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Reportaje:TENDENCIAS

El choque de occidentes

Puede ser que Francis Fukuyama no merezca el aprecio de los catedráticos universitarios, pero es un ídolo entre los profesionales del marketing. Su última idea, ya comercializándose, es que el conflicto del mundo, una vez desaparecidas las derechas y las izquierdas, las utopías redentoristas y hasta el peligro amarillo, no consiste en el enfrentamiento entre Oriente y Occidente, sino entre el Occidente (norteamericano) y el Occidente (europeo). Puede ser que las naciones islámicas -desde Turquía hasta Siria- sean las más enconadas enemigas de Estados Unidos, pero, según ha constatado el reciente estudio del Pew Research Center, salvo Rusia, que vive un arrobamiento por lo norteamericano, la totalidad de los países europeos han rebajado notablemente su apego al amigo americano.

De EE UU puede esperarse lo más progresista al estilo de la revolución sexual, feminista, ecologista, pero también el inicuo neoliberalismo de Reagan
Europa mantiene el Estado protector y apoya la reinserción como consecuencia de atribuir al entorno buena parte de las patologías individuales
En lo social, EE UU representa el modelo individualista que conduce a justificar la pena de muerte porque el criminal aparece como un virus nocivo
Para los europeos, EE UU ha sido la representación de la arrogancia, de la ignorancia y de la indiferencia. Cheney dijo: "El mundo está en nuestras manos"
Al menosprecio que los europeos manifiestan por la simpleza teologal de los norteamericanos, éstos responden llamando diletantes a los europeos

A rising anti-American tide (Una ola de creciente antiamericanismo) tituló The Herald Tribune la información donde se comentaba esta encuesta realizada en 44 países. El mundo, en general, desde una punta hasta la otra, contempla a Estados Unidos como la superpotencia que tras haber sido adorada en la cultura pop se transfigura en un imperio temible. Y no por su poder, tan grande como nunca antes había ostentado un país en la historia de la humanidad, sino por la dirección que le confiere un líder como Bush, comparado por sus mismos compatriotas al presidente Wilson, a quien, en 1918, John Maynard Keynes acusaba de poseer "un pensamiento y temperamento esencialmente teológicos y no intelectuales, con toda la fuerza y toda la debilidad de esta manera de mentalidad, de sentimiento y de expresión". De Estados Unidos puede esperarse lo más progresista, al estilo de la revolución sexual, feminista, antirracista, ecologista, de los años sesenta, pero también el inicuo neoliberalismo de Reagan y el sardónico "conservadurismo compasivo" de Bush.

El potaje como ejemplo

Howard Simon, redactor jefe de local en The Washigton Post, en el momento del Watergate trató de hacerme comprender la sociedad norteamericana de Reagan poniendo el ejemplo de un potaje. Así como en el potaje unas veces dominan los garbanzos y otras las espinacas, sin que los demás ingredientes desaparezcan, lo que cuenta en la sociedad norteamericana es aquello que en un momento flota en la parte superior de la olla.

Ahora flota Texas y el bushismo, que es una forma del fundamentalismo insomne y sin disolver. Una especie social y política que siguiendo el máximo selfish nacional no suscribe el Protocolo de Kioto (por sus intereses industriales internos), ni el Tratado de Minas Antipersonas (por sus intereses en Corea del Sur, etcétera) ni el Tribunal Penal Internacional (por razones obvias).

Estados Unidos no es, en conjunto, la figura adusta que sufrimos ahora, pero esto es ahora lo que hay. El grado más bajo e inteligente de la democracia norteamericana y el momento de la tolerancia cero.

George W. Bush es presidente con el apoyo de apenas un 20% del electorado, puesto que apenas votó un 40% del total, pero el 11-S le ha propulsado como a ningún mandatario reciente. Bush no representa a la mayoría, pero los disidentes están en gran medida mudos bajo el chantaje de ser calificados como antipatriotas si no secundan la venganza que merecen los asesinos de más de 3.000 norteamericanos. Y, por si esto no bastara, la profesión de fe en América lleva a que dos terceras partes de los norteamericanos se manifiesten convencidos, según el Pew Research Center, de que las actuaciones internacionales de Estados Unidos se hacen por el bien de la humanidad. ¿Cómo poner reparos a esta misión salvífica?

