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Reportaje:TENDENCIAS

La televisión mata

Hasta ahora la televisión de baja estofa se tenía por un peligro para la condición moral. Los niños se hacían violentos a fuerza de contemplar asesinatos, las adolescentes se quedaban embarazadas por miles como efecto de asistir a un superconsumo del sexo fácil, los niños de corta edad llegaban pronto al sadomasoquismo como consecuencia de imitar los comportamientos en las películas porno que se pasaban a la hora de desayunar.

En Estados Unidos, en Canadá, en Alemania, en Francia, en España se imprimieron toneladas de papel sobre los perjuicios de la televisión en la formación del niño y se llegó a aceptar que el grado de delincuencia y vandalismo en la sociedad presente se hallaba estrechamente vinculado a las imágenes televisadas, de modo que, sin dudarlo, el mundo evitaría incontables destrozos, homicidios, inicuidades, guerras, si la televisión no fuera así. La vida, en fin, podría hacerse más alegre y también más duradera si las emisiones televisadas cambiaran su peor naturaleza y mejoraran la calidad.

El televisor se comporta como un gran portador de convincentes anuncios que impelen a degustar chocolates, cereales, flanes, natillas...
Por cada hora dedicada a la televisión hay un 30% más de probabilidades de llegar a ser obeso. Un sobrepeso de 15 kilos puede reducir la esperanza de vida en 7 años

Actividad de riesgo

Pero actualmente, además, lo nuevo radica sobre todo en que, de acuerdo con las últimas investigaciones, la televisión no sólo puede aumentar la mortalidad induciendo mediante el telefilme al gansterismo o el envenenamiento. Ahora se sabe con pruebas fehacientes que incrementa las enfermedades y las muertes por el solo hecho de dejarse ver. Y ya no, como se temían los más finos, por el hecho de sus irradiaciones catódicas, sino, simplemente, provocando obesidad al confiado espectador.

Exactamente, según un estudio de la Universidad Miguel Hernández, de Alicante, publicado en Internacional Journal of Obesity, el tiempo que una persona pasa viendo la televisión puede utilizarse hoy como un preciso indicador del riesgo a padecer sobrepeso. La ecuación es ésta: por cada hora dedicada a la televisión se obtiene un 30% más de probabilidades de llegar a ser obeso. Y la obesidad mata, mata cada vez con mayor efectividad. Un sobrepeso de 15 kilos puede reducir la esperanza de vida en unos siete años, según un trabajo de la Annals International Medicine. Y más en las mujeres que en los hombres, en los casados que en los solteros, en los que duermen poco que en quienes duermen más.

Durante más de 40 años, los investigadores del Framinghan Heart Study, de Massachusetts, siguieron meticulosamente las biografías de 3.457 voluntarios, y la conclusión fue, entre otras, que se morían antes los individuos gordos que los delgados. No hacía falta, además, que fueran muy gordos: quienes sobrepasaban el peso idóneo sólo entre cinco y 15 kilos morían, como media, tres años antes. ¿Conclusión? Todo aquello que contribuya a la obesidad, desde la fast food al sedentarismo, desde los licores al chocolate, ha venido siendo demonizado. Lo nuevo, sin embargo, es que la televisión y su mundo, hasta ahora eludidos de tal problema sanitario, aparecen como un poderoso fabricante del mal obeso. Su efecto se ha demostrado, sobre todo, pernicioso entre los niños que llegan a ser televidentes diarios de cuatro horas o más sin que nunca se declaren satisfechos.

La Organización Mundial de la Salud empezó propagando la alerta sobre la obesidad infantil y sugirió explícitamente que el excesivo sedentarismo, asociado a la relación con las pantallas (los videojuegos, el ordenador y la televisión), constituía un importante factor de riesgo. De las tres pantallas denunciadas, la peor, sin embargo, era la del televisor. Ante el televisor no sólo se está en reposo, se está a menudo sin parar de comer.

Los niños son sensibles a los estímulos alimentarios del televisor a través de tres dispositivos principales. Uno, en primer lugar, es aquel que les hace comer por el mismo hecho de recrearse plácidamente ante las imágenes, como en el cine, donde no por casualidad ha crecido un próspero negocio de chucherías y, pronto, de pizzas y platos combinados. Se trataría, según algunos psicólogos, de entregarse a una blanda satisfacción narcisista (¿neomasturbatoria?) propia del espectador pasivo. Otro factor, en segundo lugar, radica en que el televisor mueve a comer porque los personajes de la pantalla comen a menudo compulsivamente, y más siendo los personajes norteamericanos. Finalmente, en tercer lugar, el televisor se comporta como un gran portador de convincentes anuncios que impelen a degustar chocolates, cereales, flanes, natillas..., de manera que el niño acude diligentemente a proveerse de ellos. En consecuencia, los teleniños engordan ahora como nunca se había conocido en la historia de la infancia.

