Schumann y Brahms, frente a frente
Entre los muchos recuerdos de Barenboim siempre me llamó la atención su entusiasmo por Arthur Rubinstein, basado, principalmente, en la calidad de su sonido "verdaderamente noble y profundo". No de otro modo concibe el gran Daniel -pianista, director, intérprete de cámara- su sonido, trátese de obtenerlo de un Steinway o de una orquesta de tan alta profesionalidad y consistencia como la Staatkapelle de Berlín. Mejor aún: en toda música el sonido es el verbo, o sea, el principio. No existe pensamiento musical auténtico que no parte de una imaginación sonora cualificada.
En el interesante "enfrentamiento" -abrazo- entre el sinfonismo de Schumann y Brahms sobre el que ha montado este año Barenboim sus programas para los madrileños, queda patente una proximidad, en ocasiones, identidad, entre el en su día nuevo romanticismo schumanniano (la Renana es de 1850) y el romanticismo progresivo de su entrañable Brahms, cuya Tercera sinfonía se estrena en 1883.
Ciclo Orquestas del Mundo
(Ibermúsica). Staatkapelle de Berlín. Director: Daniel Barenboim. Auditorio Nacional. Madrid, 7 de enero.
Seguir la línea de esa evolución me parece como contemplar el fluir de un ancho río, cuyo curso transcendente hemos seguido en su infinita belleza de la mano y la sensibilidad, de la razón, el análisis y la palpitación de Daniel Barenboim. Quedó claro, gracias a la magnitud de la versión, que el antipopularismo de la Sinfonía en fa, op. 90, por el hecho de concluir en pianísimo, ha pasado a la historia dado el calor y la duración de la respuesta de la audiencia. No menos explícita fue la ensoñación schumanniana en su afán voluntarioso de "orquestar" sus valores más recónditos.
La Staatkapelle, con un maestro como Barenboim, es capaz de las más extremadas sutilezas, de las eclosiones más hermosas por sustantivas que por brillantes, de la claridad y del "tempo musical" más sereno y aireado, que la prisa es enemiga del gran arte, y el de intérpretes como los de ahora alcanza las cotas de lo superlativo.
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