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Columna
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Arte

El Banco Bilbao Vizcaya Argentaria ha pagado impuestos a la Diputación de Vizcaya con un desnudo de Julio Romero de Torres, Venus de la poesía, que vale 480.000 euros. Pintada por Romero de Torres, Raquel Meller, cantante y estrella de cine y protagonista del cuadro, parece un pájaro implume pero con mantilla y caído en un diván, ante Córdoba, en 1913. La acompaña su esposo, con traje y gafas, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (en aquel tiempo los chismes sobre el mundo del espectáculo eran épicos: se dijo que el marido de Meller era amigo de la espía Mata Hari, a la que una Meyer celosa delataría al Alto Mando francés). Aunque Romero de Torres fue siempre un pintor muy visto en España, expuesto incluso en billetes de banco, calendarios y sellos de correos, este retrato de Raquel Meller jamás había sido admirado en público hasta hoy: habitaba la cámara del tesoro de un coleccionista.

En la veneración de la belleza hay mucho de fascinación ante la riqueza, el poder y la autoridad, o así lo sentí una mañana en el Frick Museum, en la calle 70 Este de Nueva York, casa del magnate del acero Frick, ámbito privado (y por eso más persuasivo o absorbente o conmovedor) abierto a la admiración del público de buen gusto, intimidad muy parecida al almacén para el botín de guerra de un aventurero. Reuniendo su preciosa colección de arte, Frick había capturado tesoros, pero también antepasados ilustres (aristócratas pintados por pintores ingleses del XVIII, o una condesa de Ingres, o un rey de Velázquez), paisajes europeos (un puerto visto por Turner), interiores holandeses de Vermeer, amores (pinturas eróticas pagadas por un rey borbón para su amante) y devociones religiosas (imágenes del Greco, Claudio Lorena o Georges de la Tour), el auténtico tocador de Madame de Pompadour y tres Rembrandt. La emoción ante las obras de arte es también emoción por la hazaña de conquistarlas.

Museos y exposiciones nos permiten aspirar el aura poderosa del arte, y la Venus de la poesía de Romero de Torres será contemplada en lo sucesivo en el Museo de Bellas Artes de Bilbao después de casi un siglo de vida secreta en casa de un coleccionista, aunque yo creo haberla visto hace muy pocos años en la gran muestra de Julio Romero de Torres que se presentó en el Hotel Miramar de Málaga: la memoria es una de las cosas más personales y embusteras que existen. ¿Tiene gafas en el cuadro el marido de la Venus, como yo decía al principio? (El Miramar ha sido hotel, hospital de guerra y palacio abandonado, y hoy es sala de tribunales, y supongo que será terrible salir hacia la cárcel desde el Miramar.) Ahora que hablamos de coleccionistas y abre ArteSevilla, feria de arte contemporáneo, recuerdo los consejos que Gertrude Stein, enorme escritora americana, le dio a Ernest Hemingway en el París de los años veinte, cuando Hemingway era un veinteañero y envidiaba los Picasso de Stein: los cubistas ya eran demasiado caros para el joven Hemingway, que debería comprar para su futura colección obras de pintores de su edad. Eso sí: tendría que dejar de gastar en otras cosas; por ejemplo, en ropa, sobre todo ropa de mujer, cara, recomendó Gertrude Stein, que detestaba profundamente a las mujeres de sus amigos.

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