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Columna
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Esperando a Lula

Todos los participantes que confían en ceñirse el laurel en esas primarias, que son las próximas autonómicas y locales, están esperando a Lula, mientras los pasteleros de los comités electorales le ponen la guinda a la soterrada subasta de cargos, ¿hay quién dé más? Todos los participantes han musitado exactamente lo que Lula ha declarado, pero al revés, que es la diferencia entre la pobreza y el engreimiento: quiero ser el primero en servirme de los que pagan impuestos, para apalancarme el chollo, como aquellos denostados procuradores de las Cortes franquistas, que se diplomaban en formación del espíritu del pelota. El cronista, en llegando a este punto, entiende a quienes claman por devolverle la dignidad y el respeto perdidos al político constitucional, pero si el político es más profesional que constitucional lo tiene crudo, porque ambos términos no se compadecen necesariamente. En cualquier caso, al cronista le importan más el respeto y la dignidad debidos a la ciudadanía, al pueblo soberano, en fin, de cuyo seno pueden surgir tipos capaces de decir: "Quiero ser el primer servidor público". El cronista sabe que palabras así provocan la risa, en estas democracias de pastaflora y ladrillo. Y sabe que quien se mete en una candidatura municipal o parlamentaria lo hace impulsado por razones nobles y razones prácticas. De asuntos tales conversó, en una Nochevieja apacible -en un mas, en lo alto de una sierra aromática- con un amigo socialista y otro, entre el socialismo y el nacionalismo. El socialista ponía entre sus prioridades el aparato, y luego la sociedad. Poner en primer lugar el aparato tiene algo de idolatría y obscenidad. Además, ¿qué lugar ocupa el aparato excretor?

A veces, la democracia que sólo lo parece, se formula en un polinomio: del partido único al partido unívoco; del unívoco al excluyente; y de éste al exclusivo; y, por conducto de la mayoría absoluta, de partido exclusivo a la partida de la porra. Pero de momento, hay que empezar por algún sitio. Y ninguno mejor que el de los aspirantes a la molthonorabilidad. Para ello es preciso que el candidato Joan Ignasi Pla baje de su estado gaseoso, y se materialice; y que el candidato Francisco Camps abandone su empeño de beatificar a Zaplana, y deje de hacerle novenas y triduos, que al final nos lo va a colocar de virgen en lugar de ministro. Y luego que se enfrenten, sin aguardar la señal. El enfrentamiento, le recuerda al cronista aquella película, Enemigo a las puertas, un duelo entre dos francotiradores: el joven campesino soviético, cazador de lobos; y el maduro aristócrata nazi, cazador de venados. ¿Representa Pla el papel del joven soviético, y Camps el de maduro alemán? Pues, mire, por aproximación ideológica, podría. Pero, ¿en los comicios hay ideología o sólo se disputan trofeos y escaños? Camps está eufórico -lo que pueden los nervios-, cuando su partido o partida hace agua por tantas grietas: las mismas por donde se vierten sus gritos triunfalistas. Pla, por su parte, recurre a lo obvio: buscar apoyos en Esquerra Unida, en algunas comarcas. ¿Quién es, pues, el joven soviético, quién el maduro nazi? Lo peor, de la película que viene, es que se quede en bolero o en fabulación: Sombras nada más. Pero de Lula ni pizca. Nuestros aviones, no.

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