_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nieve

Miquel Alberola

La nieve también es un estado de ánimo. Una descarga de melancolía que abre una brecha hacia la infancia, en cuyo fondo se halla la silueta recortada del lomo de la sierra Mariola, la púa del Montcabrer y la cresta del Benicadell espolvoreadas con harina fría, mientras en los cafés el vapor masculino iba alcanzando una densidad formidable en contacto con el licor y se vaciaba en la calle como una exhalación cada vez que alguien abría la puerta. Aparte de las nociones de física, química y escultura que nos impartía sin ninguna vocación de docencia, la nieve tenía un extraordinario poder para alterar la realidad y declarar días festivos por encima de cualquier autoridad establecida, por lo que se convertía en algo casi subversivo y en uno de los escasos acontecimientos de libertad colectiva de la dictadura. Hoy la nieve apenas es una mirada hacia dentro de uno mismo, puesto que todos los accesos de huida quedan cortados cuando se manifiesta de forma tan esporádica. Sin duda ya es lo único blanco que nos queda dentro. Cada vez se retrasa más, como si se estuviera despidiendo poco a poco para no regresar nunca más. La nieve en el Mediterráneo ya se ha convertido en una postal psíquica casi imposible, aunque es muy probable que siempre lo fuera y ahora confundamos con un sistema lo que sólo fue una anomalía climatológica que coincidió con nuestra infancia. Ahora el mundo debería estar en otra glaciación, de acuerdo con los cálculos de los meteorólogos, pero el hombre, como producto de la irritación de su propia sofisticación, ha levantado un colchón de CO2 y vapor de agua que sobrealimenta el efecto invernadero y la convierte en más utópica. Sin embargo, la nieve siempre vuelve cuando ya casi la habíamos olvidado, acaso para que el labrador que llevamos camuflado debajo de la palidez cibernética se excite con el único objeto de demostrarnos que la biología y los sentimientos evolucionan con mayor lentitud que los acontecimientos personales. La nieve, por ausencia o por presencia, siempre está repleta de enseñanzas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_