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Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Madera alta

Si hubiera que buscar un denominador común en las maneras interpretativas de Hansjörg Schellenberger sería la sabia regulación del aire para acuñar el fraseo, así como el cuidado exquisito con que trabaja el timbre de su instrumento. Un instrumento que, en sus manos, se aleja más que nunca de la típica sonoridad de dolçaines y chirimías, a pesar de su parentesco innegable. El oboe -transcripción algo agreste del francés haut bois (madera alta, madera aguda)- tiene un tipo de vibrato que resulta casi consustancial a la doble lengüeta y que, sin embargo, casi desaparece en algunos momentos de la ejecución de Schellenberger. Se alcanza entonces un sonido liso que resulta sorprendente en este instrumento. Así sucedió, por ejemplo, en ciertos fragmentos de las Tres romanzas (Schumann) y en el último movimiento de la Sonata de Poulenc. Aunque ahí, luego, pudo escucharse un timbre tan distinto como precioso: cuando se adentró en la zona grave, parecíamos estar ante un auténtico corno inglés, y no ante el remedo de su hermano pequeño.

Ciclo de Cámara y Solistas

Hansjörg Schellenberger, oboe. Vadim Gladkov, piano. Obras de Robert y Clara Schumann, Francis Poulenc, Britten y Camille Saint-Saëns. Palau de la Música. Valencia, 12 de enero de 2003.

Pero la apuesta tímbrica tuvo su momento culminante en la Metamorfosis de Britten para oboe solo. El músico de Múnich consiguió convertir el primer episodio (Pan) en una delicada continuación de Syrinx de Debussy, y no sólo por cuestiones de temática mitológica. Por otra parte, el juego de ecos que realizó consigo mismo en Narcissus, habría parecido exhibicionismo técnico si no hubieran prevalecido, por encima de todo, los parámetros expresivos.

Clara Wieck -Clara Schumann, tras su matrimonio con Robert- fue leída con el fraseo contenido y, a la vez, intenso, que corresponde a su época. La parte del piano, sin embargo, no alcanzó la relevancia otorgada por una compositora que, como intérprete, vivía de él: ella y toda su familia. Vadim Gladkov funcionó mejor, en cuanto a nitidez y ajuste, en la segunda mitad del concierto. La primera tuvo pequeños emborronamientos que no empequeñecieron el brillo de Schellenberger, aunque quizás sí el de los Schumann. En la Sonata de Poulenc, por el contrario, el ajuste y la sonoridad del piano corrieron parejas con las del oboe, y Gladkov consiguió, en la Deploration (último movimiento de ese sincero homenaje al Romeo y Julieta de Prokófiev), una amplia gama de colores que podían arrastrarnos hasta el meollo de la historia.

Después, los regalos: transcripciones de dos Lieder de Schumann (de Robert). También se había transcrito el op. 70 (originalmente para trompa) y el op. 22 de Clara, compuesto para violín. Cambiar la voz -la voz es la esencia del Lied- por un instrumento resulta bastante discutible, pero, cuando se toca tan bien, cualquier pecado puede perdonarse.

La crítica publicada ayer en estas páginas correspondía a un concierto del pasado 12 de diciembre que ya fue publicada y que volvió a aparecer debido a un error.

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