Explotando el fracaso
Es bien sabido que el éxito tiene muchos padres, mientras que el fracaso siempre es huérfano. Hace unos meses, cuando Aznar tocaba el cielo en la apoteosis del congreso de su partido, presentaba, henchido de orgullo, una fantástica visión del país y de sus gentes, cuyo artífice principal no era otro que él mismo. En los últimos meses, sin embargo, las cosas parecen habérsele empezado a torcer, bien por la sucesión de errores cometidos por su Gobierno, bien porque las maravillas cantadas no eran tales, y la cruda realidad, siempre tozuda, ha acabado por mostrarse tal cual es. Y, así las cosas, Aznar ha decidido tirar por la calle de enmedio, acusando a la oposición de los problemas del país y de alimentar una gran conspiración capaz de aglutinar a todas las fuerzas de la anti España. Hasta ahí, nada nuevo: el viejo truco de endosar a los demás los propios fracasos.
Sin embargo, durante las últimas semanas Aznar ha descubierto una nueva estrategia que amenaza con incorporar a los manuales de la práctica política. Se trata, ni más ni menos, que de convertir los propios problemas en instrumento con el que atizar a los demás y tratar de perpetuarse -él o su partido- en el poder. Cual prestidigitador que saca conejos de la chistera, el presidente del Gobierno ha optado por recuperar eso que ahora se llama la "iniciativa política" -asunto que, al parecer, consiste en inventar algo cada día para ocupar el máximo de espacio en los medios de comunicación-, lanzando todo tipo de propuestas con las que hacer frente a un creciente número de problemas que, a lo que parece, surgen de pronto por arte de biribirloque o son provocados por las actuaciones de su particular eje del mal, encarnado por los malvados conspiradores de la mencionada anti España.
Tras un par de meses en los que todas las encuestas reflejaban el descenso en las expectativas de voto del PP, los asesores de Aznar han activado su poderosa maquinaria con la intención de hacernos olvidar sus fracasos, poniendo sobre la mesa diferentes medidas con las que presentarse ante la opinión pública como los salvadores frente a la catástrofe del Prestige, los problemas de la seguridad ciudadana, la elevada inflación o la pifia de Mayor Oreja en el Parlamento vasco. Entre las medidas adoptadas destacan sin duda las relativas a las reformas legales supuestamente orientadas a reforzar la seguridad ciudadana. Nada menos que un tercio de los artículos del Código Penal -aprobado hace apenas siete años- van a ser modificados, a la vez que se nos anuncia la construcción de nuevas cárceles, y diferentes reformas conducentes a reforzar las medidas coercitivas para luchar contra la criminalidad. Lo curioso del caso es que el mayor incremento de la inseguridad ciudadana se ha producido precisamente bajo el gobierno de Aznar, pero ello no sólo no ha merecido una mínima explicación por su parte, sino que es presentado como algo sobrevenido, de lo que sólo el PP conseguirá librarnos con sus nuevas medidas. Todo un ejemplo de cómo el fracaso político puede, adecuadamente tratado, utilizarse en beneficio propio.
Pero, sin duda, nada tan extravagante como la ofensiva lanzada en los medios de comunicación -páginas y minutos de publicidad incluidos- para hacernos saber que el Gobierno ha actualizado la subida de las pensiones de acuerdo con el diferencial existente entre la inflación prevista y realmente habida. Durante varios años, el famoso "España va bien" pivotaba esencialmente sobre los supuestos logros económicos del Gobierno, entre los que pretendía destacarse el control de la inflación. Y ahora resulta que se presenta como gran éxito, con importante orquestación mediática, una subida de las pensiones a la que el Gobierno se ha visto obligado como consecuencia de su fracaso en el control de una inflación que se ha disparado casi al doble de lo anunciado. Está claro que para algunos la ambición de poder no tiene límites. Pero, como dijo Oscar Wilde, la ambición no es sino el último refugio del fracaso.
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