Obesidad

De acuerdo con la Universidad de Navarra, también parte científica en esta preocupación por el sobrepeso infantil, "la obesidad es una patología multifactorial que incide crecientemente en las capas más jóvenes de la población". Con una seria consecuencia, añade: los niños obesos derivan frecuentemente en adolescentes obesos, y los adolescentes obesos en adultos también obesos, para, finalmente, morir de un súbito ataque al corazón.

Hay, además, otras dolencias fatales que provoca la obesidad -como la diabetes tipo 2- y en las que la televisión se ve implicada desde las primeras etapas de la vida. Hasta el presente, la diabetes tipo 2 solía aparecer tan sólo en personas mayores de 40 años y asociada a un modo de vida poco saludable donde casi siempre se incluía la inactividad. De la misma manera, otros factores de riesgo cardiovascular, como la tendencia a sufrir coágulos o la inflamación crónica, apenas se conocían en las edades tempranas. Ahora, sin embargo, los niños obesos desarrollan estos males potenciados por la adicción televisiva. ¿Una conclusión exagerada contra la televisión?

Si la revista norteamericana Pedriatics ha comprobado que la obesidad aumenta no sólo en alumnos de preescolar, sino también en niños de uno a cuatro años, un amplio trabajo del National Health Examination Survey concluye rigurosamente lo mismo: más número de horas ante el aparato se convierten en kilos de más. Si a los niños les afecta en un grado mayor, es, no hace falta decirlo, porque son mayores consumidores. La televisión engorda más que los bombones, las patatas fritas, los frutos secos o incluso el tocino. La televisión resulta ser una causa de morbilidad como otras ya clasificadas y, en ocasiones, más mórbida que ellas. Depende de la clase de emisora y su programación.

Sedentarismo

¿Qué hacer, por tanto? McDonald's sufre actualmente, junto a una crisis de ventas, una demanda -a cargo del célebre bufete de abogados que consiguió multimillonarias indemnizaciones de las grandes tabaqueras- por engordar desmedidamente a la población. Es poco probable que contra la televisión pueda iniciarse enseguida una acción de la misma naturaleza, pero nadie duda de que, a medida que se va estableciendo una correlación, la cultura judicialista norteamericana irá a los tribunales. Si se ha conseguido estampar la leyenda "¡El tabaco mata!" en las cajetillas, ¿cómo descartar que se haga lo mismo con las cortinillas de la tele?

En el último número de Newsweek se relata el caso de Okinawa, un grupo de islas entre Japón y Taiwan, agraciadas con la tasa más alta de centenarios del mundo. En las islas Okinawa hay unos 600 centenarios entre una población de 1,2 millones de personas, es decir, 39,5 centenarios por cada 100.000 habitantes, mientras en el mundo más desarrollado, la relación es de 10 a 100.000.

El primer impulso es mudarse a Okinawa. Pero ya es inútil; ya es tarde. La esperanza de los niños o incluso de sus padres cuarentones de llegar a la misma longevidad de los abuelos se ha desvanecido por culpa de los nuevos hábitos alimenticios, los McDonald's y la televisión. Una gran mayoría de los okinaweses vivían con el convencimiento de que su existencia se prolongaría sin traba por encima de sus vecinos de Taipei o Kioto, pero la leyenda ha dejado de ser realidad. A ellos les ocurre lo mismo que a los envidiados habitantes de Roseto, en las montañas de Poconoco, en Pensilvania. Este pueblo de inmigrantes italianos apenas conocía el infarto en los años cuarenta, ni tampoco la televisión, de manera que dio lugar a un célebre estudio sobre el lugar.

Ahora ya no interesa a los sociólogos ni a los médicos. Ahora, a más espacios televisivos, a más nutrición estándar, más problemas cardiacos, menos tiempo de vida. Pertenecer sin cesar a la audiencia acaba cesándonos. En casi todos estos casos, a la razón clínica oficial que redondea la muerte se llama obesidad, pero otra razón invisible, subrepticia, incluida en ella, se llama televisión.

A más espacios televisivos y más nutrición estándar, más obesidad, más problemas cardiacos, menos tiempo de vida.
A más espacios televisivos y más nutrición estándar, más obesidad, más problemas cardiacos, menos tiempo de vida.B. PÉREZ

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