¿Los europeos? Al menosprecio que los europeos manifiestan por la simpleza teologal de los norteamericanos responden los norteamericanos llamando diletantes a los europeos. ¿Dónde están las ideas de Europa respecto al conflicto palestino, sobre Irak, sobre Corea del Norte?, preguntan ellos. ¿Dónde está la alternativa europea a la presencia cultural de Estados Unidos?

Para los europeos, Estados Unidos ha sido la representación de la arrogancia, de la ignorancia y de la indiferencia. Una arrogancia que llevó al vicepresidente Dick Cheney a declarar que "el mundo está en nuestras manos" en 2002. Una ignorancia que impulsó a la revista Time, en junio de 2001, a tomar la decisión de indicar a Bush, en su visita a Europa, que el de la barba era Javier Solana, y una indiferencia que les lleva a desdeñar rutinariamente las opiniones de la Unión Europea porque "ni ellos mismos saben quién es realmente su presidente".

Estados Unidos y Europa han padecido varios periodos de desencuentro desde la guerra fría, pero el de ahora es el más locuaz. Una docena de libros en Francia, el Reino Unido, Alemania y Estados Unidos se refieren al conflicto entre occidentes, pero además, significativamente, Jean-François Revel, en Francia, convirtió en best seller L'Obsession anti-américaine (Plon) el año pasado, y al otro lado, Charles A. Kupchan, profesor de la Georgetown University en Washington, descalificó a los suyos con The end of American era (Knopf). En suma, un europeo legitimando la hegemonía de Estados Unidos y un norteamericano vaticinando el fin de esa supremacía. Un paso atrás, formando coro, los mejores sectores sociales de Europa y de Norteamérica proclaman la necesidad de un entendimiento recíproco y una continuada acción multilateral.

¿Se conseguirá pronto? Claro que no. Tanto en lo político como en lo ético, la cultura norteamericana y europea son dos cosmologías distantes. Posiblemente, el talante teológico norteamericano es, en el fondo, más afín a Estados como Irán o Turquía que a Francia o Suecia. Los norteamericanos no entienden la extrema secularización de los europeos cuando hasta un 48% de ellos acude a los oficios religiosos al menos una vez a la semana. No entienden estos desmanes sexuales en el cine o en los libros del tipo La vida sexual de Catherine M. o Las partículas elementales, de Houellebecq, tan compartidos socialmente. Más aún: no dan crédito -según ha escrito Christopher Caldwell en Time- a que en Europa se presuma tanto de tradición y de linajes cuando la tasa de nacimientos es ridículamente baja. ¿Hipócritas los norteamericanos porque tratan de encubrir su interés por el petróleo en cruzadas contra el mal? Los europeos serían los farsantes.

Mientras en Estados Unidos, leyes y ejércitos se disponen a combatir la amenaza terrorista, en Europa, los franceses, los suecos, los daneses, los italianos, hablan del peligroso delirio norteamericano. Una amenaza representada tanto en su desproporcionado poder militar, igual al de las quince siguientes potencias juntas, como en la fuerza de su cultura uniformadora. Lionel Jospin, siendo primer ministro, convocaba a los europeos en 2001 para "evitar la exclusiva dominación militar norteamericana" y, a la vez, para "protegernos contra la invasión de productos procedentes de Estados Unidos". Dos pretensiones ya pueriles: el 75% de las películas que ven los franceses son norteamericanas y, contra las pretensiones francófonas, 1.000 millones de personas se encuentran en estos momentos tratando de aprender inglés en el mundo, a despecho de las estafas en las academias españolas. Hasta un 84% de las transacciones mundiales se realizan en dólares, y, para mayor afrenta francesa, 60 de los 100 pintores más reconocidos en el mundo no tienen piso en París, sino en Nueva York o San Francisco.

Modelo individualista

En lo social, EE UU representa el modelo individualista que conduce, en su extremo, a justificar la pena de muerte porque el criminal es el máximo responsable de sus actos y aparece ante el tribunal como un virus nocivo. Contrariamente, Europa mantiene el Estado protector y apoya la reinserción como consecuencia de atribuir a las circunstancias sociales buena parte de responsabilidad en las patologías individuales.

