad española supuso la ceremonia de los goya. Así que al tropezar Aznar con tales obstáculos, el desconcierto consiguiente le llevó a una reacción agresiva, de sesgo autoritario, y lo que es casi peor, lastrada por una evidente penuria intelectual. Vuelve la sensación que ya se produjo con el Prestige: ¡en qué manos estamos! La única novedad ha consistido, a la vista de la catástrofe registrada por los sondeos de opinión, en contarnos por consejo de algún experto en marketing que el Gobierno quiere ante todo la paz, pero que eso no pasa por la repetición de Múnich 1938. Comparación grosera, que muestra que el grupo dirigente del PP debe contar con gente poco leída o que apuesta por la ignorancia generalizada de los españoles. A diferencia de 1991, otro fraude comparativo en que insisten Aznar y su círculo para descalificar de forma zafia al PSOE, Sadam no está invadiendo a nadie. Es Bush el que va a invadir. A falta de argumentos, lo único consistente que ha ofrecido el Gobierno ha sido agresividad contra los discrepantes y una preocupante deriva autoritaria. De ahí que oponerse aquí y ahora a la guerra de Bush, y por ende a la participación española obedeciendo a personajes como Rumsfeld que parecen sacados de Teléfono rojo, de Kubrick, vaya más allá del "no a la guerra". Nuestra ministra de Exteriores, Ana Palacio, ha sido incapaz de elaborar un solo argumento propio para sustentar la práctica del vasallaje decidida por Aznar, pero sí fue capaz de exhibir una concepción restrictiva de la democracia: se elige un Gobierno cada cuatro años, y entre elección y elección la opinión pública no cuenta. Es claro que el Gobierno desconoce o rechaza la noción de la Grecia clásica según la cual la democracia requiere la isegoría, la expresión libre de sus opiniones por parte de los ciudadanos. Recuerdo en 1991 un debate en TVE sobre la Guerra del Golfo en el que intervinieron defensores, equidistantes y adversarios de la guerra como Vázquez Montalbán. Ahora estamos en el mundo de la censura frente a toda opinión alternativa. Claro que Aznar ha ido demasiado lejos, incluso con la torpe iniciativa de la Carta de los Ocho, tras los acuerdos de mínimos de Bruselas, y la mayoría de los españoles ha percibido no sólo que sigue en todo a Bush, sino que su conducta ha dañado a nuestra inserción en Europa y al propio sistema democrático. La solución es única: hacerle retroceder.
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