Un sabio
Parece que el Gobierno da marcha atrás en su intención de acabar con el subsidio agrario. Ya no hay decreto de reforma laboral, se lo lleva el viento de la razón. El Presidente del Tribunal Constitucional, en Granada, pone al rojo vivo el debate sobre el nacionalismo, perjudicando a la institución que preside por su falta de mesura y de prudencia. En Gibraltar, la policía detiene a ecologistas y periodistas y ni el Gobierno ni la UE tienen la más mínima fuerza para protestar y exigir nada al Gobierno británico. En la bahía de Algeciras queda demostrado que lo de los barcos cargaditos de peligro no cesa y en cualquier momento, como no se ponga remedio, nos puede volver a ocurrir otra desgracia como la del Prestige.
Madrid se queda con la cosa de preparar su proyecto para ser candidata a sede de los juegos olímpicos de 2016 y deja a Sevilla en circunstancia de poner todas sus energías en el trabajo de cada día, lo que por supuesto no tiene por qué acabar con ningún sueño, si es que el sueño realmente vale la pena, que a lo mejor sí o quizá no. Eso sí, es unánime la consideración de que la defensa del proyecto de Sevilla fue mucho más brillante y más convincente que la de Madrid y si tenemos en cuenta que Madrid tiene todo por hacer y aquí había más cosas hechas, la verdad es que quizá tengan razón quienes dicen que la cosa iba de que el Gobierno había apostado por Madrid y en esa circunstancia, poco se podía hacer.
Eso pasaba cuando nos llegaba a media tarde del martes la noticia de la muerte de un sabio, el historiador Antonio Domínguez Ortiz. Decía el rector de la Universidad de Granada, David Aguilar que aunque durante una época no fue adecuadamente reconocido, afortunadamente al final se le acabó reconociendo como lo que era, un sabio auténtico. Es un consuelo poder decir que, esta vez, la persona sí pudo disfrutar del respeto y la admiración que todo el mundo sentía por el personaje. Al "maestro irrepetible e investigador original", en palabras de Carmen Iglesias, hay que agradecerle que lo fuera, porque siempre se le debe agradecimiento a quien enseña. Pasaban otras cosas, pero se detuvo seriamente la tarde al conocer la noticia de la muerte de Domínguez Ortiz. Los sabios, si además son buenos como él, y ofrecen con generosidad, como hacía él, todo lo que saben, deberían ser eternos.
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