Dos porteros con distinta fortuna
Un error de Cavallero da la victoria a la Real, que ganó gracias a que Westerveld paró un penalti
Se quiera o no, la Real ha perdido neuronas. Mantiene la fortaleza física que le hace avasallar los noventa minutos, observa la misma intensidad del principio, la fe en ganar, pero ha encogido el intelecto. Se quiera o no, la baja de Xabi Alonso tiene que ver en el asunto. Sin él, el equipo líder sigue siendo importante, pero más delgado, menos exuberante en ocasiones de gol, más partido en dos que nunca. Sobre todo, si el rival, el Celta, te plantea un partido lleno de precauciones defensivas, trabado, frío, algo irreprochable a un equipo vigués que acudía con muletas en la defensa, con Luccin de inesperado libre, con Juanfran de improvisado central y un debutante, Rodríguez, como tercer marcador.
REAL SOCIEDAD 1 - CELTA 0
Real Sociedad: Westerveld; López Rekarte, Kvarme, Schurrer, Aranzabal; Karpin, Jáuregui, Boris (Aramburu, m. 61), De Pedro (Barkero, m. 73), Nihat (Tayfun, m. 83) y Kovacevic. Celta: Cavallero, Velasco (Coira, m. 70), Jorge Rodríguez, Luccin, Juanfran, Sylvinho; Vagner, José Ignacio, Giovanella (Catania, m. 70) Gustavo López (Jesuli, m. 83) y Edú. Gol: 1-0. M. 64. Fallo en la defensa el Celta que recoge De Pedro y dispara raso. El balón bota ante Cavallero que se traga el disparo. Árbitro: Megía Dávila. Amonestó a Vagner, Juanfran, López Rekarte, Boris, José Ignacio y al técnico el Celta, Miguel Ángel Lotina. Unos 25.000 espectadores en Anoeta.
En esos partidos se echa en falta a un futbolista como Xabi Alonso, con criterio, con movilidad y con sentido de la orientación. Alguien, en suma, que divise el horizonte y lo despeje de dudas. Nada que ver, pues, con los dos pivotes que alineó Denoueix, Boris y Jáuregui, dos chicos aplicados con un acusado espíritu defensivo de los que tienden a ralentizar los partidos y por lo tanto a partir los equipos. A Lotina le venía bien. Asustado por las bajas y el rival había dispuesto una guardia de corps en el centro del campo, un trivote compuesto por Vagner, José Ignacio y Giovanella que tenía casi como única misión que no jugara el contrario y despreocuparse de sus dos delanteros, abandonados a su suerte. Es decir, que el asunto estaba entre un equipo atascado y otro asustado. Para colmo, Nihat, el velocista de la Real, habitual goleador instintivo, decidió enredarse con el balón en su desmedido afán porque fuera él y no el balón el que besara la red. Por dos veces, malgastó sus cabalgadas topando con Cavallero o con el poste, siempre por disparar un segundo después de cuando debía. No era su día, ni el de Kovacevic, desesperado ante los centros malgastados por sus compañeros cuando alcanzaban la línea de fondo. Ni uno llegó en condiciones.
El Celta sobrevivía, que no era poco, que era lo que quería, alcanzar el descanso y meterle a la Real en un estado de nervios que le echara del partido. Para ganar sólo confiaba en Gustavo López, un talento natural para coser el balón a la bota y mover a las defensas. Pero era poca munición, por más que la Real diera signos de impotencia en el área.
Pero hasta los partidos más planos pueden volverse locos. Ocurrió que De Pedro cazó un mal pase de la defensa y se metió en el área. Su tiro cogió un pequeño bote tardío y Cavallero se la tragó. Un mal bote, un fallo de atención. Y ocurrió, que Catanha accedió al partido y en su primera intervención obtuvo penalti por empujón de Schurrer. Todo el infortunio de Cavallero se convirtió en gloria para Westerveld que cazó el disparo colocado pero manso de Luccin. No es que éste tirara del todo mal el penalti, porque lanzó a la derecha del guardameta, sino que éste le adivinó dónde iba a tirarlo. Acierto suyo, más que fallo del rival. Quizá fuera el sino completo de los dos equipos anoche.
Cosas que pasan, sobre todo en partidos que comienzan espesos y acaban abiertos, correcalles de ocasiones, fruto de la desesperación más que del ingenio. Reaccionó Lotina con los cambios y reaccionó Denoueix, que dio entrada a Aramburu para que aligerase y alegrase el acobardado medio campo de la Real. Algo cambió, pero el partido había entrado ya en otra dinámica, más dada al carácter que a la calidad, mas propia del músculo que del cerebro. Pero la Real obtuvo al menos un puñado de ocasiones que perdió por falta de toque o por precipitación. Y el Celta dio señales de vida. Incapaz de tirar a los tres palos, al menos, en el tramo final dejó su tarjeta de visita encogiendo el corazón de Anoeta en varias acometidas raciales. Se vivió el miedo en San Sebastián y al Celta le quemó el escozor de no haberlo intentado antes, cuando su rival era un caso de lentitud desesperante.
Podía haber sido un partido de cero a cero y pudo acabar lleno de goles. Quizá prevaleció un exceso la precaución, las ganas de no perder en vez de las de ganar. Y se consumieron 45 minutos que al final resultaron preciosos para los dos equipos. Pero así es el fútbol. Por alguna extraña razón se suele ningunear el primer tiempo como si obligatoriamente todo se resolviera en el segundo
Lo que comenzó muy científico acabó en estado de locura. Todo por un gol accidentado y porque Lotina reaccionó con los cambios, cuando iba perdiendo. Queda la duda de qué hubiera ocurrido si hubiera optado por Catanha en vez del desangelado Edu, a la vista del estropicio que causó en los centrales realistas. Dudas a posteriori. Lo cierto es que la Real ganó con fortuna, lo que afianza más su autoestima de líder y el Celta perdió por miedo. Y entre medio, dos porteros con distintas fortunas.
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