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En la plaza de Andoain, en este matadero

¿Hay cosa que pertenezca más a la política que el asesinato de un ciudadano en la plaza pública? ¿Hay tragedia más eterna que el sacrificio de la libertad individual en en el altar de la cobardía? ¿Hay escenario más horrible que la sombra asesina de la muerte acechando la rutina del que sale a la calle a leer los periódicos del día?

¿Hay algo que justifique que tengamos que hablar de todo ello en términos diferentes a los citados por Aurelio Arteta en su reciente artículo Devaluar a las víctimas ("Al final nadie asume responsabilidad alguna, y lo único que queda es la tierra quemada de las víctimas y la radiante buena conciencia de los necios".)?

Las viejas patrañas ya no sirven. Aquí todo ha cambiado, menos Xabier Arzalluz, que corre el riesgo de que la actual ETA no le entienda. Debe ser más explícito cuando señala las contradicciones del proceso. El viejo lenguaje del árbol y las nueces no se entiende, porque ahora ese árbol es el suyo. Y quienes lo apalean, locos en la furia y el fanatismo que les anuncia su final y su derrota, no entienden tal parábola. Corre Arzalluz el riesgo de que la mala interpretación de sus premoniciones haga que golpeen distinta rama o el tronco mismo.

Las viejas patrañas ya no sirven. Comparecer el lunes en el pórtico de Sabin Etxea refiriéndose despectivamente a "éstos de ¡Basta Ya!" como "nada más que el reverso de la moneda del radicalismo que hay en este país" y calificándoles como "exponente de propaganda electoral", ¿puede ser interpretado de alguna otra forma que no sea una amenaza tan indeterminada como efectiva?

No nos adjudique trinchera, señor Arzalluz. Basta con estarse quieto, sentado, leyendo el periódico, para morir. Aquí no hay nada improvisado, porque la libertad ni se espera ni se toma, se tiene y se pone. Y eso, esa Libertad con mayúsculas, sin improvisación ni miedo alguno, es la que estuvo presente en la plaza donde se celebró el acto cívico en memoria de Joseba. La de los ojos, la entereza y el coraje de Maite Pagazaurtundua, la de su poesía y su ejemplo. La de su tragedia. La tragedia del que para ser libre ya no espera ni le teme a nada.

No hay sitio en nuestros corazones para ese terreno intermedio, que reclaman los cobardes, entre el verdugo y la víctima. Ya no confundimos su tibieza con su hielo, sus fines con sus medios, sus leyes con sus planes. Sus piadosos gestos con sus crueles insultos.

Ahora, aquí, en esta tierra de todos, en la Historia grande, la de los heroísmos sencillos que hicieron posible nuestro bienestar, donde los seres humanos encuentran su verdadera identidad, más allá de las anécdotas nacionales, sin la modorra de la comodidad y la queja; ahora, rescatada ya la génesis de lo que disfrutamos y conscientes de su precariedad, ¿qué nuevas patrañas vais a inventar para engañar a vuestras conciencias?

La lucha por la dignidad es la anécdota del barón de Münchhausen, que, atrapado en un pantano, en una ciénaga de patrañosas aguas, se liberó tirando con todas sus fuerzas de sus propios pelos. Si para esa dignidad y felicidad se creó la polis, la plaza pública, el escenario y la tragedia, la Libertad y la esencia ética, es la poesía, la creación humana, lo que le falta a la amenaza de Arzalluz.

Para vivir sin libertad y sin dignidad, de poco sirven todas las maravillas del universo. Esto es lo que pensaba oyendo a Maite Pagazaurtundua en la plaza de Andoain, en este matadero de muertos sin salario, sin patria ni asiento, sin rey ni señor.

Joseba Bilbao es ertzaina y miembro de ¡Basta Ya!

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