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Columna
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Al salón

He tardado mucho tiempo en descubrir la causa de todos los desastres deportivos de Granada, y la he descubierto por casualidad, gracias a la paulatina modernización de nuestros horarios laborales. Había meditado durante años sobre el triste destino del Granada Club de Fútbol, equipo legendario de mi niñez, capaz de humillar a cualquier enemigo en los campos de primera división. Bueno, quizás no fue para tanto, pero el recuerdo es un amigo flexible que vale igual para un roto que para un descosido, y si otros utilizan las brumas selectivas de la memoria para adecentar sus pasados políticos o literarios, bien puedo yo recargar de hazañas deportivas las vitrinas melancólicas del Granada. Como las nostalgias pueden caer también en manos del autoritarismo, el Granada cumple ahora una pena excesiva en la cárcel de la tercera división, sin que parezca posible reinsertarlo en las noticias de Carrusel deportivo. Las reformas en el código penal de los sentimientos no se paran a pensar en las ciudades, ni en los años, ni en las vidas de la gente. Para echarle leña al fuego, el baloncesto tampoco va muy bien, y los abismos del descenso surgen de derrota en derrota, cada vez más cerca de una catástrofe de difícil remedio, aunque los periodistas más animosos anuncien nuevos fichajes y los aficionados no pierdan la esperanza, que es lo último que se pierde, justo después de la dignidad. Mal va el deporte en Granada, y yo no comprendía las razones hasta que me pusieron una clase a las 15.30 horas.

Para ser europeo he tenido que aprender a hablar de poesía a las 15.30. Quedan ya muy lejos los horarios que nos permitieron comer con tranquilidad, arreglar el mundo en las conversaciones de la sobremesa y conseguir la paz corporal con los ejercicios espirituales de la siesta. Salgo de la Facultad a las 14.00 horas, cruzo las calles atascadísimas de Granada, recojo a mi hija Irene en la puerta de su colegio a las 14.45 horas, como un filete de minutos con guarnición de segundos, y vuelvo a la Facultad, oyendo el programa deportivo de Radio Granada. Una voz cálida y unas sesiones de relajamiento. Eh, amigo, ¿te apetece una copa íntima?, pues te esperamos en Venus, patrocinador de las retransmisiones del Granada Club de Fútbol. Todo es gimnasia. De verdad que no exagero si afirmo que 6 o 7 casas de putas ofrecen sus servicios, su máxima discreción, sus reconocidos magisterios en el placer, sus aparcamientos vigilados, sus jacuzzis y sus mujeres, a través de la publicidad radiofónica, mostrando una solidaridad innegable con el deporte granadino. Conviene visitar estas casas, en las que se fragua la cantera olímpica de la ciudad, entre las 17.00 y las 18.00 horas, o entre las 22.00 y las 23.00 horas, porque los dueños invitan a la segunda copa, y ya se sabe que no hay 2 sin 3. No podemos aspirar a la Copa del Rey o a la Copa de Europa, pero siempre es un consuelo compartir una copa de noche en la habitación de un burdel comprometido con el deporte de Granada. Oyendo la radio de mi coche, camino de la Facultad, he descubierto que los deportistas granadinos, animados por el espíritu de los patrocinadores, ya no salen al campo, ni a la cancha. Sus entrenadores gritan cada domingo: ¡chicos, al salón!

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