"Al frente de la orquesta quiero dar vida a una fantasía mental"
Directora de orquesta y compositora, Inmaculada Sarachaga se reconoce embrujada por la batuta, "más una forma de vida que una profesión", dice. Pero sabe poner los pies en la tierra y defender el papel social de las orquestas. "Deben hacer buena música, promocionar a los jóvenes y estrenar obras de compositores actuales", defiende. "Las orquestas se nutren de recursos públicos y debemos atender un compromiso con la sociedad".
Pregunta. ¿Cuántas veces le han dicho que se parece a Ainhoa Arteta?
Respuesta. Infinitas, pero no importa.
P. ¿Cuánto tiene la labor de directora de orquesta de liderazgo?
R. Mucho y poco. Es un compromiso entre ser cómplice de los músicos y jefe de un grupo. Una orquesta es un conjunto de individualidades, y el director debe aglutinarlas. Ese tópico de antaño del director de orquesta, como Arturo Toscanini, que llegaba a tirar el reloj a los músicos, ya no sirve. Al fin y al cabo un director sin músicos no es nada. Un liderazgo mal llevado conduce a coartar el espíritu artístico y convierte a los músicos en autómatas que leen la partitura, no la interpretan.
P. ¿Y cómo plantea usted esa relación tan jerárquica?
R. Es clarísimo que eres responsable de un grupo que trabaja en conjunto. La orquesta es una organismo vivo, pero hay de todo, orquestas muy disciplinadas y otras en las que hay que sacar a relucir la capacidad de liderazgo.
P. ¿De qué depende la idiosincrasia de una orquesta?
R. De la cultura que la rodea, fundamentalmente. Pero al final ocurre como en las familias: no se sabe de qué depende el que funcione. Yo intento ilusionarles y la gente que ha trabajado conmigo lo puede decir: acaban contentos.
P. ¿Cómo consigue el director que cambie el sonido de una orquesta?
R. Su labor es notoria. Depende de la calidad artística y técnica de la orquesta, pero hay una gama de recursos que el director tiene que trabajar. También depende de la entrega que tengas con la orquesta: los músicos sienten o no sienten que tienen director.
P. Así que la estrella que llega para un concierto y se va sirve de poco.
R. Puede enseñar, pero el trabajo continuado es lo que más beneficios da.
P. ¿Y cuál es el compromiso respecto a los compositores?
R. El compositor es el genio por excelencia. Pero sí que hay un ámbito en el que el director de orquesta puede interpretar, dentro de unos cánones. La obra es del compositor, tú eres el interprete y le das vida, por lo que puedes moldearla. La interpretación es una versión emocionalmente activa. A veces me obsesiono por encontrar algo diferente; al frente de la orquesta quiero dar vida a una fantasía mental que tengo en la cabeza. Pero hay que ser realista: cinco ensayos dan para lo que dan.
P. ¿Cómo le gusta que suene la orquesta que usted dirige?
R. Lo primero, que corresponda a la imagen sonora que yo tengo. Tú tienes un alma, un espíritu artístico, que recrea la obra, y yendo a la realidad pones tus recursos musicales para que la orquesta responda. No hay cosa más gratificante que conseguir que el sonido real de una orquesta se identifique con lo que oigo por dentro.
P. Su tesis investiga la sistemática de la dirección de orquesta. ¿Cómo serán los directores del futuro?
R. Es un poco precipitado adelantar conclusiones de mi trabajo, pero es verdad que vivimos en un mundo demasiado rápido, donde hay poco tiempo para la reflexión. Antes no había horario para trabajar con los músicos. Desgraciadamente, había menos derechos, el músico era servil. Eso se acabó, y se ve en el resultado musical.
PERFIL
Inmaculada Sarachaga (Amurrio, 1972) inició sus estudios en los conservatorios de Vitoria y Bilbao, antes de cursar Dirección de Orquesta en Madrid. Ha colaborado con el maestro Zubin Metha y su sueño es hacer una gira con la Orquesta Sinfónica de Israel, "una máquina de hacer música". Es directora titular de la orquesta de cámara Enrique Jordá, y tiene compromisos para dirigir distintas orquestas americanas y europeas.
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