La democracia europea sigue siendo sensible al principio de la equidad, mientras el sistema norteamericano acentúa las desigualdades. Estados Unidos exalta sobre todas las cosas los destinos individuales, mientras en Europa quedan marcados todavía los rastros de los proyectos colectivos. Desde los años cincuenta, Estados Unidos ha sido un patrón cada vez más presente en Europa, pero Europa ha sido pocas veces, fuera del ámbito universitario, un modelo estimado allá. Más bien la democracia norteamericana ha constituido un mito superior a lo ancho del mundo y no en épocas tan lejanas. La llegada de McDonald's a Moscú, en 1990, fue celebrada como un eminente signo de libertad, y en Kuwait City, en 1994, se formó una cola de 15.000 personas y 12 kilómetros ante el primer McDonald's que servía hamburguesas a los conductores como una cola de comulgantes.

Coca-Cola, McDonald's, Barbie, juzgadas después como iconos de la opresión, fueron abrazadas como banderas de apertura internacional, de la libertad y el progreso. No en vano, Barbie se presentaba como la mujer liberada y emancipada moral y económicamente, capaz de ser cirujana, astronauta, periodista o presidenta a lo largo de 150 modelos distintos y en representación de media docena de razas.

Hoy mismo, los empresarios norteamericanos, en contraste con la inflexibilidad de sus gobernantes políticos, se muestran delicados con las culturas locales en su propósito de vender mejor. La empresa de supermercados Wal Mart, la compañía mayor del globo, respeta la fiesta del sacrificio musulmán del cordero en sus diez establecimientos de Turquía y allí venden, junto a los patés y vinos franceses, el anisete raki o los pasteles con kadaïf. Los mismos McDonald's, arquetipo de marca global capaz de atender diariamente a 45 millones de personas en 30.000 establecimientos de 120 países, sirven siempre la Big Mac, pero a su lado emplazan la ensalada niçoise en Francia, la feta en Grecia, el pollo frito en Singapur, el pollo al curry en el Reino Unido, la comida kosher en Israel. O transcorporeiza su unidad de culto en el McLaks de Noruega a base de salmón en vez de carne o en el Maharaja Mac de la India con cordero y no buey para respetar a los hindúes. "Nos hemos convertido en una empresa multilocal", afirmaba su director general, Jack Greenberg, en 2000. Una empresa multilocal que se despliega en lo que la misma firma llama un McWorld, el símbolo del compartido sabor del mundo.

Otros muchos ejemplos de adaptación podrían ofrecerse para ilustrar la sensibilidad de las compañías, su extraordinario sentido de la cultura en las estrategias del marketing. En la Administración política o militar predomina el esquema del bien y el mal, los amigos y los enemigos, equivalentes a quienes no piensan lo mismo, pero en los negocios no es lo mismo.

Los europeos, que han debido valerse de la ambigüedad, la equivocidad, la sutileza y la diplomacia, en general, para dirimir sus mil diferencias, no pueden entender el lenguaje terminante del bushismo. Los europeos necesitan y aman la retórica, la filosofía, mientras los norteamericanos son los máximos representantes del atajo mental y el entertainment. Mientras los europeos se demoran en consideraciones de principio, los norteamericanos buscan cómo actuar con mayor eficacia. El mundo despacioso de la escritura, con sus implicaciones de desciframiento y meditación, fue europeo, pero el mundo audiovisual y de impacto es norteamericano.

Mayor rendimiento

No es probable que los modelos se intercambien pronto, pero el futuro es ya visible en la aleación que interpretan diariamente las estrategias mercantiles. Para los más despiertos de los hombres de empresa, la marca Estados Unidos sólo podrá seguir siendo la primera del mundo si asume los prototipos de otros lugares, no como subordinación de lo norteamericano, sino como el mejor modo de ganar con mayor eficiencia y rendimiento el mercado.

