Todos somos iraquíes
Al día siguiente del 11-S, Le Monde tituló su editorial 'Nous sommes tous des américaines' ¿Qué ha sucedido para que al cabo de un escaso año medio, inspirados en el gran rotativo francés, pongamos a un artículo el título de Todos somos iraquíes? Quizá lo que ha sucedido es que en Europa, donde aún quedan algunas brechas para la libertad de pensamiento y de expresión, las mentiras acaban siendo descubiertas.
En efecto, la posición de Estados Unidos en su conflicto con Irak está basada oficialmente en razones y datos que no han logrado convencer a una gran mayoría de la opinión pública europea y, por los últimos sondeos conocidos, a buena parte de la norteamericana.
No es creíble, en primer lugar, que Irak sea un peligro para la paz mundial. Un país sometido a un férreo bloqueo comercial y a un estrecho control militar, que apenas tiene fuerzas para sobrevivir, no puede constituir ningún peligro serio. Si observamos un mapa de Oriente Medio y Asia central, podemos ver que el territorio de Irak está rodeado por todas partes de bases militares norteamericanas. El país potencialmente agresor, en todo caso, es Estados Unidos, con su mortífero despliegue tecnológico y humano, proclamando desde hace meses que está dispuesto a atacar a Irak con o sin permiso de Naciones Unidas, con o sin el acuerdo de sus aliados europeos. Estos últimos días, el mismo Rumsfeld, secretario de Defensa norteamericano, ha asegurado que la guerra duraría entre seis días y seis semanas. Todo perfectamente calculado: está claro quién es el agresor, el que está dispuesto a iniciar el ataque.
Tampoco es creíble, en segundo lugar, que la guerra se desencadene porque Sadam Husein es un dictador. ¿Cuántos dictadores hay en Oriente Medio? O, mejor dicho, ¿hay algún país que no esté bajo una dictadura? La respuesta es conocida. La pregunta, por tanto, del ciudadano medio es: ¿por qué Irak? No, en todo caso, porque Sadam sea un dictador como los demás, sino otros motivos, quizá inconfesables.
Menos aún convence, en tercer lugar, que Irak sea un país que encubra el terrorismo de Al Qaeda. No parece razonable que un régimen laico como el de Irak pueda tener conexiones con un grupo islamista radical. Ningún experto da crédito a esta hipótesis. Y todavía es menos creíble, por último, alegar como motivo de la intervención militar que Irak no cumple las resoluciones de la ONU cuando desde hace meses un equipo de inspectores rastrean cada día de punta a punta todo su territorio en busca de armas de destrucción masiva sin haber encontrado hasta ahora ningún indicio de las mismas. Irritante y discriminatorio argumento este último, si lo comparamos con el trato que se da a Israel, que, además de poseer armas atómicas, las mayores armas de destrucción masiva, incumple de forma reiterada y flagrante, desde hace decenas de años, los mandatos del alto organismo internacional.
De esta falta de credibilidad de los motivos oficiales de la guerra nace esta sorprendente reacción contraria de la opinión pública. Nos sentimos engañados y ello genera una desconfianza general respecto a lo que sucede en la política internacional, manipulada por unos furtivos e incontrolados servicios de inteligencia. Se duda ya de quién es el autor real de los atentados terroristas del 11-S: es evidente que sin ellos el Gobierno norteamericano nunca hubiera podido encontrar argumentos presentables para llevar a cabo la actual política, ya estaba diseñada de antemano. Además, los dos máximos enemigos públicos de Estados Unidos, Bin Laden y Sadam Husein, estuvieron en su momento a las órdenes de los servicios secretos norteamericanos. ¿Lo siguen estando?
Todas estas sospechas constituyen, si recordamos un poco la historia pasada, dudas razonables. Oficialmente la guerra de Vietnam se justificó por el ataque a tropas norteamericanas situadas en el golfo de Tonquín. Así nos lo hicieron creer durante mucho tiempo. Desclasificados los documentos confidenciales que contenían información sobre tal ataque, se supo hace unos años que éste nunca tuvo lugar: fue un simple montaje para justificar la escalada militar. Siniestros poderes ocultos necesitaban guerra, muerte y destrucción para sobrevivir y prosperar.
Todo este mundo es el que rechaza de forma tan contundente la opinión pública europea, que, además, intuye la verdad real que se esconde tras las razones aparentes. Y ahí no encuentra los sublimes valores de libertad y justicia, sino los espiritualmente menos elevados, aunque muy reales, intereses de la economía. En efecto, ya se vuelve a cultivar opio en Afganistán, prohibido en los últimos años por los talibanes; en Irak hay inmensas reservas petrolíferas, estratégicamente necesarias en el futuro, incluso el inmediato si algún cambio ocurre en Arabia Saudí y los emiratos del Golfo; al norte de Afganistan e Irak, en el Asia central postsoviética, se encuentran las más grandes provisiones subterráneas de gas. Por tanto, la energía barata, una de las bases de la prosperidad occidental, está en peligro: se trata de una guerra para controlar los precios, los beneficios y la seguridad del comercio de todas estas vitales reservas energéticas. Estas materialistas razones no son las que se invocan en público, pero las mentiras ya no convencen.
Es decir, esta opinión pública comienza a no admitir que el aparentemente civilizado mundo occidental, con su más que sofisticada tecnología para usos militares, destroce a un país al que tiene sometido a la más dura miseria desde hace años para seguir asegurando su confortable nivel de vida. En definitiva, el problema es de puro colonialismo. De nuevo, como en las películas, unos pocos blancos con rifles de repetición arrasarán a una multitud e indios armados con arcos y flechas. Después vendrá la conquista.
El movimiento de los últimos días contra la guerra ha sido inusitadamente masivo. Desde el Papa hasta las modelos de Antonio Miró, pasando por todo lo demás. Quizá algo está pasando. La manifestación del sábado se prevé apoteósica. Si el 11-S todos éramos norteamericanos por solidaridad con unas víctimas inocentes, por las mismas razones, en la manifestación del próximo sábado por la tarde, todos seremos iraquíes.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB
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