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Reportaje:EXCURSIONES | CASTILLO DE LA RIBA

Bello y viejo como el mundo

Este alcázar del norte de Guadalajara sobrecoge por su agitada historia y su emplazamiento espectacular

Entre los castillos, como entre los humanos, suele ocurrir que los más bellos no son los más interesantes. Abundan los feos y arruinados con una historia apasionante, mientras que detrás de muchas lindas fachadas no se escucha más que un bostezo, un pasado hueco como las cabecitas de esas damas tontivanas que se pasaban el día bordando en los balcones de las altas torres con la mira puesta en el príncipe azul, otro hermoso sinsustancia. Los castillos bonitos y con enjundia, como el de Riba de Santiuste, son una rareza.

Encaramado en un cerro de crestas afiladas y multicolores, a cien metros de altura sobre el río Salado y el pueblo que le da nombre, el castillo de la Riba, como allí le llaman, iguala por la espectacularidad de su emplazamiento a los dos más bellos de Guadalajara: el de Anguix y el de Zafra. Pero, a diferencia de éstos, esta fortaleza tiene una historia vieja como el mundo. Ésta arranca con la existencia de un castro celtibérico y luego un castillete árabe, que sería ganado por Alfonso VI en 1085 y fortalecido para vigilar el paso entre las dos mesetas; que fue donado a la iglesia de Sigüenza en 1130, disputado durante las guerras entre Castilla y Aragón, tomado por los navarros en 1451 y recuperado al poco por los obispos seguntinos, que ya no lo soltaron.

La historia arranca con la existencia de un castro celtibérico y un castillete árabe

La voladura del castillo, ordenada en 1811 por el general napoleónico Duvernet, podría haber puesto punto final a este ajetreado currículo, pero no fue más que un aparte.

En 1971, el ruinón fue subastado y adquirido a precio de saldo por un particular, siendo durante esa decada y la siguiente ampliamente restaurado y frecuentado por miembros de Nueva Acrópolis, una asociación supuestamente cultural con una inquietante tendencia a celebrar reuniones a la manera artúrica en recintos lóbregos, no menos oscuros que las teorías filosóficas que postula. Tampoco es el capítulo más brillante de la historia del castillo, pero ya es historia al fin y al cabo.

Todo esto, a escasos metros de Riba de Santiuste, un pueblecito que yace olvidado del mundo a tres leguas al norte de Sigüenza, casi en la linde de Soria, con 25 censados y sólo tres o cuatro robinsones que lo habitan de continuo, donde parece que nunca ha pasado nada y nada pasará, hasta que uno levanta la mirada por encima de los tejados y descubre la silueta formidable, de 90 metros de largo, del castillo de la Riba, o de San Justo, o de Ripa Sancti Iusti, que todos estos nombres ha recibido en su larga historia.

Sin perderlo de vista, nos echamos a andar por detrás de la iglesia del pueblo siguiendo la pista que lleva al frontón y cruza el río Salado por un precioso puente medieval, para subir a continuación al cerro por un camino evidente que surca la ladera sur. Esta cuesta, desnuda de vegetación, es un muestrario de fantasías geológicas, de pliegues y fracturas, de estratos alternos de arenisca roja y amarilla, de cristales de sal y de huellas dejadas por la marea en una remota playa de Guadalajara.

El castillo no parece una obra de hombres, sino un capricho más de las fuerzas telúricas, la guinda que Gea puso a este pastel de rocas triásicas.

En media hora arribamos al castillo, largo y afilado como la propia cima, rodeado de altas murallas y poderosos cubos rematados por almenas cuadradas. Lástima que tamaña belleza se vea deslucida por elementos extraños, como los escudos pintados y botellas tiradas por doquier.La bajada, para variar, la hacemos por la herbosa ladera norte, zigzagueando por una trocha de ovejas hasta salir a la pista que vuelve al pueblo por el fondo del valle. Así gozamos de nuevas vistas del castillo y del cerro, rojas almenas y crestas rojas donde los buitres se posan indistintamente, como si fueran la misma cosa, la misma historia.

Una hora sin ninguna dificultad

- Dónde. Riba de Santiuste (Guadalajara) dista 140 kilómetros de Madrid. Se va por la carretera de Barcelona (N-II) hasta el kilómetro 104 y por la CM-1011 (antigua C-204) hasta Sigüenza, para luego seguir por la CM-110 en dirección a Atienza y tomar, a los 14 kilómetros, la desviación señalizada hacia Paredes de Sigüenza.

- Cuándo. Paseo circular de dos kilómetros y una hora de duración, con un desnivel acumulado de sólo 100 metros y una dificultad muy baja, recomendable para las épocas menos calurosas del año.

- Quién. José A. López Ballesteros y Miguel A. Díaz Martínez son los autores de 15 rutas por la naturaleza de Sigüenza y el Parque Natural del Río Dulce, una excelente guía editada por la librería Rayuela (Medina, 7; Sigüenza; teléfono 649 390 233) en la que se describen éste y otros itinerarios a pie y en bicicleta por la zona.

- Y qué más. El mapa 434-III, a escala 1:25.000, del Instituto Geográfico Nacional nos será muy útil, sobre todo si deseamos prolongar la excursión más allá del castillo, donde hay bosques y cortados rocosos espectaculares. Una información más detallada sobre la fortaleza la hallaremos en Guía de campo de los castillos de Guadalajara (Aache Ediciones), de Antonio Herrera Casado.

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