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Reportaje:VISTO / OÍDO

El guerrero feliz

"¿Quién es el guerrero feliz? ¿Quién es ese que desea ser cada hombre armado? Es quien lo soñó desde niño, aquel al que el Espíritu iluminó el sendero que se había trazado; condenado a la compañía miserable del Dolor, la Sangre y el Miedo, convierte su pena en triunfo glorioso". Resumo un poema de Wordsworth (1770-1850) que ha dado mucho juego en la literatura bélica inglesa; y en la política gloriosa, imperial. ¿Se sabe en quién pienso? En niños de la clase, o casta, vencedora, de la nueva aristocracia. Conozco alguno de los que lamentan no haber nacido a tiempo para ser héroes en la guerra civil, y escuchó o leyó a sus mayores, mientras lamentaba no haber tenido una guerra para él. ¡El guerrero feliz! Todo en la literatura patria le sitúa más allá de Wordsworth. La guerra de "romper murallas y rasgar banderas" , que decía Lope, o la del Diario de una bandera, de Franco. Muchos de los británicos que leían de niños el Happy Warrior, o se lo recordaba Churchill en sus discursos bélicos. Cayeron: en India, en Dunkerque o corriendo hacia Berlín "iluminados por el Espíritu".

Los hijos de los vencedores tienen mucho que agradecer a sus padres; y soñaban con ellos bajo las cruces de los caídos y en el fuego de campamento, entre el rumor de las primeras oraciones en los campamentos de juguete, de simulación. Pienso en generaciones como las de Blair o Aznar, que hubieran sido enemigos en aquella guerra. El cavaliere Berlusconi es otra cosa. Su cuestión es el capitalismo, la lucha entre el dinero y el juez. Cree en sí mismo, y eso probablemente le hace más hombre de nuestro tiempo: el caso es ser, y sólo se es "mandando, disponiendo y gobernando", como decía Calderón: que añadía que ése es el rey que sueña que es rey. El de aquí, que sólo es rey en la vida protocolaria, fue con su Heredero a que soplara una tarta de cumpleaños a un campamento, vestidos de militares en guerra: estampa de ánimo al combate, saludo a los que no van a morir, pero sí a matar. Y cuando cierra los ojos, sabe lo que él no es. Bush es el que no cree. No es uno de los "tres tristes triunviros trogloditas triturados" del trabalenguas. Se le ve. Blair se cree Churchill; Aznar sueña con Franco; Bush está más allá que su padre. Sabe que miente en cuanto dice. Un fisiognomonista lo ve enseguida.

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