La conciencia cínica del dopaje
Charlie Francis, el entrenador de Ben Johnson, regresa al estrellato como técnico de Tim Montgomery y Marion Jones
"Si alguien va limpio, seguro que es el último". Con este lema como bandera, Charlie Francis convirtió a Ben Johnson en el hombre más rápido del mundo. También en el protagonista del mayor escándalo de la historia de los Juegos Olímpicos. El 24 de septiembre de 1988, en Seúl (Corea del Sur), Johnson, una bola de músculos canadiense, ganaba la final de los 100 metros batiendo, de paso, el récord del mundo con unos supersónicos 9,79 segundos. El 25 de septiembre, ese mismo mundo que se había acostado maravillado, se levantó estupefacto. Ben Johnson había dado positivo por un esteroide anabolizante. Perdió el récord, le arrancaron la medalla de oro del cuello. Sufrió años de suspensión. Nunca volvió a ser el mismo.
Durante la investigación del positivo de Johnson, ante la célebre comisión Dubin, organizada por el Gobierno canadiense, Francis admitió que había administrado sustancias prohibidas a Johnson para que mejorara su rendimiento. Y que también le había animado a tomarlas. Fue suspendido a perpetuidad. Nunca más podría volver a entrenar a un canadiense.
Poco se supo de Charlie Francis desde entonces. Se recluyó en Toronto, en la Universidad de York. Escribió un libro, Speed Trap (La trampa de la velocidad), en el que explicó las claves del caso Johnson y la hipocresía de los poderes deportivos, denunció la suciedad del atletismo de alto nivel, afirmó que es imposible triunfar sin recurrir al dopaje. Se convirtió en colaborador habitual de la revista especializada Testosterone Magazine, que anima a los deportistas a recurrir a los anabolizantes para mejorar su rendimiento. Se convirtió en un abogado del dopaje. También en su conciencia cínica. "Estamos en una situación en la que hay que elegir entre romper las reglas o perder", dijo. Un marginal en el mundillo del deporte a quien, de todas maneras, nadie discute su capacidad técnica, su gran valor como entrenador, la eficacia de sus métodos independientemente de su defensa del doping.
Hasta diciembre pasado. Entonces, para pasmo y espanto de la sociedad de bienpensantes, para los amantes de las apariencias y lo políticamente correcto, Charlie Francis volvió a salir en una fotografía entrenando. A su lado, haciendo estiramientos, a sus órdenes, la pareja más querida y más admirada, la que debería ser la cara limpia y romántica del atletismo: Marion Jones y Tim Montgomery, la mujer más rápida de los últimos años, el hombre más rápido de la historia, el norteamericano que en París, en septiembre pasado, batió por fin (9,78s) los 9,79s de Johnson.
Y más aún: Jones, la novia del mundo, la atleta más querida, la chica que con su sonrisa había salido indemne hasta del escándalo de su ex marido, el lanzador de peso C. J. Hunter, positivo en Sidney, había mentido. Se había ocultado. Había huido a Canadá. En el mundillo atlético norteamericano ya corría el verano el rumor de que Montgomery había abandonado a su entrenador de los últimos años, al jamaicano Trevor Graham, para convertirse a los métodos de Francis. Pero que su novia, también pupila de Graham en Raleigh, le siguiera, parecía excesivo.
Los dos últimos meses el cerco se ha estrechado sobre el trío. Los organizadores de las mejores reuniones atléticas han esbozado incluso la posibilidad de boicotear a la pareja. Las llamada a Nike, la marca que los paga, para que ejerciera su autoridad han sido constantes. La Federación Internacional de Atletismo (IAAF) ha intervenido en el asunto y, aunque no tiene fuerza legal para suspender a Francis, le ha exigido renegar formalmente del dopaje y sus demonios.
Francis respondió el fin de semana pasado con un acto de converso. "Tim y Marion me han probado que se puede alcanzar el más alto nivel de rendimiento atlético sin recurrir a drogas que mejoran el rendimiento", dice en un comunicado. Lo que no evitará que la sospecha continúe. Como dice Michael Johnson, recordman mundial de 200 y 400: "Si mejoran sus marcas, todos los resultados serán puestos en duda".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.