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La crisis del Barcelona | FÚTBOL
Columna
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El amor es ciego

Menos guasa con el rey Gaspart que este año hemos ganado todos los partidos (soñando, como niños, con que la victoria contra el Recre sea el primer paso de la recuperación y temiendo, como adultos, que no lo será). Para intentar comprender a Gaspart hay que revisar su etapa como vicepresidente de un mandato, el de Núñez, que duró la friolera de 22 años. En aquel reparto, Gaspart interpretaba el papel de villano leal al jefe del rancho. La facilidad con la que se peleaba por defender a un Barça acomplejado y napoleónico a la vez le llevó a especializarse en trabajos sucios. Mientras duró aquella etapa, Gaspart nunca pensó en suceder a Núñez, quizá porque Núñez ponía cara de no desear ser sucedido. Tras el infausto despido de Cruyff, el núcleo más duro del nuñismo se bunkerizó en un permanente gabinete de crisis que sólo admitía a familiares o pelotas y al que se unió un Van Gaal pletórico de lealtad a cambio de fichajes extravagantes. Gaspart perdió entonces influencia. Su barcelonismo, menos paranoide y más pactista que el de sus jefes, era un obstáculo para los planes expansivos del núcleo duro. Las circunstancias que llevaron al abandono de Núñez remataron su distanciamiento. El vacío de poder posterior y los pactos que el aspirante Bassat intentó fraguar hicieron el resto: Gaspart descubrió que tanto Núñez como la oposición le despreciaban.

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El cilicio azulgrana de Gaspart

Para alguien con el carácter de Gaspart, el resentimiento es una forma de estímulo: aprovechó el resignado apoyo de un Núñez que le prefería a cualquier otra opción dispuesta a auditar el pasado y, con la labia de cónsul honorario de las Seychelles que es, protagonizó una campaña por la que debería haber ganado el Óscar al Mejor Actor. Habituado a su perfil polémico, el culé descubrió a un Gaspart que manejaba propuestas casi sensatas y un deseo, tan populista como auténtico, de gustar a todos. Durmió menos que sus rivales, habló el triple, pidió mil veces perdón y desbancó a una oposición demasiado obsesionada en mirarse al espejo y en ahorrar dinero en su campaña. Practicando un estilo de seducción parecido al de los trileros, convenció a todos sus opositores menos a uno (Bassat) de subirse a un Love boat en el que todos emprenderían un bucólico crucero. ¿Por qué se lo creyeron? Porque si Gaspart sube con usted en un ascensor acabará vendiéndole lo que sea, a no ser que usted tenga la prudencia de exigir un notario para sellar cualquier acuerdo (cuentan que Bassat lo hizo). Pese a su peculiar encanto en la distancia corta y a su barcelonismo enfermizo, Gaspart ha cometido demasiados errores para no asumirlos con algo más que arrepentimientos impunes. Aceptó la transición sin auditar su herencia a cambio de despilfarrarla. Lideró una política de fichajes desastrosa. No le devolvió al cargo el prestigio perdido, sino que lo agravó con la mala educación de sus peores tiempos, cuando en Madrid reinaba el estilo de timbas y de presidentes sin ropa interior. Con sus decisiones, despreció los votos que le llevaron al cargo prescindiendo de hasta cinco vicepresidentes. Incumplió el código ético que él mismo firmó en La veu del club, órgano oficial del barcelonismo, y hoy, como su maestro Núñez, tolera la compañía de directivos de trayectoria tan viscosa como Sixte Cambra para tenerlo controlado mientras reza para que todos los resultados sean como el de ayer y así poder ganar ese tiempo que cree necesitar para conseguir ser ya no el mejor presidente de la historia del Barça, pero sí, según dice, el más querido. Hay quien cree que, si el equipo gana, todo se olvidará. Otros, en cambio, opinan que, con el nivel actual de deterioro, ni siquiera las victorias podrán maquillar la crisis. Cuando está acorralado, Gaspart suele apelar a su amor al club. Y recurre a esas imágenes en las que se le ve demostrando hasta qué punto lo quiere. ¿Qué vemos? A un adulto bañándose en un río asqueroso. A un presidente incapaz de ver el partido de su equipo porque se pone enfermo y que confiesa tener que medicarse para soportar el cargo. ¿Se le puede llamar amor a eso? No olviden que el amor es ciego.

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