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El partido laico Shinui aspira a ser la segunda fuerza política de Israel

Un periodista llama a la clase media a desafiar a los ultrarreligiosos

Shinui -cambio, en hebreo - es un partido relativamente nuevo que trata de aglutinar a la clase media en una cruzada laica contra las organizaciones ultrarreligiosas, y que aspira a convertirse a partir del próximo martes en la segunda fuerza política de Israel, por detrás del nacionalista Likud. La izquierda y los laboristas se sienten amenazados y acusan a su líder, el periodista Tomy Lapid, de demagogo y populista.

"El Partido Laborista está en proceso de desintegración y nosotros tenemos una excelente oportunidad de ocupar su puesto", asegura Lapid, de 72 años y ex redactor del periódico Maariv, convertido en el artífice del partido Shinui, una formación enraizada en el desaparecido Movimiento Democrático para el Cambio (Dash) que en la década de los setenta pasó como una exhalación por la escena política de Israel, para desintegrarse tras haber obtenido 15 escaños en los comicios de 1977.

Lapid -casado, con dos hijos y oriundo de la desaparecida Yugoslavia- es además de escritor y periodista un avezado jugador de ajedrez, que en poco menos de cuatro años ha sido capaz de convertir el partido Shinui, en una organización respetada que cuenta en la actualidad con seis diputados. Los últimos sondeos aseguran que podría superar en estos comicios los 16 escaños, ocupando el segundo lugar en el Parlamento israelí, por detrás del vencedor indiscutible, el Likud de Ariel Sharon, al que los últimos pronósticos dan entre 33 a 34 diputados. Algunos sondeos aseguran la victoria de Shinui sobre el Partido Laborista, que continúa deslizándose imparable por la rampa de la derrota, con menos de 18 puestos.

El partido de Lapid propugna en su programa una lucha a muerte contra los partidos ultrarreligiosos, especialmente contra el Shas. Se trata de una verdadera cruzada, en la que sugiere recortar las subvenciones y prebendas a la formación y obligar a sus militantes a participar en las tareas del Estado, como cumplir el servicio militar. Shinui habla claramente de acabar con el monopolio religioso de los rabinos, poner fin a la sacralización del Shabat y disminuir los beneficios a las familias numerosas.

Shinui pasa de puntillas y sin mojarse por el proceso de paz y el conflicto palestino, gracias a una fórmula vaga con la que sugiere, negociar con los elementos moderados de la Autoridad Palestina, excluir de la mesa de diálogo a Yasir Arafat y encontrar una fórmula de convivencia con respecto a Jerusalén, para acabar permitiendo la creación de un Estado de Palestina tan pronto como acabe el terrorismo y los palestinos renuncien al retorno de los refugiados.

"Pero el gran éxito de Shinui es haber sabido convertirse en plataforma de la clase media israelí, que en toda sociedad es el motor del cambio y que no se encuentra representada en la Knesset [Parlamento] de la manera que debía estarlo", asegura Víctor Algranatti, de 43 años, dirigente del partido, miembro de su Comisión Nacional, ingeniero informático y miembro activo de la comunidad latinoamericana, muchos de cuyos miembros dan su apoyo a Tomy Lapid.

La izquierda acusa al periodista de propugnar un "fundamentalismo laico" tan execrable como el "religioso" y más aún de reclutar seguidores y conseguir votos en las discotecas de Tel Aviv, olvidándose de que las esencias de la laicidad israelí "está en los museos, en las universidades" y de que en "este país hay una tradición judía y una comunidad religiosa cuyos intereses hay que respetar". Determinados sectores de esta izquierda acusan incluso a Lapid de utilizar en su campaña electoral los "viejos clichés del antisemitismo", arrastrando con ello a los sectores jóvenes y menos formados de la sociedad israelí.

Pero el ascenso de Shinui no parece preocupar a los dirigentes políticos de Israel, que se encuentran mucho más angustiados por la caída catastrófica del laborismo, que no deja de perder escaños en las encuestas a medida que se acercan las elecciones; de 25 diputados podría pasar a 18. La desintegración del laborismo empieza incluso a preocupar a los nacionalistas del Likud y al primer ministro, Ariel Sharon, que se pregunta ahora con quién podrá aliarse y formar el próximo gabinete de unidad nacional, si el laborismo se diluye.

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