Pequeño formato

Los Lieder que Wagner escribió sobre textos de Mathilde Wesendock sirvieron a Ana María Sánchez para exhibir una voz cuya amplitud y timbre permiten divisar la evolución hacia el repertorio dramático. Poderosa, por ejemplo, en Schmerzen, y oscura de color en Der Engel, sólo cierto exceso en el vibrato pudo empañar la valoración de lo que es el instrumento en sí mismo. Más discutible resultó, sin embargo, el enfoque que, como intérprete, dio a este pequeño ciclo. Los Wesendock Lieder son, de hecho, un ensayo para el Tristán, que ya se estaba gestando. Y ello hubiera debido evidenciarse más en la versión del sábado, así como un concepto globalizador de lo que es la obra en su conjunto. Como excusa puede aducirse que, a pesar de estar escritos originalmente para voz y piano, el acompañamiento orquestal (que es el más frecuente) permite un apoyo más fluido y una atmósfera más wagneriana.

Situar a continuación en el programa la Muerte de Isolda hubiera sido lo más lógico del mundo... si se hubiera cantado. Pero se dio en la transcripción que hizo Liszt para piano solo. Estas paráfrasis pianísticas de fragmentos de ópera tuvieron antaño su sentido para dar a conocer páginas importantes a las que, en su versión original, sólo tenían acceso las clases privilegiadas de ciudades privilegiadas (con teatros de ópera). Hoy en día, gracias al disco, y aunque vengan de la mano de Liszt, representan sólo una curiosidad para estudiosos. No puede -ni debe- escucharse el Tristán sin violines. Y sin voces. Porque ni el mejor de los pianistas consigue hacerlo digerible.

Volvió luego la soprano para abordar cuatro canciones de cámara de Verdi, y de nuevo le sobraron medios en cuanto a extensión, proyección y anchura. Pero le faltó otra vez cierto poder de comunicación. No consiguió conmovernos con el pobrecillo que pide limosna (Il poveretto) o convencernos de las delicias del vino (Brindisi). En el repertorio español (Granados, Toldrá y Turina) hizo gala de inteligencia, pero se quedó corta en cuanto a expresión e, incluso, picardía. Eso sí: resultó apabullante en lo que a técnica se refiere.

Ana María Sánchez parece manejarse mejor en el gran formato de la ópera, y el público valenciano la ha aplaudido con sobrada razón en Electra, Maror, Don Giovanni, Don Carlo... Pero en el pequeño universo del Lied o de la canción, allá donde se demanda una atención más minuciosa al fraseo y a la forma de decir cada palabra, se muestra -de momento- algo más limitada. De los seis bises que regaló, resultaron especialmente destacables el de Massenet, que sonó totalmente cálido y convincente, el preciosísimo fado de Ernesto Halffter, dicho con toda la emoción del mundo, y el tango de la Gran Via (apto sólo para amantes de la zarzuela), toda una demostración de poderío sobre los requerimientos de la partitura.