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Columna
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Socializar el éxito

Hace unos años Batasuna nos sorprendió con la peregrina idea de socializar el dolor, y ciertamente lo ha conseguido. A efectos de dolor, la socialización ha alcanzado notables niveles redistributivos: no hay más que ver la cantidad de personas que vive con escolta o que reciben cartas de extorsión. Parece, sin embargo, que la socialización no acaba en ese macabro objetivo: unas recientes declaraciones de Otegi, que merecerían el Premio Jiménez de Parga a la tontería mayor de la semana, abundan en socializar incluso el éxito.

Otegi detecta una artera maniobra del Gobierno del PP en la victoria de Ainhoa en Operación Triunfo. Mientras las masas de Galdakao se echaban a la calle, ebrias de pasión municipal, y mientras el alcalde, el inteligente Fernando Landa, se apresuraba a cubrir de honores a la chica, Arnaldo Otegi nos ponía de vasquitos para arriba, en la mejor tradición de los tertulianos capitalinos.

Surge la polémica y todos los políticos meten la cuchara. Y bien podría decirse que muchos de forma sorprendente. Por ejemplo, Xabier Arzalluz se ha revelado como el colmo del buen sentido defendiendo a Ainhoa y su derecho de representar a España en Eurovisión. Por otra parte, algunos impetuosos constitucionalistas desbarran de lo lindo. Unidad Alavesa se pregunta: "¿Podrá volver Ainhoa a Euskadi sin estar amenazada?" Pocos problemas tendrá Ainhoa como para que los foralistas le auguren un futuro tan encantador. Cuando tanto se habla gratuitamente de "señalamiento" (para muchos, disentir de sus ideas es ya ponerles en el punto de mira) lo que ha hecho UA con Ainhoa es, cuando menos, una muestra de mal gusto. Eso de estar amenazado no debería deseárselo a nadie, ni siquiera aventurar la hipótesis como medio de reforzar los argumentos propios. De todos modos, el Premio Jiménez de Parga a la tontería mayor de la semana no está al alcance de los foralistas alaveses: nadie ha sido capaz, en el fango político vasco, plagado de cerebros en descomposición, de superar al gran Arnaldo.

Ainhoa corre peligro de convertirse en una paradójica víctima del conflicto, del maldito conflicto. De un tiempo a esta parte, a todo vasco que asoma la cabeza le cae la obligación de pronunciarse. De esta obligación sólo se salvan los de siempre: deportistas y cocineros, las únicas y auténticas elites de este país. Votantes de Batasuna han pasado por la selección española de fútbol sin que a Arnaldo se le conmoviera el hígado. También Abraham Olano lució alguna temporada un obsceno maillot españolista sin que por ello las huestes que suben (en coche) al Tourmalet se sintieran ofendidas.

Como se sabe, los vascos sólo respetamos a la gente seria, lo cual exime de todo conflicto a deportistas y cocineros, y sólo a ellos. Incluso entre los escritores, esa sociedad secreta, se han producido ya algunos roces. Bernardo Atxaga, que une la condición de fenómeno sociológico al literario, tuvo que soportar críticas por haber aceptado el Premio Nacional de Literatura (obviamente español). Lo dicho: aquí sólo te perdonan la ideología o lo que sea si das patadas a un balón o si preparas por la tele una ijada de bonito.

Pobre Ainhoa. Lo que se le viene encima. Se va a ver en el ojo de un huracán absurdo, a cuenta de la manía de nuestros políticos de contaminarlo todo. Tiene la oportunidad de su vida, y unos idiotas lo llaman "maniobra del PP", mientras que otros no pararán hasta arrancarle alguna declaración de "vasca y española", como en aquellas cartas al director que firmaban las señoras de Neguri durante la transición.

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Ainhoa se ha confesado "apolítica", lo cual, aparte de criticable, es en sí mismo imposible. Lo que debería declarar es que tiene una ideología, pero que no tiene por qué airearla. La ideología es pública para los que viven de ella, Otegi, Oreja o los profesionales de las reuniones secretas del EBB. Y a Ainhoa, por favor, ya que ha tenido un golpe de suerte, que le dejen responder, cuando le venga la prensa con preguntas insidiosas: "Oye, no me vuelvas loca".

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