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Columna
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Esperanza

Es lo más (y lo menos) que uno puede pedirle al año 2003: una pequeña dosis de esperanza. Decía el sabio Gadamer poco antes de morir a sus 102 años: "No se puede vivir sin esperanza". No es cierto, los sabios se equivocan como cualquier mortal. Un poeta tan alto como Antonio Gamoneda lleva años anunciando una fraternidad sin esperanza: "Este verano / no dejes de venir, ávida vena, / dios sin semilla, paz sin esperanza". Pero llegar a las profundidades elevadas de Antonio Gamoneda no es algo a nuestro alcance.

Necesitamos esperanza igual que nuestros coches necesitan el asqueroso fuel que regurgita el hundido Prestige. Esperanza contra viento y marea. Ganarla y no perderla. Esta noche y mañana los chiquillos dormirán esperando, esperanzados, soñando con consolas siderales, circuitos imposibles y bicicletas de campeonato para ganar el Tour sobre el asfalto de cualquier bidegorri. Lo malo es que Melchor, a partir de una edad, se termina convirtiendo en Godot y no hay bici que valga para ganar el Tour y los triunfos no llegan y llegan, en ordenada procesión, las oscuras derrotas. Da lo mismo. La mayoría necesitamos nuestro pequeño pico de esperanza. "No me llames iluso", cantan en un anuncio de la ONCE, "porque tenga una ilusión". No conviene perderlas, las ilusiones y las esperanzas, y menos aún en pleno mes de enero. Carlos Meneses me felicita el año deseándome que 2003 se convierta en mi amigo. No lo había pensado, pero a partir de ahora procuraré llevarme con el año recién estrenado de la mejor manera. Veremos lo que duran nuestros buenos propósitos.

Tengamos esperanza en que la situación cambie algún día. A ver si es este año.

De momento, el año 2003 se pone en marcha con la esperanza de Lula da Silva. El líder del Partido de los Trabajadores brasileño asumía el pasado 1 de enero su cargo de presidente de Brasil entre la esperanzada algarabía de mujeres y hombres y niños, cientos de miles de compatriotas cuya patria común es la pobreza. "Mi misión se cumplirá", ha dicho Lula, "si cada brasileño puede desayunar, almorzar y cenar a diario". El encarna ahora mismo la esperanza del pueblo brasileño. Algo tremendamente hermoso y arriesgado.

Que cada brasileño coma tres veces al día: ése es el compromiso de Lula. Algo que, de momento, nadie ha logrado. Las herramientas que propone el nuevo presidente son varias, entre otras combatir la corrupción y sustituir la impunidad por la ética. "Ser honesto no es sólo no robar", dice este antiguo tornero de 57 años en el que hoy quiere creer buena parte del mundo. Pero la realidad es dura de roer. El mundo puede cambiarse, pero a veces no quiere o no le dejan o un poco de ambas cosas. La experiencia del torno quizás pueda valer, eso esperamos muchos. Es difícil abrigar esperanzas en política, es cierto. Pero las esperanzas que despierta Lula provienen en buena parte de la gestión de unos políticos profesionales de los que cada vez se espera menos (y no sólo en Brasil). Desde Estados Unidos a Inglaterra, pasando por Italia y Alemania y España los políticos son lo que son: nadie confía en ellos y nadie en su sano juicio depositaría algo tan frágil como sus esperanzas en sus manos. Tengamos esperanza en que la situación cambie algún día. A ver si es este año.

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