Locos por el regate
En cierta ocasión, un reportero pidió a Karembeu el nombre de su jugador favorito. Seguramente estaría entusiasmado con la exuberancia muscular de Anelka, con la zancada progresiva de Henry, con el zigzag eléctrico de Pires o, cómo no, con el juego deslizante, fútbol y coreografía, de Zidane.
"Eto'o. Es un regateador loco capaz de hacer el recorte más complicado en la situación más comprometida", respondió.
Sus preferencias eran naturales: Samuel podía personificar el deportista opuesto a su propio modelo. Limitado en su repertorio, él anteponía el orden al ingenio; con todo merecimiento había adquirido un crédito de futbolista leal, pero previsible.
Con Samuel, los locos por el regate representaban la rebeldía. Escuchaban las instrucciones con una explosiva mezcla de sentimientos; aunque en el fútbol profesional era imprescindible la disciplina, una voz interior les decía que el fútbol de laboratorio es sólo un refugio de la mediocridad. Los expertos podían enredar tanto como quisieran con la defensa en línea o con el repliegue táctico, pero ningún colegio de entrenadores había encontrado el antídoto para un buen recorte. Por eso, llegado el momento, Samuel y sus amigos eran capaces de romper la pizarra y la baraja.
Pero, además, los reyes del regate ilustraban el juego, ampliaban la nómina de figuras y oxigenaban los campeonatos. Ajenos a la norma y a la estadística, eran un fenómeno físico sólo posible cuando coincidían la genética y la inspiración. Nacido a la sombra de Leivinha y Zagalo, Denilson, por ejemplo, no podía ser un mero producto de la tradición brasileña o de la evolución natural, sino la libre expresión de una habilidad y un temperamento. Con su perfil arrabalero y su repertorio de rabonas, frenazos y otras filigranas, Tote era, en cambio, un ruido subterráneo, uno de esos artistas independientes que nacen del subsuelo como los surtidores de agua y los escapes de gas. De él apenas sabemos media verdad: nadie se explica por qué, pero es un jugador distinto.
Y Samuel es la síntesis de la tribu. Procede de la escuela emergente de Camerún y, por tanto, carece de pasado. Tiene la espontaneidad de los jugadores sin memoria, la elasticidad de los seres tropicales y un plus de magia negra que nos impide prevenir sus locuras. A su entender, el campo sólo es una pradera repartida entre cazadores y presas, y el fútbol, la combinación de dos recursos extremos: el de perseguir y el de escapar.
En su estilo, como en su vida, todos los caminos conducen al vértigo.
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