El serbio soberbio
Sólo la desesperación conduce al Barça hasta la casa de Radomir Antic, un entrenador al que, pese a su palmarés y sus conocimientos, el fútbol mira con sospecha desde hace tiempo. Los contrastes de su currículo, armado sin mucho sentido por éxitos imposibles y fracasos inexplicables, han ejercido de freno últimamente para que los grandes clubes acudan a él en situaciones de normalidad. Los equipos han preferido apurar las opciones de técnicos más previsibles y menos complicados aunque aparentemente no tan capacitados. De otra forma no podría explicarse tantos meses de paro en un preparador con títulos tan frescos. Pero al Barça le toca arriesgarse.
De una cosa puede estar seguro el Barça: Antic es un grandísimo entrenador. Probablemente, el mejor del mundo si en el fútbol, salvo en las gradas, no contaran los sentimientos. Si lo jugaran máquinas, lo dirigieran máquinas y lo entrenaran máquinas. Y no es que Antic robotice a sus jugadores, que les condene a inflexibles movimientos mecánicos, que les prohíba pensar. Porque, al contrario, pone orden táctico en sus equipos, sí, pero también alienta el atrevimiento de sus futbolistas, les invita sin complejos a dejarse llevar por su inspiración y su talento. Le gusta el fútbol ambicioso, veloz y bien jugado. Y no descuida el mínimo detalle. Atiende como pocos a las jugadas de laboratorio y gana ventajas a los aspectos del fútbol aparentemente más nimios. Desde ahí, es un entrenador modelo. Se las sabe todas y también se las inventa. Conoce el pasado y el presente y se atreve con el futuro: es un innovador.
Llega con el ego herido y es en ese estado cuando arranca lo mejor de sí
Su talón de Aquiles tiene que ver con las relaciones humanas. Con su torpeza para manejarse con sus subordinados, con sus jefes y hasta consigo mismo. Los vestuarios se le han vuelto en contra con demasiada frecuencia. Al principio, cuando la convivencia se prolongaba, y últimamente, avisados los jugadores por el boca a boca, a las primeras de cambio. Tarde o pronto, Antic te falla y rara vez te irá de frente. Ése es el mensaje casi unánime de las plantillas a las que ha dirigido. Tampoco ha sido muy hábil en el trato con los directivos, una mezcla de firmeza y peloteo que casi siempre le ha dejado en mal lugar.
Pero el principal problema de Antic parte de sí mismo, de su forma de digerir las derrotas y, sobre todo, las victorias. En las primeras, los culpables siempre son los demás; en las segundas, el responsable únicamente es él. La vanidad y un punto incontrolable de soberbia le han perdido. Eso sí, también le han servido de motor para vencer situaciones irreversibles. Porque, aunque sus detractores le han arrojado fama de pesetero, y no lo es más que la mayoría, lo que verdaderamente le mueve son los grandes desafíos, retos que le permitan dejar con la boca abierta al resto de la humanidad. Y arreglar el Barça, dada la dimensión de su crisis, es uno de ellos.
Antic llega con el ego herido, ofendido por los que han cuestionado su prestigio, por quienes le han dejado en el furgón del olvido demasiado tiempo. Y es en ese estado de ánimo cuando arranca lo mejor de sí. Llevaba tiempo masticando este momento. No hay duda, el Camp Nou es su escenario.
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