El Fòrum, entre políticos e intelectuales
De peor manera el Fòrum no se podía explicar; estamos de acuerdo. Pero con los datos que poseemos sí se entiende qué es, a poco que se quiera poner la oreja. El último de estos datos lo aportaba el profesor Salvador Cardús en un artículo publicado en La Vanguardia del 11 de diciembre, titulado "Por qué no se entiende el Fòrum". En él sostiene el sociólogo que la inopia se deriva de lo mal que la cúpula del evento se explica a sí misma y de la muy escasa consideración que le merece su propia identidad, obsesionada como anda por revestirse, cual piel de cordero, de un "cosmopolitismo provinciano" de oscuros réditos. Recojamos la provocación desde el convencimiento de que el debate entre identidad y globalidad está sobre las mejores mesas, y en consecuencia debe estarlo sobre la del Fòrum. Hay que dar razón al profesor: a menudo de la zona de levante de la ciudad llegan aromas "mestizos", de buen rollete plural y diverso, que no superan en agobio al causado por el olor a coliflor de un triste patio del Eixample. Pero el propio Cardús sabe más cosas sobre "això del Fòrum" de las que constan en su artículo. Por ejemplo, sabe que la exposición principal del evento, dedicada a la voz, la asesora desde hace años Vicenç Villatoro, quien antes de ser director general de la CCRTV fue columnista habitual de estas páginas y dedicó mucha y buena tinta a identidad y globalidad, haciendo gala por cierto de un cosmopolitismo nada provinciano. Él está en el núcleo duro de ese debate y no hay motivo para dudar de que ejercerá de la mejor manera la responsabilidad intelectual que ha contraído con el Fòrum. La lengua es desde luego un factor de identidad que ningún cosmopolitismo a tener en cuenta a estas alturas de la película puede cabalmente excluir de su horizonte moral.
Es cierto, el Fòrum hasta la fecha ha contribuido muy poco al debate. Más bien ha escenificado todo lo contrario: una poco edificante fuga de cerebros que se reunían en el fenecido y mal bautizado comité de sabios, gente que habitualmente piensa y se expresa de manera correcta: Josep Ramoneda, Valentí Puig, Óscar Tusquets, Jorge Wagensberg y el ya citado Villatoro, entre varios otros. Con ello se ha logrado ofrecer la peor imagen, la de que las administraciones son las que programan, y no los "trabajadores de la cultura", por retomar una vomitiva expresión de las de antes, y dicho sea eso al margen de los poco presentables escaqueos de esos trabajadores a la hora de acudir a sus propios brain stormings. Ahora bien, la imagen de vacío intelectual absoluto tampoco es del todo cierta: por debajo del diktat político, hay gente de talento trabajando. Gente como Dani Freixa, Manuel Huerga, Borja Sitjà o Mireia Belil, quienes tienen disposiciones estrictas de no facilitar información, no fuera a romperse el consenso político y se animara un debate público como el que pretende encarnar el Fòrum.
Echarle optimismo al asunto cuesta desde luego una enormidad. Pero yo apuesto a que en 2004 tendremos un buen ramillete de exposiciones, algunos debates de interés -ya se ha anunciado que Kosmópolis volverá, incluida en la programación- y un cierto número de espectáculos a los que apetecerá ir, al margen del indudable atractivo de descubrir una zona de la ciudad completamente reconvertida. De modo que sería deseable dejarse de "cosmopolitismos provincianos" tanto como de talibanismos nacionalistas que ya sólo viven en mentes mal contrastadas con la realidad, y arrimar el hombro. El Año Gaudí ha ido razonablemente bien: es un precedente más próximo y acaso menos paralizante que el del éxito de los Juegos Olímpicos.
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