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BALONMANO | CAMPEONATO DEL MUNDO

"Ha llegado nuestra hora"

Duishebáev, el director del ataque, ve a España en el podio

Si se le pregunta sobre las posibilidades de España de ganar el Campeonato del Mundo de balonmano, la respuesta de Talant Duishebáev, de 34 años, es clara: "La ilusión siempre está ahí, la llevas dentro". Sin embargo, su pensamiento está centrado en que la selección ha cubierto su primer objetivo al superar el jueves a Islandia (32-31): clasificarse para los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Pero ahora la cuestión es ganar hoy (18.30, La 2) a Croacia en una de las semifinales -la otra la disputarán Francia, campeona vigente, y Alemania-. "Podemos pensar en las medallas", afirma el director del ataque español; "la generación de la que formo parte se ha colgado tres europeas y dos olímpicas, pero ninguna mundial. Ha llegado nuestra hora".

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Duishebáev ya conquistó el máximo título en 1993, pero con Rusia. En 1995 se nacionalizó español y desde entonces ha vivido situaciones inverosímiles con el equipo nacional: en 1996 ganó la primera medalla europea, de plata, y la primera olímpica, de bronce. "Fuimos aclamados", recuerda, "como auténticos héroes. Pero, cuando en 1997 quedamos los séptimos en el Mundial, pasamos a no valer nada. Para mí, fue un shock". Ahora sólo Croacia media hasta la final: "Siempre ha sido una potencia. Acaba de completar una profunda renovación. Será un partido muy complicado".

La suya es una reflexión serena, basada en una vida muy rica en experiencias personales que le han llevado a lo más alto del podio, a pasar una noche en la cárcel en Alemania por un problema -"una serie de malos entendidos por su parte y la mía"- con el fisco y a superar la trágica muerte de dos hermanos. Todo eso ha endurecido su carácter, ya de por sí fuerte. Cuando era sólo un niño, en su Kirguizistán, tuvo que acceder de mala gana a seguir a sus amigos a una pista de balonmano para evitar el frío del invierno en Bishkek: "A los 12 años boxeaba y jugaba al fútbol, el baloncesto y el hockey sobre hielo, pero no al balonmano. Lo probé y me enganchó".

Al principio, como extremo, no era querido en el equipo de su colegio. Sólo entró en él porque faltaban jugadores. Luego, cuando a los 15 años pegó un estirón, el entrenador le colocó de central. Un hallazgo. Ya no se movió de ese puesto. A los 18, con el servicio militar, pasó al CSKA de Moscú y vivió en la gloria: selección absoluta, novia y boda.

Despertó de golpe en 1992. Su país se desmoronaba. Y, tras seis años en Moscú, comenzó un peregrinaje que le llevó al Teka de Santander, a Alemania y ahora al Ciudad Real renunciando a la mejor oferta de la historia: irse a Qatar tres años a razón de 600.000 euros anuales. "Allí habría enterrado mi carrera", explica; "en cambio, estoy en un club con posibilidades y, tras mi lesión de rodilla, he recuperado las sensaciones. Quiero saborear los títulos con la selección; la satisfacción de levantar un trofeo, de mostrar una medalla, de ganar. Es lo más bonito".

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