Pujol y la brecha Europa-América
Desde hace meses se vuelve a hablar con profusión de la diferente percepción entre Europa y Estados Unidos sobre la situación internacional. Han aparecido reflexiones más o menos rotundas y polémicas sobre el asunto (las de Robert Kagan, por ejemplo, véase www.policyreview.org/JUN 02), abundan los editoriales en los periódicos más prestigiosos de uno y otro lado del Atlántico, y el fuego se alimenta constantemente con las frases más o menos brillantes de los políticos que buscan reforzar sus posiciones con las alusiones a los que no piensan como ellos. No es un tema nuevo. Lo que ocurre es que la perspectiva inmediata de la guerra y las posiciones encontradas de unos y otros, han generado una efervescencia sin parangón.
Jordi Pujol ha querido culminar su larga trayectoria de viajes al extranjero en estos 23 años de Presidencia de la Generalitat, en la que parece que será su última comparecencia significativa y no aislada en los foros internacionales, visitando Estados Unidos y ofreciendo su perspectiva en foros como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Spanish Institute y la Universidad de Georgetown con su prestigiosa escuela de relaciones internacionales. El mensaje que Pujol ha querido hacer llegar responde a sus bien conocidas pautas de comportamiento durante sus muchos años de ejercicio político, en los que ha pretendido combinar la dedicación a su proyecto de Cataluña con una constante presencia en los debates internacionales. El presidente de la Generalitat empezó constatando que Estados Unidos ha alcanzado en los últimos años un liderazgo indiscutible en áreas fundamentales, como la económica, la tecnológica, la militar y la de cultura de masas. Y piensa que ello ha provocado suspicacias y desasosiegos en los países clave de la Unión Europea, como son Francia y Alemania, preocupados por la hegemonía y las tendencias al unilateralismo que la sensación de superpoder genera en Estados Unidos.
Pero la parte fundamental de su mensaje se centró en la brecha sobre los valores de la seguridad y el papel de los poderes públicos que se ha ido generando asimismo entre Europa y Estados Unidos. Insistió en su conocida posición sobre la falta de exigencia y de sentido del deber que puede haber originado en Europa una visión excesivamente incondicional del Estado Providencia, y apuntó que las reformas en marcha sobre las políticas sociales en Gran Bretaña y los países escandinavos apuntan en una dirección de preservación del modelo sin caer en los excesos que, a su modo de ver, se han producido en Francia y Alemania. De alguna manera, Pujol coincide con la idea de que el corazón de Europa no tiene una perspectiva clara sobre su futuro, sobre el modelo que seguir, y ello provoca reacciones defensivas y proteccionistas. Y ahí estaría la clave de esa visión blanda del poder y de la política que estaría causando las indecisiones europeas y la indignación de Estados Unidos, que han optado por utilizar el poder de manera más directa e inequívoca. Desde la perspectiva de Pujol, Europa ha de reforzar su papel militar, su capacidad de poder, su fuerza como potencia mundial, y debe hacerlo sin renunciar a su modelo social, aunque éste deba ser objeto de reformas significativas.
En la cuestión de los valores insistió también en el papel de la religión, muy presente en la política norteamericana desde siempre y cada vez menos significativa en la secularizada Europa. La falta de peso de la religión en la vida social, apuntó Pujol, no habría sido reemplazada claramente por otros valores, y ese vacío afecta también a la política, que puede adolecer de falta de perspectivas claras. También en este punto se está volviendo a debatir de nuevo en Estados Unidos. El miércoles pasado se celebró en la Brookings Institution (www.brook.edu), el conocido y potente think tank vinculado al Partido Demócrata, un debate sobre el tema de religión y política, con participación de Michael Walzer y de editorialistas del Washington Post. Las críticas a los planteamientos religiosos del presidente Bush en sus alegatos contra Irak y en relación con el papel de "nación escogida" abundaron. Y se distinguió, creo que con acierto, entre planteamientos morales y estrictamente religiosos en relación con la política y la guerra.
En Estados Unidos se habla sin cortapisas de dos Europas: la vieja Europa, que no entiende el nuevo escenario posterior al 11 de septiembre, y la nueva Europa, que acepta el liderazgo norteamericano y se apunta a lo que haga falta. Pujol dio muestras de su cintura y experiencia política tratando al mismo tiempo de dejar claras sus raíces con el eje fundador del sueño europeo, el eje franco-alemán, pero tratando al mismo tiempo de evitar las descalificaciones al grupo de ocho jefes de Estado firmantes de la famosa carta de apoyo a las posiciones beligerantes de Bush. En este sentido, aludió a la autoridad moral de personas como Vaclav Havel, y mostró comprensión con la preocupación de los países del Este para conectar claramente con la posición estadounidense después de años de dominio soviético. La posición de Pujol contrastó con la imagen, hace unos días, de un Berlusconi en Washington rindiendo literalmente pleitesía a Bush, y afirmando cosas del calibre de que "Italia debe exclusivamente su libertad y su democracia a Estados Unidos", que habrán provocado, imagino, más de una reacción en la tradicion partigiana italiana.
El presidente de la Generalitat no se expresó claramente contra la guerra, pero sí manifestó que debería hacerse todo lo posible para evitarla. Pujol está cerrando una larga etapa de viajes y de presencia internacional como presidente de la Generalitat, y quizá se le nota un poco más sensible, más centrado en aspectos personales, fundamentales y motores de la política, aunque ello puede que simplemente sea un espejismo derivado de la distancia y del frío reinante estos días en Washington.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB
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