Lo que hay detrás de un enchufe
Miles de alumnos visitan cada año los museos de ciencia como apoyo de sus estudios
Que los escolares sientan la misma emoción que el científico al hacer ciencia manejando sus propios aparatos es la mejor forma de aprender esta disciplina, dicen los expertos. Que ellos mismos descubran cómo funciona un grifo o un enchufe o que conozcan una estación meteorológica o vean cómo nace un pollo en una microincubadora.
Con este propósito, una docena de museos españoles interactivos de las ciencias abren sus puertas cada día. Y miles de sus visitantes son estudiantes de primaria y secundaria. "El reto es despertar su curiosidad y fomentar las virtudes propias de la actividad científica de una forma no enciclopédica", explica el director del Museo Príncipe Felipe, Manuel Toharia. Este centro valenciano se inauguró hace tres años y desde entonces más de dos millones de escolares han recorrido sus salas.
La oferta de estos museos se relaciona con cuestiones propias del currículo escolar, aunque no exclusivamente. "Lo que exhibimos sirve de soporte de lo que se enseña en el aula, pero es bueno que el museo ofrezca cuestiones más allá del propio currículo", señala Blanca Moll, responsable del departamento de educación del Museo de las Ciencias en Barcelona, en el que el 50% de sus visitantes son escolares.
Coincide en esto la encargada de esta área en el Museo de la Ciencia de San Sebastián (visitado por más de 35.613 alumnos el año pasado), Elena Rosales: "En estas visitas se refuerza lo que se les enseña en el aula y a los alumnos los conceptos les quedan más claros. Por ejemplo, si están estudiando qué es la presión, aquí se van a dar cuenta por su propia experiencia de que el aire pesa. Luego, en clase tocará aprender cómo se calculan y se suman presiones".
Porque estos museos son un complemento de la enseñanza reglada y no una prolongación. "Nuestro objetivo no es específicamente escolar, pero servimos para que muchos alumnos vean con mejores ojos el mundo de la ciencia. Luego es el profesor el que tiene que explotar esas herramientas", dice Toharia.
En el mundo hay unos 5.000 museos interactivos de ciencia y en Europa unos 350. El boom en España comenzó hace unos siete años. Pero el de Barcelona cuenta ya con 22. Después vinieron otros como el de A Coruña, Alcobendas (Madrid), Cuenca, Granada, Murcia, Tenerife, San Sebastián o Valencia. En todos ellos la idea es que los visitantes se impliquen en una actividad para comprender las propuestas que se plantean. Y cuanto más pequeño es el público, mejor. "Es importante que la aproximación a la ciencia se haga cuanto antes, incluso con niños de tres años, porque las ciencias forman parte de nuestra vida cotidiana y nuestra cultura", dice Moll. Y el director del Museo de la Ciencia en A Coruña, Ramón Núñez, añade: "La aportación principal de estos museos es de orden afectivo. Influye en la imagen y en la valoración que los alumnos tienen de la ciencia".
No en vano, muchas veces la ciencia tiene fama de ardua y aburrida. "Por eso, vincular la ciencia a experiencias agradables es positivo. Y en estos museos los alumnos se lo pasan bien, descubren cosas que les producen satisfacción y entran en contacto con un ambiente que les agrada. Además, a los profesores les sirve de pretexto para presentar una ciencia más atractiva que la curricular", insiste Núñez.
Otro de los objetivos de las actividades escolares de estos museos es asegurarse para el futuro un flujo de visitantes adultos interesados por el mundo científico, algo que actualmente no es demasiado común. "Hay una necesidad absoluta de una alfabetización científica. Hace falta una nueva forma de enseñar ciencia a los que no saben nada", afirma Toharia. Y estas visitas suponen una bocanada de aire fresco para todos. "El sistema escolar está encorsetado por los programas. No es verdad que la letra, con sangre entra. Se puede aprender mucho más divirtiéndose", asegura.
Pompas como triángulos
La filosofía de los museos de ciencia interactivos consiste en un pequeño truco: no ofrecer soluciones sino formular más preguntas a los visitantes para que a la salida tengan todavía más dudas. En el Museo de la Ciencia de Barcelona hay, por ejemplo, una piscina con líquido jabonoso donde los niños hacen pompas de jabón con alambres de distintas formas geométricas. Y el monitor pregunta a los alumnos: "¿De qué manera creéis que os saldrá la pompa con este alambre en forma de triángulo?". Y la mayoría responde: "¡Pues como un triángulo!". No importa que los chavales formulen una hipótesis equivocada. El objetivo es que a través del tanteo y del error el niño se formule nuevas cuestiones como hace el científico. Porque, como señala la responsable de educación de este museo, Blanca Moll, "al final, de lo que se trata es de despertar la inquietud por el conocimiento".
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