En Estados Unidos, los intelectuales piensan incluso en la decadencia de la imagen de Estados Unidos, pero en Europa no hay todavía una acción suficiente para ocupar esa posible corrosión de esa imagen. No es extraño, por tanto, que, siguiendo el modelo de la cadena de cafés a la europea de Starbucks, lo norteamericano, para triunfar, vaya poco a poco disfrazándose de francés, de chino, de indio, sin dejar de ser norteamericano. Es lo que hace la MTV en Asia o la CNN en China. ¿Calvin Klein, Ralph Lauren, Paul Smith son modelos más o menos europeos que Cerruti, Armani o Pierre Cardin? En Japón, los escolares creen, en su inmensa mayoría, que la Big Mac es un invento nacional, y en algunas zonas maquiladoras de México, los niños, apenas dejan de ser bebés, toman Coca-Cola en lugar de agua, ante el temor de que sea lo natural lo más contaminado. ¿Contaminación de Estados Unidos? La verdadera conquista de Estados Unidos se realizará de verdad, en adelante, cuando su modelo (la política económica, lo social, la cultura) se confunda con el modelo general del mundo o cuando sus ideas tamizadas se traben con el exterior. ¿Cuándo culminará esa alianza? Es imprevisible, pero el mundo -como se demuestra cada día- se comporta de acuerdo al modelo terrorista: a saltos, por espasmos y noticias bomba.

Hace 50 años había mucha gente en el sur de Estados Unidos a los que les resultaba imaginable alguna parte del mundo donde no se hablara inglés. Ahora, esos ignorantes han venido a tener razón. Pero justamente en sentido opuesto. Si Clinton decía, tras el 11-S, que el islam era "la otra cara oculta de la interdependencia", he aquí el broche del planeta tras el bucle de la globalización.

¿Europa? ¿Estados Unidos? Llegará un día en que será imposible distinguir el ADN distintivo de un libro, una película, una fe, una paz, una comida de fusión, una vida, vídeo. Pero, entretanto, ¿cuántas guerras en nombre del orgullo de la identidad?

Una sucursal de un restaurante de <b><i>comida rápida</b></i> en Moscú.
Una sucursal de un restaurante de comida rápida en Moscú.PABLO JULIÁ

La sensibilidad del 'marketing'

EL FENÓMENO DE LA CADENA de cafés Starbucks puede ser uno de los ejemplos: Starbucks nació en Seattle en 1987 con 17 establecimientos y ahora posee 6.000 en 28 países y proyecta duplicarlos en menos de cinco años.

Para los norteamericanos, Starbucks representa el "capitalismo del buen gusto", y para los consumidores japoneses, chinos y europeos, un producto sin agresividad. En Starbucks se copia los ambientes de los tradicionales cafés europeos con el olor y el ambiente musical de las tertulias intelectuales de Berlín, París o Viena. Su éxito, ahora que McDonald's ha empezado a sufrir dificultades y cerrado más de 300 locales en dos años, es una metáfora de lo que sería el futuro de la comunicación transatlántica e internacional en general.

Ciertamente, para muchos norteamericanos, Europa es poco más que "un Tercer Mundo elegante", pero es sólo la apariencia. La Europa de los 25 reunirá a 450 millones de personas, unos 200 millones más que los actuales habitantes de Estados Unidos, y el rendimiento económico de este continente es ya de 8.000 millones de dólares, frente a los 10.000 millones de dólares de los norteamericanos. Esto, además, cuando las diferencias no cesan de acortarse y el euro se ha impuesto sobre la moneda norteamericana al cabo de un año.

Posiblemente lo peor de Europa no sea lo que de verdad vale, sino lo que cree valer, su automenosprecio y su docilidad, su relativo adormecimiento, tal como le achacan los norteamericanos, y su falta de dinamismo político.

Contrariamente a lo que parece a simple vista, los empresarios norteamericanos han actuado cada vez más reconociendo los mercados locales y acercándose a los deseos de los consumidores de otras culturas. De la misma manera que en la oferta de mercancías y servicios se ha impuesto la customización o personalización de los artículos, los establecimientos han buscado incluso asimilar la ambientación autóctona, como los McDonald's en París, para hacerse más fácilmente asimilables y asimilar a su vez a la clientela.

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