"Vosotros me corregiréis si me equivoco"
A las siete menos veinticinco, la guardia suiza, vestida con el uniforme de rayas diseñado por Miguel Angel, entraba marcando el paso, y al son de tambores, en el centro de la plaza. Detrás, varias representaciones de las fuerzas armadas italianas, vestidas con imaginativos uniformes de gala. Poco a poco, en las cornisas de la vía Della Conciliazione y en las cercanías de la plaza, se iban encendiendo unas lamparillas de aceite de color anaranjado. De todas partes de Roma la gente iba acudiendo. Toda la ciudad era un inmenso embotellamiento circulatorio. A las siete menos veinte se empiezan a ver luces a través de los ventanales de la «logia del mayordomo». Cuatro minutos después se corren las cortinas y se abren las puertas del balcón principal. Por fin aparece el cardenal Felice, encargado de dar la noticia. Unos sacerdotes incondicionales se lamentan: «¡Oh!, entonces el Papa no es Felice. ¡Es otro! » Felice, que es conocido en el Vaticano por presumir de su buen latín, entona la fórmula tradicional: Annuntio vobis gaudium magnum, Habemus papam. Eminentisimus ec reverentisimum dominum Karlo, cardinalem Wojtyla, qui sibi nomen imposuit Joanus Paulus II. Después, las campanas empiezan a dar vueltas. Sobre el balcón, colocan el escudo pontificio que va bordado en un paño blanco que, a su vez, está enmarcado por un terciopelo rojo con adornos dorados. Son ya las siete y veintidós minutos de la tarde (más o menos la misma hora en que apareció ante los romanos su antecesor, Juan Pablo I), cuando el nuevo Papa aparece en el balcón. El resto de los cardenales llena los ventanales vecinos. Antes, como cuando Felice salió a anunciar la noticia, ha aparecido la cruz astial, símbolo del pontificado. Después de dirigir sus primeras palabras al pueblo romano, Juan Pablo II da su primera bendición como Papa, siguiendo el texto del libro que un ceremonial mantiene abierto frente a él. Ha pasado más de una hora desde que el cardenal camarlengo, monseñor Jean Villot, le preguntara a Wojtyla si deseaba ser Papa y qué nombre quería ponerse. El maestro de ceremonias -que hace a la vez de notario- ya ha levantado acta y la ha firmado, junto con el secretario del cónclave y dos ceremonieri que han acudido como testigos. Luego, los otros 110 cardenales han pasado frente a él y le han besado la mano y abrazado. Todo esto bajo los frescos de la Capilla Sixtina. Posiblemente, por la hora en que ha salido el humo, Wojtyla ha sido elegido en la última votación del día, la octava del cónclave. Y antes de aparecer en el balcón, Juan Pablo II se ha puesto el «anillo del pescador», que el maestro de ceremonias le ha retirado posteriormente para grabaren él su nombre. Ha parecido todo muy rápido. No han pasado mucho más de dos horas desde su nombramiento, cuando ya la gente se iba marchando de San Pedro, volviendo a veces la cabeza atrás para mirar la basílica. El nuevo Papa parece haberle caído en gracia a los romanos. Su antecesor duró poco. Como expresaba un dibujante francés, Juan Pablo I parecía haber sido aplastado y muerto por el peso de la tiara. Esta vez, los romanos están como dispuestos a echarle una mano: «Pobre hombre, viene de tan lejos...»
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