Residuos
Dicen que a través del análisis de los residuos de una comunidad puede llegar a saberse mucho de ese grupo: si se revuelve entre los restos de comida de sus basuras se descubren sus hábitos alimenticios y, en consecuencia, pueden deducirse los factores de riesgo para su salud o si es gente con tendencia a padecer del colesterol; a través de las cajas de medicamentos pringosas entre mondas de patata y huesos de pollo se sabe qué enfermedades padecen; a través de los envoltorios arrugados, de las cajas vacías de cosméticos, de las etiquetas, hacerse una idea del nivel adquisitivo de quien cerró la bolsa y la echó al contenedor. Y si tiene animales domésticos o un bebé, si recicla o no el papel, si cocina o come de lata, si fuma. Rebuscando como clochards entre bolsas de basura, los estadísticos extrapolan los resultados obtenidos husmeando en la intimidad y convierten los desechos individuales en índice de una sociedad: si es rica o es pobre, si es joven o es vieja, hasta si es culta o es poco cultivada.
Pero lo más interesante que ocultan las bolsas de basura son los secretos de la intimidad. Porque la mayoría de esos secretos son los pecados de una sociedad que cierra la bolsa protegida en la soledad de su cocina: lo ilegal, lo inmoral, lo que engorda. Así como Agnés Varda en Los espigadores y la espigadora nos enseña mucho de nuestra sociedad de consumo a través del retrato de varias personas que recogen entre las basuras desperdicios destinados a diversos fines, los basureros y los barrenderos de una ciudad deberían ser considerados espigadores, testigos de excepción de lo que sucede en sus calles y de la vida de sus habitantes. En Madrid, poco más de una hora después de las campanadas del nuevo año, el Ayuntamiento había retirado 26.353 kilos de residuos en la Puerta del Sol. Para que de madrugada estuviera perfectamente limpia la ciudad, trabajaron 5.300 personas, 1.300 vehículos y "maquinas especiales de última generación". Es sin duda muy eficaz y muy cómodo que todo esté recogido cuando te levantas, pero resulta falto de transparencia, es decir, que el Ayuntamiento no nos dejó ver qué paso: qué tiran al suelo los que van a la Puerta del Sol a tomar las uvas, qué se les cae del bolsillo, qué fuman, qué beben. Al parecer, el fuerte dispositivo policial desplegado por la Delegación del Gobierno y el Ayuntamiento evitó la venta ambulante de alimentos y alcohol; sin embargo, la ley Antibotellón, que prohíbe el consumo de alcohol en la vía pública, no pudo ser aplicada: ¿cómo pretender mantener la tradición de las doce campanadas desde el viejo reloj de la Puerta del Sol madrileña si los asistentes no pueden cumplir con, al menos, el posterior brindis de rigor? Así que se hizo la vista gorda, hasta los policías municipales cambiaban los vasos de cristal por más de 30.000 unidades de los de plástico, y beber, se bebió en la calle. Cosas de la arbitraria aplicación de las leyes y de la bula de la tradición.
Todo esto viene a cuento de lo que no se puede contar. Hay un montón de cosas que, según el sistema de valores de nuestra sociedad, son ilegales, inmorales y que engordan, pero que aparecerían con significativa frecuencia en los millones de bolsas de basura que han generado las fiestas privadas para recibir el nuevo año. A través de los restos de una larga fiesta se descubren los hábitos, más o menos asumidos, de sus participantes, es decir, lo que la sociedad considera sus pecados. ¿Por qué no se puede hablar de esos restos? ¿Por qué siguen existiendo esa censura o esa tácita autorrepresión? Porque sigue imperando una moral condenatoria o presta a la limpieza rauda de residuos condenables: una moral hipócrita. Hay pocas cosas tan entretenidas como espigar (lo que hace Agnes Varda con la realidad de su documental) entre los restos de una fiesta y reunir lo que los invitados han perdido, lo que han abandonado, lo que han dejado a la vista, lo que no han tenido necesidad de esconder. Son los restos, legales o no, del consumo, y entre ellos encontraríamos lo que la sociedad no quiere dejar ver de sí misma, lo que existe de puertas para adentro. Supongo que por eso se dan tanta prisa en limpiar las calles. Y por eso la Federación Empresarial de Ocio y Turismo está tan satisfecha: la pasada Nochevieja fue "la mejor de los últimos años". Se abarrotaron los locales en este año de la ley Antibotellón.
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